Aquella sima estaba oscura como boca de lobo. Su forma cónica, apenas iluminada por un círculo de roca que recortaba el cielo más arriba, descendía hasta una profundidad que la criatura no podía siquiera intuir. El tritón bufó y onduló su larga cola despacio, descendiendo palmo a palmo junto a la pared mientras sus ojos se movían en todas direcciones, buscando el preciado tesoro que le habían encargado recuperar.
Las anémonas ondearon a su paso, siguiendo el recorrido de sus escamas. Los escasos corales, rodeados de pequeños pececillos, permanecían casi estáticos mientras él sorteaba un arrecife tras otro. Cada pequeña gruta que se abría ante sus ojos era escudriñada minuciosamente, sin resultado. En aquellas más diminutas, donde la vista no era un instrumento eficaz, los dedos palmeados del tritón escarbaban con suavidad en la arena del oscuro fondo. Pero todo era en vano.
«Tiene que estar por aquí», bufó para sus adentros, empezando a desesperarse. «No me harían bajar a esta sima sin una buena razón».
El problema también residía en que, cuanto más descendiese, mayor sería el peligro. «Quizá se trate de eso», pensó, maldiciendo su idiotez al no haber caído en ello antes. Si el octógono de zafiro hubiese estado a plena vista, cualquiera podría encontrarlo. Ahí residía la cuestión.
Moviendo las agallas para recuperar algo de oxígeno, la criatura continuó su descenso, deteniéndose al cabo de varios metros y quedando con la mirada fija en un punto del muro rocoso de su derecha.
Un brillo. Tenue, pero estaba ahí. El tritón se deslizó, pegándose al arrecife cercano, antes de echar un ojo por la pequeña abertura. Su mano cabría perfecta tanto a la entrada, abierta, como cerrada en puño al sacar el preciado objeto. Lo había conseguido.
Confiado, el tritón introdujo los dedos y sacó el reluciente zafiro, que brillaba incluso en aquella zona tan umbría. Sin embargo, cuando estaba dispuesto a emprender el ascenso, un dolor lacerante en la mitad de la cola hizo que maldijese y casi soltara su premio. Jurando por lo bajo, serpenteó hasta colocarse en una posición que le permitiese ver la lesión; y, en su caso, al atacante. Puesto que, al comprobar su reacción, la gran morena moteada responsable del ataque surgió como una flecha del oscuro fondo de la sima, queriendo rematar a su presa. El tritón movió entonces la mano izquierda, donde portaba un bastón de aguamarina rematado por un cuarzo verde que se iluminó ante la rápida pronunciación de un conjuro sammonen. La lengua de los magos.
Un chorro de agua hirviendo se disparó hacia la criatura; la cual trató de sortearlo, pero recibió un ramalazo en la cola que la enfureció aún más. Con decisión, el animal se lanzó contra el intruso. Este, a pesar del dolor de su apéndice posterior, consiguió hacer un giro completo de su cuerpo para apartarse de su trayectoria para, acto seguido, lanzar el mango del bastón hacia su escurridizo enemigo. Como sospechaba, le dio justo en la mitad del cuerpo, lo que hizo que la morena se encorvase, poniendo su cabeza cercana a la del tritón. Con un grito, este aprovechó la ocasión para clavarle el cuarzo superior del bastón en un ojo.
Para su fortuna, aunque la bestia aulló de manera bastante estridente, ese gesto hizo que la pelea concluyese con la huida de esta última de nuevo hacia las profundidades. El tritón resopló, notando cómo la adrenalina lo abandonaba de golpe. Necesitaba llegar a la superficie. La morena volvería, seguro. Y esta vez no podría hacerle frente.
Por ello, con un esfuerzo sobrehumano, el ser escamoso ascendió ayudándose de los salientes de la pared rocosa con las manos mientras el zafiro relucía entre sus dientes verdosos. Debía llegar... Solo un poco más...
La bocanada de aire que tomó nada más salir, escupiendo el zafiro casi al mismo tiempo, fue como volver a nacer. Se sentía seguro. Todo había terminado. Mientras las escamas retrocedían para dejar paso a su verdadero ser, el joven aprendiz de mago se arrastró gimiendo al exterior de la sima y se dejó caer sobre el mármol pulido, agotado.
—Prueba concluida —manifestó una voz suave procedente de ninguna parte, pero en un tono lo suficientemente elevado como para que el muchacho, rubio y de unos aparentes veinte años, alzara la cabeza, resoplara y se incorporara sobre una rodilla. Para su sorpresa, el dolor de unos minutos atrás estaba remitiendo a gran velocidad, tanto que ya no era más que un simple cosquilleo—. Ankel Adhelys, listo para evaluación.
El joven contuvo una mueca de disgusto mientras la penumbra daba paso a la luz aséptica y blanquecina de la Sala Principal de Examen de Dysehn, capital del reino de los magos. Frente a él, a varios metros sobre su cabeza, se alzaba el balcón de los examinadores. Como de costumbre, el Gran Maestro Esylo presidía el tribunal.
—Joven Adhelys, has demostrado una gran capacidad de intuición, valor y determinación en esta, tu última prueba para ser nombrado oficialmente Mago Superior. Con esto, tu aprendizaje concluye y pasarás a formar parte de nuestra gran Comunidad. Tras deliberar con el Consejo, tu calificación será... —Ankel contuvo la respiración, pero no pudo disimular su sorpresa cuando Esylo pronunció—. «Pase con Distinción». Enhorabuena, Ankel. Que Imno te proteja y guíe siempre tu espíritu.