Landeron Ii: los límites del mundo

Un atisbo de luz

Cuando Xelanya escuchó el cuerno de auxilio, enzarzada en plena batalla con un guardia especialmente veterano y fiel a su padre hasta la muerte, el cual ni siquiera había tenido la educación de reconocerla, un escalofrío recorrió su espina dorsal al tiempo que aguzaba el oído. Esos gruñidos... Maldijo mientras detenía otra estocada con su sable curvo y asestaba una patada a su oponente que lo acertó por sorpresa en el estómago, desestabilizándolo por un segundo.

Sin mirar atrás ni comprobar si la seguía, Xelanya se giró para correr hacia su montura. Tras su espalda, tan solo escuchó unos pasos que corrían y un grito de frustración, que se transformó en dolor cuando otra elfa de su batallón se interpuso en el camino de su perseguidor y clavó su filo en la carne para impedirle seguir avanzando. El caballo araíno respondió sin rechistar, incluso aunque su amazona tuviese que desprenderse de otro molesto guardia con un violento empellón cuando ya había puesto un pie en el estribo.

—¡Replegaos! —indicó a su batallón, a lo que estos obedecieron no sin cierta sorpresa que a más de uno le costó la vida. Xel apretó los dientes. No podían permitirse perder a más gente, el tiempo apremiaba y cuanta más muerte, mejor se lo ponían a Thaeder; fuera por lo que fuese, aquel hechicero oscuro adoraba la nigromancia hasta un nivel casi patológico—. ¡Hacia las ruinas! ¡Vámonos!

Los hombres de Karan, confiados, persiguieron a los asaltantes que huían sin pensarlo dos veces. Pero cuando llegaron justamente a las ruinas de la granja de los difuntos Dhor y Gala, cuya disposición Aldin les había indicado con precisión por si la necesitaban, Xelanya destapó la sorpresa. Una mezcla de polvo de hojas de sauce blanco y ceniza que, mezclado con sangre de lagarto de roca constituía una mezcla explosiva que convirtió todo el edificio en una gigantesca bomba de humo en cuanto el enemigo se acercó lo suficiente.

El comandante de las tropas de Karan tosió igual o más que sus soldados, maldiciendo a la muchacha morena por lo bajo repetidas veces mientras intentaba que sus ojos dejasen de lagrimear y su visión se ajustara de nuevo a la oscuridad. Mientras tanto, solo percibieron como algunas sombras y varios filos se abatían sobre ellos, dejando a más de un guardia moribundo en el suelo. Xelanya, por su parte, al verse libre de enemigos, galopó a toda velocidad, cruzando el pueblo que conocía de memoria, en dirección a su amado en apuros.

* * *

—¡Son demasiados! —clamó un soldado de Baldranel entre la algarabía de la batalla, cuando se encontró con la espalda pegada a la de su líder—. ¡Y se mueven rápido, los condenados!

—La oscuridad paga bien —ironizó Baldranel, mientras seguía disparando con su arco a toda sombra sospechosa que se movía.

El cuerpo de infantería se encargaba de escoltar a la parte del grupo que tenía que llegar a las bodegas, algunos de los cuales habían caído por el camino, mientras que los arqueros se encargaban de flanquear al grupo y eliminar a los elfos oscuros que aún se escondían entre las granjas. Sin embargo, era tan difícil verlos, envueltos en sus uniformes oscuros... Baldranel suspiró mientras avanzaba a paso ligero, atento a cualquier atisbo de ataque inminente. A lo lejos, un caballo relinchaba y se escuchaba fragor de batalla por igual. Si todavía no se les había echado toda la guardia encima, intuía que se debía a que Xel estaba haciendo bien su parte. Pero al pensar en ella no pudo evitar temer lo peor. ¿Y si...?

«No. Ya la perdiste una vez, no volverás a hacerlo», se juró por enésima vez.

Sin embargo, esa breve distracción casi le costó la vida cuando una elfa oscura –identificable por las formas perfiladas bajo las telas ceñidas, las cuales tapaban todo su cuerpo de la frente a los pies–, se lanzó sobre él desde un tejadillo cercano con el que no habían contado.

—¡Comandante! —advirtió entonces su escolta, poniendo de paso sobre aviso al resto del batallón.

La flecha fue precisa. Baldranel agachó la cabeza y la madera silbó sobre su cabello rubio ceniza, que mantenía corto a pesar de todo, clavando su punta de hierro plateado en el pecho de la elfa enemiga. La cual, tras gemir de agonía, cayó al suelo como un fardo y no volvió a moverse. Pero el peligro no había pasado. Varios de sus compañeros ya se reagrupaban por entre las granjas para dirigirse hacia ellos, arcos y sables en ristre.

No obstante, cuando estaban a apenas cinco metros de distancia y tanto Baldranel como sus oficiales enarbolaban sus propias armas, se escuchó un relincho agudo y, uno a uno, los elfos oscuros fueron desplomándose en el suelo como marionetas sin hilos. Al ver aparecer a Xelanya, Baldranel sonrió con cierta preocupación. Esperaba ver a alguno de sus subordinados, no a ella misma. ¿Quién quedaba dirigiendo entonces a los que contenían a la guardia de Karan, al otro lado de la ciudad?

—Mi señora —saludó—. ¿No teníais asignada una misión?

Ella ignoró la falsa reprimenda oculta en aquella frase antes de hacer una seña a su propio grupo, que se organizó para cubrir el perímetro mientras nuevos elfos oscuros, apenas los más rezagados de la zona, empezaban a llegar en un goteo fácil de contener. Los guardias de Karan seguían defendiendo mientras tanto la puerta principal y, en efecto, un pequeño comando capitaneado por el teniente de mayor confianza de Xelanya los mantenía entretenidos; por lo que el camino a las bodegas estaría más despejado que nunca.

—Tenía algo más importante que hacer —aseguró ella con desparpajo antes de aproximarse, aún montada sobre el caballo—. ¿Lo llevo, comandante?

Y Baldranel, pasada la súbita irritación como por ensalmo, mostró media sonrisa conforme y aceptó la mano que le tendían.

El pasadizo que había mencionado Xelanya era más estrecho de lo que el joven Finarien había supuesto. De los diez acompañantes que les restaban, cinco habían entrado con ellos en el túnel y otros cinco permanecían montando guardia junto a los caballos en el exterior de la bodega abandonada. Olía a rancio, a moho y a abandono. Por si fuera poco, los incursores dependían exclusivamente de su vista y en el suelo, de tanto en cuanto, se podían pisar estructuras que no coincidían exactamente con la piedra pero que, por desgracia, no se distinguían del todo en la negrura. ¿Cómo era posible? ¿Magia negra? Baldranel, a pesar de todo, ni siquiera quería contemplar aquella posibilidad. Pero si Karan colaboraba con Thaeder, debía reconocer que era la opción más probable.



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En el texto hay: fantasia aventura y magia

Editado: 14.01.2023

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