La Híbrida Prohibida
Nació bajo un eclipse.
Su madre era una maga del Reino Celestial.
Su padre, un demonio caído del Abismo Carmesí.
El equilibrio del mundo se resquebrajó el día que Lyrenelle Asthyr respiró por primera vez.
Los dioses exigieron su muerte.
Los demonios quisieron poseerla.
Los humanos… solo temían su existencia.
Fue escondida entre portales, sellada con hechizos, alimentada por el silencio.
Durante años, Lyrenelle creyó ser una niña huérfana, extraña, marcada por sus ojos dispares: uno azul plateado, uno rojo sangre.
Pero cuando cumplió diecisiete años, el sello que contenía su alma comenzó a romperse.
Y con él… también se quebró el mundo.
———
El Reino Celestial envió a su arma más pura: un guerrero llamado Kael, cuya luz era tan brillante que incluso las sombras temblaban ante él. Su misión era clara: destruir a la híbrida antes de que sus dos mitades colapsaran el tejido mágico del universo.
Pero cuando Kael la vio…
No pudo hacerlo.
—Tus ojos —dijo con voz temblorosa—. Ya te he visto en mis sueños…
Lyrenelle retrocedió, sus alas aún sin despertar. Su energía temblaba entre corrientes de oscuridad y luz. En sus manos, fuego y hielo se entrelazaban como si siempre hubieran sido uno.
—¿Por qué tengo tanto dentro de mí? ¿Qué soy realmente?
Kael bajó su espada.
—La respuesta que buscas… se encuentra en el Templo de los Ecos, donde los recuerdos de los híbridos prohibidos arden en silencio.
Pero cada paso que daba, Lyrenelle comenzaba a escuchar voces.
De demonios…
De dioses…
Y de otra versión de sí misma, encerrada en un espejo sin reflejo.
———
Una noche, mientras descansaban en las Ruinas de Ébano, Kael le confesó algo:
—Fui creado para destruirte. Pero cada día que paso contigo, siento que fui hecho para protegerte.
—Entonces… ¿me elegirías, incluso si eso destruyera todo lo que conoces?
Kael no respondió.
Solo la miró.
Y ese silencio… fue más fuerte que cualquier juramento.
———
Pero los dioses no esperaban.
Los demonios se estaban organizando.
Y alguien más la estaba buscando…
El Hijo del Vacío.
Un híbrido como ella. Uno que fue destruido siglos atrás… pero que dejó un fragmento de sí dentro del mundo. Y ahora que Lyrenelle existía, él quería unirse a ella…
No por amor.
Sino para reescribir la creación.
Y entonces… el espejo habló:
—Lyrenelle. Yo soy tú… pero sin piedad.
———
Dentro del Templo de los Ecos
Las puertas estaban cubiertas de grietas, como si el universo las hubiera intentado cerrar una y otra vez… sin éxito. Lyrenelle, con los ojos brillando de manera dispareja, sintió que algo en su sangre respondía al antiguo poder.
—Esto es una locura —murmuró Kael—. Aquí es donde los antiguos híbridos fueron encerrados. Nadie ha entrado desde el cataclismo.
—Yo no entro para ver el pasado —respondió ella, firme—. Entro para decidir el futuro.
Y lo hizo.
Al cruzar las puertas, todo el sonido desapareció.
La luz se volvió líquida.
El tiempo… dejó de avanzar.
Y allí, en el centro del templo, la esperaba el Espejo del Fin.
No era de vidrio. Era una superficie viva, que palpitaba al ritmo del alma de Lyrenelle. Y de él salió su reflejo, su otra mitad: la versión de ella que jamás conoció amor, que jamás dudó, que jamás tuvo miedo de su poder.
—¿Por qué me sellaste? —preguntó esa otra Lyrenelle—. ¿Por qué tuviste miedo de ser completa?
—Porque si lo hacía… me convertiría en un monstruo.
—No. Te convertirías en una diosa. Y aún puedes hacerlo.
Entonces, la oscuridad se levantó. No como enemigo, sino como posibilidad. La Lyrenelle del espejo extendió la mano:
—Juntas… podemos gobernar este mundo.
No seríamos ni demonios ni celestiales.
Seríamos la nueva creación.
—¿Y Kael? ¿Y los que amo?
—¿Amarías a una chispa… si puedes tener una estrella?
Kael entró, jadeando, espada en mano.
—¡Lyrenelle, no escuches! Esa no eres tú. Es solo el dolor… disfrazado de poder.