La Hada De Luz.
En lo alto de un reino suspendido entre nubes de algodón y luces titilantes, donde cada hoja parecía cantar con el susurro del viento, vivía Lyrenelle, la última Hada de Luz. Sus alas eran un abanico de cristal que reflejaba el arcoíris en cada movimiento, y su sonrisa tenía el poder de curar las heridas más profundas del alma.
Pero no siempre fue así.
Desde pequeña, Lyrenelle sintió en su pecho un vacío, un eco que la hacía preguntarse si realmente pertenecía a aquel reino perfecto. Aunque todos la adoraban y la llamaban “el corazón luminoso del bosque flotante”, ella sentía una sombra en su interior, un misterio que ni la magia más pura podía explicar.
Un día, mientras volaba cerca del Lago de las Estrellas, descubrió un fragmento de cristal negro en el agua —una pieza que no debería estar allí, pues el lago solo reflejaba luz pura. Al tocarlo, una voz susurró en su mente:
“Lyrenelle... no eres solo una Hada de Luz. Hay más mundos dentro de ti, secretos que esperan despertar.”
A partir de ese momento, su vida cambió para siempre.
Lyrenelle sostuvo el fragmento de cristal negro entre sus dedos delicados, sintiendo cómo una energía fría y desconocida se extendía por su palma. El lago, que siempre había sido un espejo de pureza y calma, parecía ahora un portal a secretos olvidados.
Con el corazón acelerado, decidió no contarle a nadie sobre el extraño objeto. Sabía que, si lo hacía, podría cambiar todo lo que conocía. Pero algo dentro de ella le decía que ese cristal era la llave para entender quién era realmente.
Esa noche, bajo el manto estrellado, Lyrenelle soñó con mundos que nunca había visitado. Caminaba entre árboles que susurraban en lenguas antiguas, navegaba mares de oscuridad donde sirenas cantaban melodías melancólicas, y volaba sobre ciudades de cristal iluminadas por lunas de colores imposibles.
Cuando despertó, supo que debía buscar respuestas más allá del reino de las hadas. Pero abandonar su hogar no sería fácil. Los bosques flotantes estaban protegidos por los Ancianos de Luz, quienes vigilaban que ninguna sombra atravesara sus fronteras.
En ese momento, apareció un pequeño ser, tan brillante como una luciérnaga, pero con ojos sabios y voz susurrante.
—Lyrenelle —dijo—, no estás sola en esto. Hay otros como tú, almas que viajan entre mundos. Pero debes ser cuidadosa; la sombra que llevas puede ser tanto tu mayor poder como tu peor enemigo.
Ella miró al pequeño guardián con una mezcla de miedo y esperanza. Así comenzaba su verdadera aventura, un viaje que la llevaría a descubrir que la luz más pura no puede existir sin oscuridad.
Mientras Lyrenelle contemplaba el misterioso cristal, una suave brisa trajo hasta ella un pequeño ser con alas doradas que parecían de hilo de oro. Su cuerpo era diminuto, no más grande que una mano, pero sus ojos tenían la profundidad de siglos y un brillo que iluminaba la oscuridad.
—Me llamo Faelar —dijo con voz melodiosa—, soy un Guardián de las Estrellas, enviado para ayudarte a entender la verdad que habita en ti.
Lyrenelle sintió un extraño consuelo en esa voz, como si el vacío en su pecho se calmara apenas por un instante.
Faelar explicó que el reino de las hadas no era el único lugar de magia; existían infinitos mundos paralelos, y algunos seres como Lyrenelle tenían el don —o la maldición— de poder viajar entre ellos sin recordarlo del todo.
—Tu magia —continuó Faelar— es más compleja de lo que imaginas. La Luz y la Sombra conviven dentro de ti, y la clave para dominarlas está en aceptar ambas.
En el reino de las hadas, la magia fluía a través de la Naturaleza misma. Las flores cantaban al amanecer, las estrellas guiaban a los viajeros perdidos, y el viento llevaba los secretos de un lugar a otro. Los Ancianos de Luz mantenían el equilibrio, pero no conocían la existencia de otros universos ni de fragmentos oscuros como el cristal que Lyrenelle encontró.
—Debemos irnos —dijo Faelar, desplegando sus alas—. Hay fuerzas que quieren controlar ese cristal y usarlo para romper el velo entre mundos.
Lyrenelle asintió, una mezcla de miedo y determinación en sus ojos. Sabía que su vida ya no sería la misma.
La primera misión de Lyrenelle y Faelar comenzó en el Bosque Susurrante, un lugar sagrado donde los árboles antiguos guardaban las memorias de milenios. Allí, el cristal negro había despertado una sombra inquietante que amenazaba con consumir la luz del bosque.
Mientras avanzaban entre raíces retorcidas y hojas que murmuraban advertencias, Lyrenelle sintió cómo la oscuridad intentaba envolverla. Faelar, con su brillo dorado, era su faro en esa noche casi eterna.
—Debemos encontrar el Corazón del Bosque —explicó Faelar—. Es un núcleo de energía pura que puede limpiar la sombra, pero está protegido por los Espíritus de la Niebla, guardianes que no aceptan fácilmente a los intrusos.
Al acercarse, unas figuras etéreas surgieron, flotando entre la neblina con ojos que parecían estrellas apagadas.
—¿Quién osa perturbar nuestra paz? —preguntó una voz resonante.
Lyrenelle respiró profundo y, con valentía, respondió: