Lament Of a Demon - El legado

Capítulo 1 La NECROSOW

Cuando todo parecía calmarse... me desvanecí, caí, o fui arrastrado,
a un abismo de sombras donde el tiempo se detenía. Y allí,
frente a mí, estaba la criatura. Nos miramos a los ojos.
Y por primera vez, supe que era saborear el miedo ajeno.

—¿Qué se siente tener miedo? —pregunté, sin emoción.

La bestia retrocedió, como si mis palabras fueran cuchillas.

—¡No... no eres humano! ¡Lárgate!

—Ya te lo dije. Solo soy un niño... que quiere jugar.

Caminé hacia él, despacio, con mirada fija. Miré mi mano, extendida. Y sonreí.

Sin dudarlo, arranqué uno de sus ojos. La criatura chilló, se retorció, huyó. Y yo fui tras él,
alimentándome de su miedo, siguiendo sus pasos lentos, torpes, desesperados.

Mis pasos eran todo lo contrario, lentos... pero certeros. Como si cada pisada dictara una sentencia.

Quería verlo sangrar. No por venganza... sino porque estaba en mi naturaleza.

Pero la bestia no era tan simple. Recordó lo que yacía en lo más profundo de la montaña Kaos, una espada, olvidada, sellada. Temida.

Una hoja maldita dormía en lo alto de un santuario derruido, flotando sobre un pedestal como si el mundo no se atreviera a tocarla.

Y la bestia, astuta, me condujo hacia ella. Sabía lo que decía la leyenda:

"Aquel ser viviente que empuñe esta espada morirá...
a no ser que lleve consigo mi legado."

Era una trampa, una sentencia, un acto desesperado. Y aún así... caí.

Al llegar al santuario, la escena era majestuosa y fúnebre.

La espada era más grande de lo normal. Su empuñadura representaba el rostro de un demonio,
con cuernos encorvados y una mueca de sed infinita. La hoja, suspendida en el aire,
cortaba incluso sin moverse.

Una luz púrpura descendía del techo destruido, atravesando la piedra,
cargada de cráneos espectrales y bruma como plasma flotante.

Apestaba a muerte. Y sin embargo... me llamaba.

El filo brillaba como si respirara. Mi corazón se aceleró. Mi mente se nubló.
Mi alma... reconocía la suya, mi mano se elevó sola.
Y tomé la empuñadura.

En ese instante, el mundo entero pareció detenerse.

La espada vibró. Y yo también. No me consumió, me abrazó. Un lazo invisible se tejió entre ambos. Un pacto sellado sin palabras.

Desde las sombras, el demonio emergió, confiado; su sonrisa era tan podrida como su cuerpo.

—¿Por qué sonríes? —le dije—. Tu miedo es tan grande que ya desvarías.

—I-iluso... ¡no viste la inscripción en el pedestal! Solo te traerá la...

Salté. El filo descendió como juicio divino. Un corte limpio.
Vertical. Imparable.

Su torso cayó de un lado, su cabeza, del otro. La sangre se derramó como tinta podrida sobre las ruinas.

Y nuevamente silencio fue comensal de aquella escena.

Observé la espada, ligera como el viento, letal como el destino. No era de ningún metal conocido. Era algo más... algo vivo. Me acerqué al pedestal y leí:

"Aquel ser viviente que empuñe esta espada morirá...
a no ser que lleve consigo mi legado."

Y allí comprendí. Esta espada no era una simple arma. Era un fragmento de un linaje.
De una herencia oscura, de alguien... como yo.

Recordé entonces las palabras del ser en mis sueños:

A los catorce años hallarás lo que te pertenece por derecho.

Aquí estaba. La Necrosow. Y no era el final, era el inicio.

Si mi vida iba a ser un tormento —como lo prometieron las estrellas el día de mi nacimiento— al menos ahora, estaba listo para arder con él.

Coloqué la espada en mi espalda, aún caliente por la batalla, y salí de la caverna.

La inquietud me seguía como una sombra muda. Mi madre. Ella estaría preocupada.

Caminé entre la espesa hierba, y a medida que avanzaba, mi aspecto fue retomando su forma humana. La sangre aún me cubría, pero mi rostro volvía a ser el de siempre... aunque dentro de mí, algo ya había cambiado para siempre.

Desde la lejanía, a través del bosque, la vi. Mi madre.

Miraba en dirección al abismo con una ansiedad animal, como si supiera,
sin saber, instinto materno.

Me acerqué. Ella se lanzó sobre mí y me abrazó con un sollozo tan profundo que casi se rompía.

—¿Dante... qué te ha pasado?

—Solo tuve un pequeño tropiezo, madre.
Pero salí ileso —respondí, intentando restarle peso a todo.

Seguimos el camino a casa. Pero su mirada no se despegaba de mi espalda.
Del arma. Lo supo al instante. Esa espada... no le era ajena.

—¡Dante! —gritó de pronto. Al voltear, sentí una bofetada cruzarme el rostro.

Me dejó paralizado. No por el dolor, sino porque jamás me había golpeado.

—Quiero que te deshagas de esa espada —dijo entre lágrimas y furia—. No quiero volver a verla. Ni en esta casa...ni en ti. Sus ojos eran abismos de miedo. No por mí. Sino por lo que esa espada representaba.

—¿Cómo...? ¿Ya habías visto esta espada? —pregunté.

Ella tomó mi mano con fuerza, me llevó de regreso al hogar. Se sentó frente a mí, y en silencio, la verdad comenzó a nacer en sus labios temblorosos.

"El bien y el mal... son un umbral que no siempre puede distinguirse. Solo nuestras acciones definen... dónde realmente pertenecemos."




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