La Bruja de la Luna Rota
—Donde la hechicería no nace del poder, sino del dolor—
Nadie recuerda su nombre.
Solo susurros entre hojas secas, entre grietas de murallas olvidadas y en el viento que arrulla los sueños de los niños perdidos.
A ella la llaman…
La Bruja de la Luna Rota.
Su torre se alza en medio de un lago negro, rodeado por niebla constante. Ningún barquero se atreve a remar hacia allí.
Dicen que la luna se partió la noche que ella fue traicionada.
Dicen… que fue por amor.
———
Lyrenelle, en esta vida, era diferente. Su cabello era un río de plata manchado por hilos oscuros. Sus ojos, dos lunas: una llena, otra eclipsada. Y en su espalda, un tatuaje en forma de luna quebrada… que ardía cada vez que lloraba.
No tenía amigos.
No tenía hogar.
Solo tenía su magia.
Y sus recuerdos... que no eran suyos. Que venían de otras vidas.
Porque ella lo sabía.
Ella recordaba.
Había sido una fénix. Una sirena. Una diosa.
Una híbrida.
Pero esta vez... estaba sola
—No quiero volver a amar —se dijo una noche, mientras mezclaba elixir de amapolas con lágrimas de estrella—. El amor me quiebra.
Sin embargo, la luna esa noche no se alzó sola.
Desde el bosque maldito llegó Él.
Un viajero de mirada cansada, con una herida profunda en el alma y una brújula que
ya no marcaba el norte.
Su nombre era Lucen.
—Dicen que aquí vive una bruja que habla con la luna —susurró él al tocar la orilla del lago—. Dicen que concede deseos… pero a un precio.
Lyrenelle lo observó desde la torre, sin moverse. El tatuaje en su espalda ardió.
—No quiero tu deseo —le gritó desde las sombras—. Vete. Yo no curo heridas. Las colecciono.
—Entonces... colecciona la mía.
Silencio.
La niebla tembló.
La luna lloró.
Y Lyrenelle… abrió la puerta.
———
Con el paso de los días, Lucen no pidió amor. Solo compañía.
Se sentaban bajo la luna rota, tomando té de jazmín lunar, hablando de cosas que nadie más recordaba.
Ella, por primera vez en siglos, volvió a reír.
Volvió a brillar.
Volvió a soñar.
Pero también… volvió a temer.
Porque la luna rota comenzó a reconstruirse.
Y con cada fragmento que regresaba al cielo, una parte del hechizo que sellaba su dolor… se rompía.
Hasta que una noche, la luna volvió a estar entera.
Y el recuerdo más terrible regresó:
Lucen fue quien la traicionó en una vida pasada.
Él fue quien la entregó.
Quien la quemó.
Quien la rompió.
Y ahora… estaba allí. Enamorado.
Arrepentido. Humano.
—¿Cómo pudiste? —susurró Lyrenelle con lágrimas silenciosas—. ¿Cómo volviste a mí… con el rostro del hombre que más amé y más odié?
Lucen se arrodilló.
—Porque yo también lo recuerdo. Y he vagado siglos para enmendarlo.
Y entonces… ella tuvo que elegir.
¿Perdonar… o maldecir?
¿Confiar… o sellar su corazón para siempre?
¿Dejar que la luna sane… o volver a romperla?