Landeron Ii: los límites del mundo

¿Qué es lo que quiero?

Tras lo que le pareció un laberinto eterno de pasillos, Alma respiró aliviada, a la par que con cierta decepción y emoción contenida –todo en uno–, mientras Ankel le abría la puerta a una maravillosa sala repleta de objetos mágicos. Mirara adonde mirase, los iris de la joven hechicera se posaban en toda clase de artefactos, libros, plantas exóticas frescas o desecadas en sus correspondientes tarros. Además, sobre los maniquíes y percheros repartidos sin orden aparente por la sala se distribuían túnicas, guanteletes, amuletos... En definitiva, aquella sala era la chispa de la avaricia de cualquier mago.

Pero Alma no era avariciosa. Al contrario, observaba todo con devoción mientras caminaba detrás de Ankel en dirección a un punto concreto de la enorme estancia.

Apenas unas cristaleras rectangulares, situadas sobre el friso del muro sur, daban algo de iluminación natural a la estancia. Justo bajo las mismas, pegado a la esquina oriental de piedra, un anciano de aspecto afable se inclinaba sobre unos papeles dispuestos sobre un atril de madera tallada. Las alas de un dragón color caoba sostenían la estructura superior, al tiempo que la cola se enroscaba sobre el pie del mueble. Alma se estremeció sin quererlo al fijar la vista en los zafiros que habían engarzado en sus ojos. El detalle de aquella obra de artesanía casi hacía parecer que la criatura fuese a salir volando de un momento a otro.

—¡Ah! —escuchó entonces una voz algo cascada a la altura de su cabeza, haciéndola dar un respingo y olvidar sus etéreas reflexiones—. Alma Evenath, ¿verdad?

La muchacha se puso alerta, aunque Ankel parecía cómodo con la situación, lo que denotaba la presencia de sus manos en los bolsillos de la túnica azul cielo y la leve inclinación de su cabeza. Alma tuvo que admitir para sí que era bastante atractivo antes de obligarse con rudeza a hacer caso del anciano y lo que tuviera que decirle.

—¿Cómo lo sabe? —se interesó.

A lo que su interlocutor le devolvió una sonrisa de dientes sorprendentemente sanos. «Un mago de Agua o Tierra», dedujo, aunque por sus ropas entremezcladas no podía saberlo.

—Sé muchas cosas, jovencita —replicó el anciano con afabilidad, cambiando una mirada cómplice con Ankel y evidenciando que se conocían más allá de la mera rutina burocrática—. No por nada soy el guardián de los tesoros de Nekda.

«Tesoros». Alma procuró no hacer ninguna mueca que delatase lo mucho que la perturbaba aquella palabra desde hacía meses, al tiempo que se obligaba a sonreír con educación.

—Por supuesto —respondió, con los dientes aún algo apretados—. Todos los magos de Landeron conocen su figura y su reputación. Por favor, discúlpeme.

La mirada que le dirigió el anciano a continuación, sin embargo, no indicaba solo que aceptaba su disculpa. Era como si... Alma se estremeció. ¿Podía ser posible?... ¿Había... algún mago capaz de eso sin ni siquiera rozar su piel? Ni siquiera los eruditos de Aire que había conocido en Lar, ermitaños de lo alto de las torres de la Escuela de Magia, podían lograrlo. No sin contacto físico. Era una habilidad reservada a la raza de...

Casi como un reflejo, mientras un rostro azul enmarcado por una larga melena oscura impactaba en su mente como un rayo, la muchacha inclinó la mirada y reprimió el impulso de retroceder y alejarse del anciano, a la vez que buscaba evitar sus ojos oscuros. Pero si él había visto algo más allá de su piel morena, no lo expresó en voz alta; al contrario, tras unos segundos de silencio incómodo, aquel pareció suspirar, se situó bien las gafas sobre el puente de la nariz y le indicó con solicitud que lo siguiera. Alma, tras intercambiar una mirada interrogante con Ankel –la cual solo obtuvo como respuesta media sonrisa misteriosa que aceleró el corazón de la muchacha sin motivo aparente–, se dejó conducir por el anciano, que sorteaba peanas, atriles y percheros con sorprendente agilidad.

—Como no sé si te habrán explicado alguna vez en la Escuela —comenzó este, sin tono peyorativo—, cuando un mago termina su aprendizaje y pasa su examen final, tiene derecho a escoger entre uno y dos objetos de esta sala. En tu caso, por tener un Pase con Distinción, serían dos —al comprobar cómo Alma abría unos ojos como platos, se apresuró a añadir—. No tengas prisa, pequeña. Si hay algo que verdaderamente deseas, lo encontrarás aquí.

La muchacha se giró de golpe, quizá con excesiva brusquedad, hacia el sonriente anciano. Al comprobar que su compostura no variaba, entrecerró los ojos, volviendo a sentir esa incómoda sensación de que el guardián podía ver a través de ella. Tragó saliva y tras asentir con cierta rigidez, fingió otear las vitrinas a su alrededor. «Si hay algo que verdaderamente deseas, lo encontrarás aquí». ¿De verdad podría encontrar la pista que la condujera hasta su hermana?

De reojo, observó al anciano mientras se alejaba, al tiempo que su mente elucubraba una teoría tras otra sin control; pero aquel había devuelto su atención hacia el atril del dragón y comentaba algo con Ankel en actitud distendida, aunque Alma no conseguía aguzar lo suficiente el oído a aquella distancia como para escucharlo. Un conjuro de escucha era coser y cantar para un mago de Aire, pero prefería no arriesgarse. Además, la cantidad de material mágico que la rodeaba parecía tener la capacidad de embotar sus sentidos hasta el punto de transportarla a otra dimensión paralela. Una en la que solo estaban ella... y la magia.

Entonces, lo tuvo claro. Fue como si una fuerza misteriosa tirase de su conciencia hacia aquel maniquí. Despacio, Alma puso un pie detrás de otro para avanzar hasta allí y contemplar, como si no lo creyese, el objeto que relucía sobre el cuello de la figura de tela.

A simple vista, era un amuleto anodino que desprendía un levísimo resplandor blanco azulado. Una espiral de plata blanca que parecía cambiar de color según el caprichoso crepitar de la antorcha que la iluminaba. Alma acercó los dedos para acariciar el metal con suavidad. Estaba curiosamente frío al tacto, pero no le importó antes de tomar la cadena con los dedos, desabrocharla y desprender el amuleto del cuello de su "dueño".



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En el texto hay: fantasia aventura y magia

Editado: 14.01.2023

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