Landeron Ii: los límites del mundo

Alas de acero, nuevos amigos

El sonido de aquella hoja afilada cortando el aire advirtió a Alma de que su enemigo estaba más cerca de lo que creía. A tiempo, inclinó la cabeza y pivotó hacia un lado, alzando su pequeño báculo blanco en una posición defensiva. A pesar de su apariencia frágil, como todos los bastones mágicos, engañaba a simple vista. Aquel pedazo de madera tallado, con una amatista engarzada en la punta, la había acompañado durante casi cincuenta años.

Pero si superaba aquel examen, era posible que consiguiera uno incluso mejor.

La criatura que tenía frente a ella, su última prueba antes de conseguir consagrarse como maga de pleno derecho, agitó todo su cuerpo, irritada; haciendo que las placas metálicas que lo recubrían cual armadura tintinearan, produciendo una desagradable melodía. Sus alas, en vez de plumas, poseían una serie de finísimas cuchillas tan afiladas que serían capaces de cortar un papel al vuelo sin esfuerzo.

La joven tragó saliva y se preparó para una nueva arremetida. El ave metálica chasqueó el pico y cogió impulso arrastrando las garras sobre el suelo de mármol, lo que produjo un horrendo chirrido acorde al grito de rabia que salió de su garganta metalizada.

Cuando se lanzó hacia ella, Alma inspiró hondo, se concentró y empezó a pronunciar las palabras de su siguiente conjuro. Alzó el báculo, se apartó un par de metros de la trayectoria de la criatura e hizo girar la madera sobre su cabeza trescientos sesenta grados. De inmediato, una fuerte corriente empujó al ave metálica de costado, desequilibrándola y haciéndola golpear el suelo. Y entonces, Alma lo vio.

Apenas un resquicio entre las placas metalizadas. Un solo toque de su gema mágica y el ave volvería al estado de luz, su esencia original. Ese era el objetivo del ejercicio.

El impacto debía de haber resultado más dañino de lo que la aprendiza había supuesto; puesto que el ave, antes belicosa, ahora permanecía tendida y respirando agitada mientras hacía vanos esfuerzos por levantarse.

Alma la rodeó despacio, con el báculo en alto, pero la criatura ni se inmutó. La joven tragó saliva, hizo un pase con la mano seguido de tres suaves palabras y alzó el vuelo por prudencia, flotando sobre el ala tendida y el abultado vientre de la enorme ave hasta situarse sobre la zona desprotegida que creía haber visto. Alma aproximó la punta del báculo para apartar la placa con tiento.

Tanto el ligero temblor bajo su aura de levitación como un silbido característico la avisaron a tiempo para apartarse; lo único que el afilado plumaje de la bestia pudo cortar fue un mechón de negro cabello. Alma pugnó por alzar más el vuelo, pero cometió el error de no contar con los agudos reflejos de un animal herido.

Aprovechando que el movimiento de huida la había despistado, el ave alzó el pico a toda velocidad y aferró el báculo por su extremo superior. La joven maga no tuvo tiempo de reaccionar y, en cuanto la criatura agitó el cuello, bastón y propietaria salieron disparados hacia el otro extremo del salón a la vez que un sonoro crujido partía en dos la preciada herramienta. Mientras Alma trataba de aterrizar con suavidad, algo que solo consiguió a medias y que acusaron tanto su costado como su brazo izquierdo, la punta de amatista cayó al suelo con un tintineo y ahí quedó, entre las patas del ave metálica que ya se levantaba de nuevo, roto el señuelo y dispuesta a lanzarse de nuevo sin contemplaciones hacia Alma.

Dolorida, esta sopesó sus opciones. Sin la punta de amatista, el báculo no era más que un trozo de madera roto e inservible. Debía alcanzarla como fuese posible. Pero...

La joven entrecerró los ojos, atisbando algo que antes no había observado. ¡Claro! ¿Cómo no se había dado cuenta antes?

Decidida, arrojó el madero a un lado y se incorporó sobre las manos, enfrentando su mirada con la del ave metálica. Esta cloqueó y graznó, anticipando el festín. Alma procuró mantener el contacto visual lo máximo posible y se situó de forma que solo quedase uno de sus costados a la vista del monstruo. En el otro, su mano se movía lentamente al tiempo que sus labios pronunciaban su siguiente conjuro entre dientes.

Cuando el extremo largo del báculo se alzó en el aire, agitándose, unos metros a la izquierda del monstruo, este giró la cabeza con vaga curiosidad, anticipando un posible ataque.

«Paciencia, Alma», se recomendó la muchacha mientras contenía el regocijo por que el truco hubiese dado resultado. «Ya casi está...»

En efecto, unos segundos después, la curiosidad pudo con la enorme criatura y dio un paso en dirección hacia el báculo flotante, logrando lo que Alma había estado esperando.

Las placas de su vientre se abrieron apenas un centímetro, dejando expuesta la piel.

La aprendiza, sin dudarlo, alzó entonces la mano libre, la que estaba la vista, y gritó las mismas tres palabras que había usado para levantarse ella; las que mantenían en vilo el báculo. Y la punta de amatista voló a toda velocidad para encajarse entre el metal, alcanzando la piel.

De inmediato, se produjo una reacción luminosa tan intensa que Alma cerró los ojos, cegada, antes de encogerse sobre sí misma para tratar de protegerse de la intensa explosión que vino a continuación, haciendo desaparecer a su enemigo. Sin embargo, en cuanto volvió a enfocar lo que tenía alrededor, Alma comprobó que no solo el ave, sino toda la ilusión mágica que rodeaba el ejercicio se habían desvanecido por completo. La sala de exámenes volvía a lucir tan blanca y brillante como siempre.



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En el texto hay: fantasia aventura y magia

Editado: 14.01.2023

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