Lament Of a Demon - El legado

Capítulo 9 Las huellas del pasado

Dante, atónito, intentaba comprender lo que sus ojos veían. El Tártaro no era como lo pintaban los libros ni como lo había imaginado: no había almas llorando por los rincones, ni columnas infinitas de fuego. Era peor. Un mundo sepultado bajo polvo sulfuroso, con un cielo que ardía como brasa apagada y un suelo agrietado, como si el planeta hubiera sido torturado. Más que un infierno... era una cicatriz viva.

Se sentó sobre una roca humeante, respiró hondo —aunque eso no ayudaba mucho— y abrió el libro que su padre le había legado. Como lo había dicho el viejo Kronos, el libro reaccionaba a su crecimiento, revelando técnicas solo cuando estuviera preparado.

Justo entonces, el tomo brilló con un resplandor dorado y cálido. Una nueva página emergió desde la nada:

"Querido hijo:
Podrás notar que se irán manifestando textos en aquel libro. Supongo que Kronos ya lo dedujo —aunque dudo que te lo haya explicado sin sarcasmo—.
Ahora es tiempo de que aprendas y vivas lo que te depara el destino.
Entrenarás para dominar LA CADENA DE RÁFAGAS, un ataque útil y poderoso. Consiste en concentrar tu energía mágica, distribuirla a través de tu espectral y liberarla en una ofensiva destructiva.
Buena suerte…"

—¡Genial! —exclamó Dante, con una sonrisa de emoción juvenil.

—Estupendo —respondió Kronos, cruzado de brazos, sin cambiar el tono seco de siempre—. De aquí en adelante seguirás tu propio camino.

—¿¡Cómo!? ¡Oye! ¡¿De verdad que eres el peor maestro del mundo?! Me sacas de mi casa, me lanzas a este basurero con fuego, y ahora me dices que me las arregle solo.

—Correcto. Soy tu maestro, no tu niñera.

—¡Ugh!...

Kronos ignoró el reclamo y le extendió un pequeño fardo.

—Aquí tienes víveres, algo de dinero —sí, en el Tártaro hay comercio—, y una túnica. Las tormentas de arena no son para chiflados como tú. Ah… y un consejo antes de irme:
Confía en tus instintos. No dejes que tu demonio interno decida por ti. O acabarás muerto. O peor.

—¡Gracias por el ánimo! —gritó Dante, viendo cómo Kronos desaparecía entre la bruma ardiente, envuelto por una densa nube de arena.

El chico quedó solo. Miró a todas partes.

—¿Y ahora dónde carajos se supone que voy?

Kronos, desde muy lejos, lo observaba en silencio. Aunque lo había dejado solo, no iba a quitarle el ojo de encima.

La tormenta no tardó en intensificarse. A medida que Dante avanzaba, el viento le cortaba la piel y la arena le quemaba la cara. Aún así, sentía… algo. Una sensación interior, como si algo lo estuviera llamando. ¿Un lugar? ¿Un objeto? ¿Un recuerdo?

Finalmente divisó una caverna entre las rocas calcinadas. Se refugió allí, pero no tardó en notar que no estaba solo.

Primero fueron los gruñidos. Luego los pasos. Después los ojos: rojos, decenas de ellos, moviéndose en la oscuridad. Las bestias del Tártaro. Feas. Grandes. Y hambrientas.

—Ay mierda…

Desenfundó a Necrosow y, sin dudar, cortó en dos a la primera criatura que se abalanzó sobre él. Pero no era una. Eran muchas. Y no paraban de llegar.

Dante se defendía con fiereza. Golpe tras golpe, tajo tras tajo. Pero cuando estuvo acorralado, su cuerpo reaccionó. Su ira, su instinto, su esencia. Todo se canalizó en la espada. Esta comenzó a brillar con una luz roja intensa, chispas como relámpagos recorrían el filo.

La Cadena de Ráfagas.

—¡Vamos, vamos, vamos! —gritó con rabia, descargando toda su energía hacia adelante.

Una explosión sacudió la caverna. Una onda expansiva de fuego y viento partió la roca y lanzó a las criaturas contra los muros, convirtiéndolas en polvo, huesos… o, en el caso de una, en algo medio cocido. El olor no era precisamente agradable… pero tampoco peor que lo que Kronos había servido aquella noche.

Dante se acercó, con la espada aún humeante, y empujó con la bota los restos tibios de la criatura.

—Ajá… así que tú eres prima de la rata que me dio de comer ese viejo… —chasqueó la lengua—. Al menos tú estás mejor sazonada.

Se sentó junto al fuego que acababa de reavivar y arrancó un trozo de carne mientras murmuraba:

—Y todavía dice que no tiene instinto culinario… qué clase de demonio no sabe cocinar.

Masticó. Hizo una pausa. Frunció el ceño.

—...Ok, esto sabe a calcetín chamuscado, estaba mejor la rata, pero igual va pa’l estómago. Cena es cena.

Se quedó esa noche en las ruinas de lo que una vez fue caverna. avivo la fogata con piedras ígneas y restos de hueso seco, y observó las brasas como si en ellas pudiera leer el futuro. El sueño, inevitable, lo venció.

El amanecer rojizo lo despertó con un golpe seco de calor. Se levantó, polvoriento y cansado, y volvió al camino sin saber a dónde ir… hasta que el libro brilló de nuevo.

Otra nota estaba por revelarse.

Hijo, felicidades. Dominas Cadenas de Ráfagas. Pensarás que todo ese poder proviene de la espada, pero la realidad es que depende del portador. Entre más fuerte seas… Necrosow lo será también.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.