Lany

4.- Las ruinas subterráneas.

El sol, un sol abrazador que doblegaría la voluntad de cualquier ser humanoide sin la resistencia necesaria, su calor al medio día resonaba con el viento que movía las grandes embarcaciones de arena, que seguían su camino sin descanso entre diablos del desierto y confusos espejismos, ilusiones del Destructor y de los dioses de la muerte.

El viento, en ocasiones, soplando una briza que dejaba al sol con plena fuerza, o en ocasiones soplando potentes tormentas de arena que nublaban la vista y golpeaban con la fuerza de potentes balas minúsculas, desatando la desesperación y los deseos de volver en los débiles de voluntad.

Sin duda cualquiera hubiera dado la vuelta y regresado a las poblaciones, donde encontrarían refugio, comida y agua. Pero aun así, las barcas continuaban el sendero marcado por el tambor, sus corazones fijos en el sur dispuestos a encontrar su hogar, no hubo elfa que se rindiera, aunque las fuerzas les fallaran, aunque el sol abrazador y la gélida noche las golpearan con la furia de todas las deidades.

Nunca flaquearon, aquellas que no aguantaban el calor o la labor caían desmayadas, subidas al galeón por sus compañeras para que Ali y sus sanadoras pudieran atenderlas, pero nunca quitaron sus miradas de su hogar.

-Nos estamos desviando-, dijo Hugo un tanto decepcionado-, diez grados al oeste.

-Hemos estado viajando al sur por días-, le replico Zafiro mientras el tambor marcaba el giro-, la ciudad ya debería verse en el horizonte.

El capitán y la Matriarca iniciaron una nueva discusión, replicando el uno al otro las razones por las que una ciudad tan grande como lo era Decertica, que se podía ver su resplandor por todas sus fronteras, ahora no estaba ahí.

Arena, sol y viento, era todo lo que se veía, no lograban ver lo que alguna vez hubiera sido el gran palacio real en la cumbre de la ciudad, o el gran fénix de oro sujetando el magnífico rubí que hacía de faro para todas las caravanas de antaño.

Mientras la discusión entre las dos cabezas de la compañía se alargaba, Lany observaba el camino que dejaban atrás, el viento borraba las huellas de los barcos al poco tiempo, ya no veía indicios de los carroñeros ni de otras cosas que pudieran estarlos siguiendo.

Pero al ver al oeste, se maravilló al contemplar la grandeza de aquellas criaturas, una manada de seres imponentes de al menos veinte metros de altura, caminando a cuatro patas planas y robustas, sus cuerpos eran robustos y los colmillos que salían de debajo de sus largas trompas eran impresionantes.

-Linda-, la llamó desde detrás del tambor-, Linda ¿Qué son esos?

Linda se acercó a la pequeña que ya casi dominaba el idioma común, observó el oeste a la manada de aquellas criaturas y le contesto a Lany.

-Esos son Olifantes, grandes criaturas, nobles y de buen corazón, antaño nuestra gente los criaba para ser grandes bestias de carga, ahora sobreviven en manadas de hasta cuarenta miembros, es raro, jamás habían llegado tan al sur las manadas salvajes.

 -Sería una señal-, dijo Lany con una sonrisa-, también vuelven a casa.

-Muy probable, sus antepasados fueron grandes amigos de Decertica, es posible que su instinto los esté llevando devuelta ahí, para reunirse con sus viejos amigos.

Las inmensas criaturas observaron a la compañía alejarse poco a poco, alzando las trompas las despidieron con fuertes bramidos y alaridos que lograron escuchar como trompetas a lo lejos, los barcos no se detuvieron para responder, pero más de la mitad de las viajeras si voltearon su mirada para responder al llamado, saludando a las bestias con las manos en alto y una hermosa sonrisa en el rostro.

Al paso de algunos segundos, la manada se hundió entre las  arenas, como si el desierto los hubiese devorado, Lany ahora comprendía que eso no era posible, que simplemente ya no eran perceptibles a su vista. Aunque ella deseaba seguir aprendiendo más cosas, era feliz. Observado cada día más y más, lo que hacían sus hermanas, las palabras que usaban para cada objeto o acción.

El viento cálido del desierto no era nada comparado con aquel viento cruel que la había golpeado aquel día en la montaña, aquella sin duda había sido una mala experiencia para la pobre elfa, el aire de la montaña lo recordaba como diversas punzadas que la habían golpeado y aguijoneado, haciendo que su cuerpo entumecido le doliera hasta los huesos.

En el desierto no encontró tal cosa, el viento ahí era abrazador, sofocante para algunos, insoportable para otros, pero Lany, lo sentía como un abrazo, un dulce abrazo similar al que ella recibía todas las noches antes de dormir, ya fuera de Linda o cualquier otra elfa que la vigilara.

La pequeña poco a poco fue volviéndose más independiente, aunque el miedo a la oscuridad siempre era su mayor obstáculo, cada noche ayudaba a Tiky a servir la cena a todas sus hermanas y Hugo, por las mañanas si encontraba un momento libre Linda la llevaba con Lili para que mejorase su lenguaje en el idioma común, matemáticas y otras ciencias generales.

Había ocasiones en las que Linda no podía cuidarla, puesto que debía asistir a Zafiro en diversos asuntos en el camarote de Hugo, por lo que la pequeña se dirigía a otra embarcación, donde Thai la entretenía con sus artesanías, pero la mayor parte del tiempo la pequeña se la pasaba en los espolones, al frente de toda la compañía, contemplando el viaje.



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En el texto hay: fantasia, amor, elfas

Editado: 27.06.2021

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