Las 100 rosas azules

Rosa04:La rosa calmada

Después de una larga discusión con Aric, Aeris ya se sentía tan abrumada que no dijo ni una sola palabra; él la dejó con las palabras en las manos.

Aeris se dirigió hacia la hamaca. Dio un pie y luego el otro mientras se sostenía de la cuerda.

Se recostó, balanceándose, viendo su mundo moverse a todos lados lentamente. Mira a Aric, quien está de pie observándola fijamente.

—¿Qué me ves? —respondió Aeris, mirándolo en plena miseria.

Aric contestó con soberbia:

—Pero si tú me miraste. No me veas, y es como si no te estuviera viendo.

—Qué fastidio con tus palabras —dijo ella.

(Ya marcan las 7:00 en punto)

—Me tengo que ir. Debo preparar algunas cosas de mi trabajo… mañana —confirmó Aric, alejándose.

—Al fin te vas, qué alegría me da —respondió Aeris.

Aric, con una mirada de desagrado, abrió la puerta por donde había entrado para marcharse.

—Adiós. Pásatela bien sin mí.

—Sigo sin conocerte. No me preocuparía por algo como eso —aclaró ella.

Mientras Aric se alejaba, Aeris continuó hablando para sí misma.

Aeris entró a la casa y se acercó al baño con una mirada insolente. Se miró al espejo. Se lavó el rostro con agua, tomó la toalla blanca a un lado y se secó. Luego caminó a su cuarto para ponerse ropa cómoda: una bata perteneciente a su vestido largo y lila. Se quitó la diadema hecha de una rama seca entre enredos de hojas que siempre llevaba en la cabeza.

“Mis padres me la heredaron cuando era pequeña… me dejaron solo este objeto. Es lo más preciado que tengo. Ojalá algún día pueda verlos de nuevo…”

Miró la diadema un momento con nostalgia, reflexionando sobre su pasado infantil.

Ese día fue devastador para Aeris. Se fue directo a la cama.

Mientras tanto, en otro lugar, alguien se desvelaba trabajando en un nuevo proyecto de programación y dimensiones.

Aric, en su cueva, estaba frente a su pantalla escribiendo símbolos, letras e idiomas especiales para proyectos dimensionales. (PMCLA: Programación, Matemáticas, Código/Fórmula y Lenguaje Artístico).

Ese idioma solo existía en Dimenfay, y Aric parecía ser un reflejo de ese lenguaje y de su función en la expansión entre dimensiones.

Al día siguiente, Aric se preparó para salir a trabajar en Dimenfay con su grupo laboral.

Utilizó su pantalla de programación para teletransportarse:

{21A ←^→ 22B = 4}

Aric pasó de la dimensión 1A sobre 2, hasta la dimensión 2B sobre 4.

Cuando llegó a Dimenfay, vio cómo su entorno cambiaba drásticamente, como cada día que debía trabajar.

Ambiente morado y azul lleno de electricidad; cables sobre los edificios por donde viajaba una luz radiante. Las estructuras brillaban, y el mundo se expandía más y más a medida que avanzaba. Portales atravesables. Carros futuristas a gran velocidad. Edificios tan altos como en un videojuego.

Mientras tanto, en la mañana, Aeris se levantó y miró el sol entrar por la ventana directo a sus ojos. No tenía mucho que hacer: solo leer y preparar su comida. Salió a pasear cerca de su casa, quizá descubriera algo nuevo.

En el camino pensó: “Ya pronto se acaban mis vacaciones… iré a trabajar en lo que más me apasiona: la paquetería. Entregar cosas, especialmente antigüedades y objetos rústicos.”

Caminando cerca de la estación templada, observó un árbol seco que antes no había visto.

—No le presté atención las otras veces… es el único árbol sin hojas en esta estación. Aquí solo hay arena húmeda —murmuró Aeris.

Guiada por su instinto de elfo, escuchó un ruido como un carro a gran velocidad, pero muy, muy lejos… aunque se oía cerca. Sus pendientes verdes en sus orejas puntiagudas empezaron a parpadear.

Se acercó un poco más al sonido cuando alguien la observó desde lejos: su amigo Maeloor, un chico de 18 años, cabello negro, capa negra y traje Holopanda de seda. Al verla, tomó su telescopio de ojos para mirar más de cerca.

Aeris, tocando el árbol, puso su oído en el tronco raspado. Al fondo se escuchaba algo.

—¿Será un portal? —susurró.

Comenzó a quitar las cáscaras del árbol hasta dejarlo sin cubierta. El sonido se escuchaba mejor, como si hubiera otro mundo allí.

Maeloor se acercó.

—¿Todo está bien aquí? —preguntó.

—Se escucha algo aquí —respondió Aeris.

—Seguramente es tu imaginación… pero déjame ver.

Arrimó la oreja al árbol, mirando a Aeris con desconcierto.

—Oh, tienes razón. Pero… es ruido. Suena como carros pasando. Aquí no pasan. ¿Será un ruido del silencio? —aclaró Maeloor.

Se alejó por el camino con pasos entre arena y nieve. Estaban en el borde del mundo, donde comenzaba el bosque más oscuro de Charlataans—Swey.

Aeris vio una luz entre su mano apoyada en el árbol. De pronto, un portal celeste se abrió, reflejando el mundo de Dimenfay. Cayó al otro lado y vio un lugar nuevo: carros veloces y personas caminando por la calle.

En Charlataans se escuchó un zumbido que lastimó los oídos de todos. Maeloor cayó al suelo por el ruido.

En Dimenfay, el líder gritó:

—¡Han abierto el portal! ¡Ella está aquí!

—¿Cómo? Señor, esa niña fue abandonada…

—Fue enviada para no regresar jamás a Dimenfay. Vayan a buscarla y enciérrenla. No la dejen salir. Llévenla al Abismo del Núcleo Amatista.

Aeris estaba en medio de la calle; todos la miraban. Una señora se acercó:

—Niña, levántate, te van a atropellar.

—¿Cómo llegué aquí? No me acuerdo de nada… me duele la cabeza…

Aeris se desmayó sobre la señora, quien la sostuvo antes de caer.

Aric, pasando con su equipo, escuchó rumores: “Ella está aquí…”

> > ¿Quién está aquí? —pensó.

Los guardias del líder llegaron:

—¡Es ella! Señora, déjela. Esa chica no puede estar suelta.

La arrebataron de las manos de la mujer y se la llevaron al calabozo.

Aric vio todo desde la distancia.

—No puede ser… ¿cómo ocurrió tan rápido? —murmuró.




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