Landeron I: la hija del oráculo

8. En marcha

—¿Estás segura de que has cogido todo?

—Sí, pesada... Los arreos están en su sitio...

—Yo traigo las alforjas con comida. No ha sido fácil convencer a mi madre...

Veria se apartó de su hermana pequeña para tomar un par de bolsas de cuero de manos de Alma. La maga se había resignado a empaquetar el asado y el pastel de la noche anterior aplicando, con la ayuda de su padre, mago de Agua, unos conjuros de conservación para que aguantaran gran parte del trayecto.

Madia, por su parte, olvidó su disgusto instantáneamente para echarles también una mano. Ral-Edir comprobó una vez más que la espada estuviese bien ceñida y acarició la peluda cabeza de Rash, que estaba tendido a sus pies con la lengua fuera. Por último, Gaderion le pasó a Alma su bastón de color negro con un cuarzo transparente engarzado en la tulipa tallada en el extremo superior: los colores de la magia del Aire. El suyo propio era de color marrón oscuro con surcos de color verdoso, coronado por varias turmalinas dispuestas en espiral: mago de Tierra.

Sin embargo, en cuanto Aldin apareció, la actividad se detuvo. Ya el sol estaba alto, por lo que no la camuflaba en absoluto. Sin embargo, el hecho de que su piel ya no fuese de un tono azulado, sino rosado casi blanco, hizo que todos sus amigos contuviesen la respiración. Puesto que aquello solo podía significar una cosa: que Dhor y Gala habían dicho la verdad.

Sus manos, ahora pálidas, ajustaron las correas de su macuto nerviosamente mientras avanzaba, consciente de todas las miradas que la rodeaban. Por suerte, habían quedado en una zona apartada, fácilmente accesible rodeando el muro exterior de la villa, y Aldin no había tenido necesidad de entrar de nuevo en Lar, lo que la hubiese expuesto a la vista de todos y hubiera dejado patente que lo que Aelhia escuchó aquel día tenía todos los motivos para ser real. Porque ya ninguno de ellos dudaba de que era a la noble elfa a la que se le había escapado aquella historia.

La cuestión era... ¿a quién podría habérsela contado para que todo sucediese tan rápido? ¿Quién había en Lar con tanto poder? El mejor candidato era Lord Karan, por supuesto; pero, no tenía sentido. Siempre había sido bueno y afable con sus familias. De cualquier manera, aquella reflexión solo los había convencido de una cosa: hicieran lo que hiciesen, estaban en peligro. Y sus familias también. Por un instante, habían tratado de convencerlos sin explicarles del todo los motivos del viaje, pero todos se ha-bían negado. Alegaban que ellos, jóvenes, necesitaban salir y ver mundo pero que, vista la edad que iban alcanzando, sus respectivos progenitores ya no estaban en condiciones de moverse de acá para allá buscando aventuras y emociones.

Mientras caminaban en silencio en dirección al oeste guiados por un mapa del continente que Ral-Edir había conseguido rapiñar del cuartel de la guardia, escoltados por su lobo adiestrado y tirando de las riendas de un castrado y una yegua propiedad de las aelleris, que cargaban con el equipaje pesado, todos iban sumidos en sus respectivos pensamientos.

Pero los seis volvieron a la realidad en cuanto sus botas comenzaron a pisar un terreno diferente. Más blando y arenoso, aunque no llegaban a hundirse más allá del borde de las suelas. En ese instante, los viajeros alzaron la cabeza y Rash ladró con cautela.

Ante ellos se extendía una pradera desértica, salpicada de matojos o plantas retorcidas y resecas aquí y allá. En el horizonte no se veía nada más que el cielo raso, así como algún buitre sobrevolando la llanura en busca de carroña. Aldin suspiró, abatida. Vaya comienzo de viaje. Con cautela, echó la vista atrás para comprobar si alguien los seguía y sus compañeros hicieron otro tanto; pero todos respiraron aliviados en cuanto comprobaron que se habían alejado bastante del punto de partida. Lar ya solo era un punto en medio de la llanura semi-boscosa que dejaban atrás. Sin embargo, lo que tenían delante parecía más preocupante.

—¿Cuánto ocupa este desierto? —preguntó entonces Aldin a Ral-Edir, que observaba el mapa con el ceño fruncido.

—Unos trescientos kilómetros, si no me equivoco, aunque la escala en este papelajo no es muy exacta que digamos... —rezongó él—. Lo único seguro es que dejamos la capital a la derecha —señaló en la citada dirección, haciéndose visera con la otra mano—, más allá del límite de esta pradera... y que tendremos que atravesar el río Aneradae.

Su compañera hizo un gesto para restarle importancia a aquel par de detalles.

—¿Cuánto podemos tardar? —lo apremió entonces—. ¿Y cuántas provisiones nos quedan?

—Unos seis días, jefa —repuso el humano con media sonrisa burlona. Aldin, sabiendo el motivo de aquella expresión, sonrió avergonzada a su vez, pero Ral-Edir apenas lo vio porque enseguida se puso a revisar las provisiones con las dos aelleris—. Podría decir que estamos de suerte, porque esto podría durarnos ese tiempo... Pero sería mejor racionar y que nos durasen ocho... Por lo que pudiese pasar.

Aldin estuvo de acuerdo. Acto seguido, aprovechó a revisar el mapa que el joven había depositado en sus manos antes de alejarse en dirección a Aro y Athene, las dos monturas. Si todo estaba correcto y actualizado, lo cual rezaba la joven porque fuese así, después del desierto les tocaría atravesar un bosque de unos cincuenta kilómetros y entrarían en la tierra de Gadar. Su tierra. Un escalofrío de algo indefinido la sacudió de arriba abajo al contemplar aquel redondeado pedazo de tierra. Aún les quedaría, después del bosque, atravesar dos sierras de pequeño tamaño. Pero, al final, llegarían a Mehyan en algo menos de dos semanas.

Una mano sacudiendo la cola de caballo en que se había recogido la larga melena negra la devolvió a la realidad y enseguida vio a Gaderion tendiendo una mano hacia ella.

—Quizá debería llevar yo el mapa —expuso con calma.

Aldin frunció el ceño. A veces la irritaban sobremanera los ademanes fríos y distantes del joven mago; como si no viviese en el mundo, pero luego quisiera que este lo obedeciese. Sin embargo, la oportuna aparición de Ral-Edir en ese instante la abstuvo de dedicarle a Gaderion un comentario algo desagradable. El joven humano tomó el mapa entre sus dedos con lentitud deliberada, a la vez que le dirigía una mirada de advertencia al mago. Este entrecerró los ojos, molesto, pero no respondió. Se limitó a retroceder unos pasos y situarse al lado de su hermana.



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En el texto hay: adolescentes, misterio, viaje

Editado: 14.01.2023

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