Laila

XIV.

La invitó a tomar el desayuno con él en el comedor el día siguiente, y los que seguían. Ella lo acompañó al menos durante una hora no se sintió solo, comenzó a descubrir a una muchacha educada y de buenas maneras, bien instruida y con un carisma atrayente. Se dio cuenta que de no ser por el trágico accidente de sus padres, ella habría sido una señorita de sociedad, cautivadora e influyente. Ese día, su voz se oía algo ronca, pero ella le aseguró que no era nada.

—Amo Robert, están aquí. —Julián se había acercado con discreción.

—Gracias, Julián, vamos en un momento.

—¿Vamos? —preguntó ella, bebiendo el té.

—Vamos.

Sus botas altas sonaron por el pasillo que llevaba a las caballerizas, emocionada libraba una cháchara imparable viendo las renovaciones de la casa y por fin, las caballerizas vacías. Al final del túnel, un par de hombres esperaban.

—Robert. —Se presentó él, mientras ella intentaba ver hacia los carros que traían los animales.

—Fabián. —Estrecharon manos, mientras ella daba saltitos de emoción—. Los animales están listos, es mejor hacerlos entrar, hace frío.

—Claro, adelante.

El ayudante barrió con sus óculos de arriba abajo la esbelta figura de Laila, ésta, sumida en la emoción de los nuevos inquilinos no se percató de ello, pero él, celoso de su fortuna, la tomó de la mano y la guio hasta un lado donde no estorbaran, no la soltó mientras los animales eran llevados hasta el interior de las caballerizas.

Ella le contó, sin que él preguntara, que siempre había querido aprender a montar a caballo, que, aunque le causaba temor, quería intentarlo, que esto, que aquello… No era necesario prestar atención, ella tenía suficiente con alguien estuviera a su lado como receptor. Julián prometió enseñarle, pero siempre debían tener la vigilancia extra de Tomás, que de buena gana había prometido darle un palazo en la cabeza si era necesario para contener a la loca. Robert no se había detenido a pensar en que era la primera vez que ella interactuaba con la servidumbre desde que había llegado y se tuvo que recordar a sí mismo la historia de la sobrina loca para soltarle la mano.




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