Dicen que hay almas que no pertenecen a un solo mundo. Algunas cruzan los reinos del tiempo, la magia y la oscuridad como si cada uno de ellos fuera su hogar, dejando una huella brillante dondequiera que pasan.
Lyrenelle Stardrop no recordaba cuándo comenzó su viaje. Tal vez nació con las estrellas, o tal vez cayó con ellas. Pero lo que sabía con certeza era esto: su esencia estaba hecha de trozos de universos distintos, retazos de mundos que brillaban, lloraban, ardían o susurraban.
En un reino, era un hada de luz.
En otro, una elfa guardiana del bosque.
En las sombras, una princesa vampiro con ojos de luna llena.
Y en los rincones más ocultos del universo, una viajera inmortal con secretos que ni los dioses se atreven a pronunciar.
Lyrenelle no era una heroína. Tampoco una villana.
Era un eco constante, un poema inacabado que los mundos no podían olvidar.
Y su historia apenas comenzaba.