La Hija del Inframundo
—Entre sombras y fuego, ella baila con la muerte—
El mundo la teme.
El cielo la ignora.
La tierra no osa nombrarla.
Pero debajo de todo eso… el Inframundo la aclama.
Su nombre es Lyrenelle,
la hija que nació del cruce más impensado:
una diosa de la primavera y el rey del reino de los muertos.
Nadie planeó su existencia.
Fue un error para algunos, un castigo para otros, y una bendición… para nadie.
Lyrenelle fue criada entre los susurros de los condenados, las melodías de almas perdidas,
y el crujir eterno de huesos que aún imploran redención.
Pero ella no era como su padre, ni como su madre.
Era algo nuevo.
Algo peligroso.
———
Tenía el cabello de ceniza encantada, que flotaba incluso sin viento.
Su piel parecía tallada en ónix vivo.
Y sus ojos…
dos brasas encantadas que veían más allá de la muerte.
Con tan solo un susurro, podía abrir las puertas del olvido.
Con una lágrima, devolver un alma a su cuerpo.
Pero no lo hacía.
Porque cada acto tenía precio, y ella lo sabía desde niña.
Su padre, el regente del Inframundo, la mantenía alejada de los mortales.
No por crueldad, sino por temor.
Temor de lo que ella podía desatar.
Hasta que un alma descendió sin ser llamada.
Él se llamaba Erevan,
un joven guerrero que no había muerto.
pero cuya alma cayó por error entre los dominios del Inframundo tras desafiar a un dios.
Confundido. Furioso. Vivo.
Y ella, por primera vez,
curiosa.
———
—¿Qué hace un corazón palpitando en mi reino? —le preguntó Lyrenelle con una voz que hacía temblar hasta a los espectros.
—Busco venganza. —dijo él, firme, mirándola como si ella no fuera hija del abismo.
—Entonces… busca a otro. Yo no regalo destrucción.
Yo la guardo.
Pero su presencia era un eco molesto. Un fuego vivo en un lugar donde todo debía estar frío.
Sin darse cuenta, comenzó a seguirlo. A protegerlo. A enseñarle cómo no perder el alma.
Y él comenzó a ver algo más que oscuridad en ella.
Y un día… se atrevió a tocar su mano.
En ese instante, Lyrenelle vio una visión:
un futuro donde ella destruía el mundo para protegerlo a él.
Su fuego.
Su abismo.
Su elección.
———
Los dioses supieron lo que se avecinaba.
Y ordenaron su destrucción.
La de ella.
La de Erevan.
Y la del Inframundo entero.
Pero ella no era solo hija de la muerte.
Era heredera del equilibrio.
Así que se levantó.
Con llamas negras danzando a su alrededor.
Con gritos de las sombras uniéndose a su voz.
Con cadenas rotas flotando a sus pies.
Y por primera vez, la Hija del Inframundo
ascendió.
No para destruir.
Para recordarle a los dioses… que incluso la oscuridad puede amar.
Y que no hay nada más peligroso que un alma rota con un propósito.
———
Porque no todas las heroínas visten luz.
Algunas se visten de noche.
———
Y cuando las campanas del Juicio Final suenen,
Lyrenelle será quien decida quién asciende… y quién arde para siempre.