Lament Of a Demon - El legado

Parte 1 Hijo de la maldición

Es extraño. Dicen que al nacer uno ve la luz por primera vez. Que el tiempo comienza a contar desde allí; los primeros pasos, las primeras palabras y luego, poco a poco, esos recuerdos se desvanecen, sepultados bajo el peso silencioso del tiempo.

Pero yo... yo fui diferente. Aún recuerdo el instante en que inhalé mi primer aliento,
como si hubiese emergido desde un abismo de sombras. Vi la luz, sí...pero no una luz cálida. Vi un túnel, y al final de él, una escena suspendida en niebla, un cuerpo colgado de un pilar, una espada atravesando su pecho, el rostro oculto por la muerte... pero con una mirada que aún ardía.

Aquello no era un sueño. Era una visión. Un presagio.

Y entonces lloré. No por hambre. No por dolor. Lloré seco, en silencio...como si el alma ya supiera el precio de haber nacido.

Frente a mí, el primer rostro humano. Mi madre. Agotada, feliz, llena de un amor que ni el tiempo podría quebrar.

Doctor:
-¡Felicidades! Es un varón.
Luna Cuatro, del segundo semestre del duodécimo mes.
Está sano. Muy sano.

Madre (débil, con una sonrisa apenas visible):
-Mi hijo...
Es una lástima que su padre no esté aquí.
Estaría dichoso...

Doctor (observando al recién nacido):
-Parece como si... entendiera lo que dices.
Claro, solo es una impresión.

Encogió los hombros, incómodo.
Luego preguntó:

-¿Cómo lo llamará?

Madre (mirándolo, con lágrimas cálidas):
-Se llamará Dante.
Como su padre quiso siempre...

Y así, en una sala húmeda y silenciosa, nació un nombre destinado a arder.

También recuerdo que, al poco de nacer, sentí un vacío difícil de explicar. Una infelicidad pesada, como si mi pecho supiera algo que mi mente aún no podía nombrar. Un presagio de lo terrible que sería mi existencia.

Luego de que me alimentaran, el sueño me venció poco a poco...y así comenzó el primer sueño de mi vida. O, mejor dicho; la primera pesadilla.

Vi un ser de figura humana, pero con una presencia... demoníaca. Las imágenes eran crudas, inhumanas, carne desgarrada, espadas que cortaban sin piedad, y la sangre...
resbalando por el filo de la hoja como si esta lo acariciara.

Vi víctimas de rodillas, suplicando por misericordia, y vi unos ojos -casi humanos- que no sabían perdonar. En un momento, ese ser me miró directamente. Y yo... desperté de golpe, con un sollozo seco, sin lágrimas.

Mi madre me sostuvo entre sus brazos.

Madre (susurrando):
-Ya, ya, ya...
Has tenido un mal sueño.
Mamá está aquí...
Y no te desampararé, Dante.

Sus lágrimas cayeron sobre mí, como si con ellas intentara protegerme del mundo.

La noche era fría. Llovía. Granizaba, el camino a casa no sería fácil. Mi madre, aún debilitada, caminó con firmeza, cargando un peso más grande que su cuerpo, el mío... y mi destino.

Mientras avanzábamos entre sombras y lluvia, el sueño volvió a envolverme. Y él volvió.

Aquel ser, el de la mirada sangrienta y la presencia antigua, ahora me hablaba con voz... fraternal.

??? (voz suave, casi luminosa)
-Dante... ya naciste.
Es una pena que mi cuerpo no esté en este mundo, pero escucha estas palabras:
Tu vida no será fácil. Estará llena de retos. Pero debes subir... al pico más alto. La montaña Kaos.

Cuando cumplas catorce años, allí encontrarás respuestas... y un objeto que te pertenece por derecho propio.

Yo no comprendía nada. ¿Por qué soñaba esto? ¿Por qué debía subir esa montaña? ¿Qué podía ser mío, si apenas había nacido?

Y justo entonces, una figura surgió entre la niebla del sueño, una sombra negra, sin forma definida, como un reflejo que no quería ser visto.

Dante (en el sueño):
-¿Quién eres?

Sombra:
-El tiempo te dirá todo.

Dante:
-No entiendo... ¿qué está pasando?

Sombra:
-El tiempo trae muchas cosas.
Cura heridas...
y revela verdades.

Descansa, futuro guerrero.

Dante (gritando):
-¡¿Qué...?!

Y desperté. No en paz, no con respuestas, solo con una certeza; había nacido algo más que un niño. Y el mundo... ya me esperaba.

La visión comenzó a desvanecerse...como humo que se disuelve en la nada. La somnolencia volvió a envolverme, hasta que una luz tenue se filtró entre mis pestañas, deslizándose con timidez por mis párpados. Mis ojos se abrieron lentamente, justo cuando un chirrido agudo quebró el silencio.

Era el sonido de una vieja puerta de madera, abriéndose a lo que debía ser nuestro hogar.

Todo estaba seco. Todo... incluso yo, excepto mi madre. Ella estaba empapada, exhausta...
pero con una sonrisa que iluminaba su rostro. Una sonrisa tan dulce que dolía. La vi...
y una nostalgia inexplicable me llenó el pecho.

Mis ojos se encharcaron, pero -una vez más- no derramé lágrimas. Solo sentí rabia; rabia por verla así por mí.

Y entonces... un susurro me rozó el oído, como un viento cálido en forma de voz

"Amor de madre... el sentimiento más puro y desinteresado. Sin límites, sobrenatural."

Aquella frase se desvaneció como eco, difundiéndose entre las paredes húmedas de la casa.




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