La Sirena De Los Abismos.
En las profundidades donde la luz del sol jamás alcanza, donde las corrientes susurran secretos a las criaturas de la oscuridad, vivía Lyrenelle Stardrop, la Sirena de los Abismos. Su canto, dulce como la nostalgia e hipnótico como el sueño, era capaz de calmar tormentas... o de hundir barcos enteros.
Su cola era de un azul profundo con destellos tornasol, como si estuviese hecha de estrellas atrapadas en el agua. Su piel, suave como el coral, brillaba tenuemente bajo la luz de las medusas errantes. Su cabello flotaba en ondas como un halo oscuro, ocultando los ecos de tragedias pasadas.
Pero Lyrenelle no era como las demás sirenas.
No cazaba por diversión. No seducía por crueldad.
Ella estaba maldita.
Una antigua profecía decía que su voz estaba ligada a las lágrimas del océano. Por cada nota que cantara, un recuerdo suyo se desvanecería. Y, sin embargo, ella seguía cantando... buscando en cada melodía la memoria que no quería perder: una promesa hecha bajo la luna, con alguien que no recordaba... pero cuyo nombre aún dolía.
Una noche, el mar rugió con fuerza inusual. De entre las olas emergió un navío con velas negras, perseguido por criaturas abisales que sólo respondían al canto de Lyrenelle. Un joven marinero, aferrado al timón, gritaba al cielo:
—¡¿Quién eres?! ¡¿Qué quieres de mí?!
Lyrenelle lo observó desde la oscuridad, su corazón latiendo con fuerza. No lo reconocía. Pero sus ojos... sus ojos eran idénticos a los del que había prometido regresar.
Y ella, sin pensarlo, cantó.
Su voz cruzó el océano como un lamento.
Y en ese instante, olvidó su nombre.
La melodía de Lyrenelle envolvía la embarcación como una bruma hechizante. Las criaturas abisales se detuvieron, flotando en calma como si el océano entero se hubiera rendido ante aquella canción. El navío, ahora a salvo, se deslizó suavemente sobre el agua, hasta encallar en un arrecife oculto bajo el velo de niebla.
El joven marinero cayó de rodillas, jadeando, con los ojos fijos en el abismo. No había duda: esa voz venía de algo más que una leyenda.
—¿Dónde estás? —murmuró, sus ojos recorriendo la superficie—. ¿Por qué siento que... te conozco?
Desde la oscuridad, Lyrenelle lo observaba. Quería emerger. Quería preguntarle por qué su mirada le arrancaba lágrimas que no recordaba haber llorado jamás. Pero sabía que si volvía a cantar… si siquiera susurraba su nombre… otro pedazo de su alma desaparecería.
A su alrededor, otras sirenas comenzaban a murmurar. Algunas la adoraban. Otras la temían. Y unas pocas, lideradas por una sirena de escamas negras llamada Nerith, comenzaban a conspirar.
—Ella es un peligro —susurró Nerith con veneno en la voz—. Su canto no trae salvación, sino ruina. Si sigue perdiendo recuerdos… se volverá monstruo.
Lyrenelle sintió ese eco en su pecho. Cada nota robada, cada memoria que se desvanecía, la acercaba más a la locura del océano profundo. Y sin embargo…
—No puedo dejarlo ir —susurró ella, casi en un pensamiento—. No esta vez.
Esa noche, decidió subir a la superficie. No como una sirena. No como una criatura maldita.
Sino como la sombra de un recuerdo que aún se atrevía a esperar.
Lyrenelle emergió entre las olas cuando la luna llegó a su punto más alto. Su silueta, bañada por la plata del cielo, se deslizaba silenciosa hacia la roca donde el joven marinero descansaba, agotado. El agua resbalaba por su piel como si la luna misma la acariciara, y sus ojos… sus ojos llevaban el peso de mil vidas olvidadas.
Él la vio.
Y por un momento, el mundo se detuvo.
—Eres tú —susurró él, sin entender por qué esas palabras salían solas—. Yo... te he visto antes, ¿verdad?
Lyrenelle abrió los labios. No para cantar. No esta vez. Sino para hablar con su voz real. La que nunca usaba.
—No sé quién eres… pero mi alma te recuerda.
Él se acercó, fascinado, sin miedo alguno. Como si algo más fuerte que la razón los uniera.
Pero justo cuando sus dedos estaban por rozarse…
—¡¡LYRENELLE!! —rugió una voz entre las olas.
Nerith apareció, seguida por otras sirenas de mirada afilada y escamas oscuras. El océano tembló con su furia.
—¡Has traicionado nuestro pacto! ¡Has ascendido a la superficie sin permiso! ¡Te estás desmoronando, y vas a arrastrarnos contigo!
—¡Déjala en paz! —gritó el marinero, sin entender del todo lo que ocurría, pero protegiéndola como si su vida dependiera de ello.
Nerith alzó la mano y una columna de agua lo arrojó contra las rocas.
—¡NO! —gritó Lyrenelle, y su voz se convirtió en un estruendo.
Las sirenas se cubrieron los oídos, gritando. El océano rugió. Las estrellas temblaron. Y en ese instante, Lyrenelle vio una visión fugaz: ella misma, en otro tiempo, en otra vida… junto a ese mismo joven, riendo bajo la lluvia.
Pero la imagen se deshizo como espuma.