La parte que habla de Leila o la guitarra Fender stratocaster de color sombreado es una historia que se extiende casi por el resto de la historia hasta el final de una manera no muy detallada y que incluso se interrumpe en casi todo momento, es talvez la historia más dramática, la más fuerte y la más dolorosa que viví.
Terminaba la secundaria y comenzaba la preparatoria, sin duda una de las etapas más importantes de mi vida pues comenzaba una nueva historia con nuevas personas y nuevos lugares.
Recuerdo que cuando llegue al curso propedéutico de la preparatoria que era de una semana antes que comenzaran las clases fui recibido por el Padre (sacerdote) Guzmán quien era el superior de la casa donde me quedaría y el director de la preparatoria y el Hermano Ignacio quien era un profesor de la preparatoria y también un formador de la casa. A pesar de todo yo no podía olvidar a Katy, en verdad la extrañaba tanto, y no ayudaban tanto las canciones que escuchaba muy a menudo pues todas me recordaban a ella.
Después de la comida de bienvenida con mis otros compañeros también de nuevo ingreso, que al igual que en secundaria no éramos muchos (5 conmigo) se nos indicó que habría una reunión en el cuarto de televisión para explicarnos las reglas de la casa.
Una vez en la sala comenzamos con una oración y unas palabras de motivación por parte del Padre Guzmán, quien se veía que era una persona estricta, nos comenzó a explicar en donde estábamos, fue así que me di cuenta de mi ignorancia tan grande en ese momento, pues no sabía en qué me había metido (literalmente).
No recuerdo con exactitud las palabras del Padre Guzmán, pero más o menos recuerdo que fue algo así:
“Bien jóvenes, ahora que ustedes han optado por seguir este camino déjenme decirles que esto no es un juego y que por situaciones en años anteriores se tomaran medidas este año, así que no se toleraran calificaciones reprobatorias para nada, nada de novias y sobre todo nada de rebeldía pues esto recuerden que es un seminario, pero como ustedes saben a qué han venido no tienen por qué preocuparse, eso sí quien considere que este no es su camino, el sacerdocio o quien no se sienta seguro de esto, ni se tomen la molestia de desempacar y pueden regresar a sus casas ahora mismo”
“¿Qué?!”, “¿seminario?”, “¿camino al sacerdocio?”; Rayos… en que me he metido (pensé), pues yo antes de llegar aquí no sabía que era un seminario, mucho menos sabía que existía esa palabra; Y yo al darlo todo para estar aquí, con mi documentación y sin mencionar que ya estaba todo hecho, ya no tenía a donde ir pues ya no me recibirían en otra escuela mucho menos podría volver a mi tierra natal, fue así que nos dijeron que ahora éramos seminaristas, bueno la verdad no sabía que pensar, decidí no hacer preguntas y seguir con mi vida y que pase lo mejor.
Recuerdo que el primer día de clases en el salón fuimos muchos alumnos, cuando se pasó lista de asistencia me di cuenta de que éramos 32 alumnos exactos y comenzaron las muchas dinámicas para conocernos unos a otros.
En una clase que no recuerdo cual era; salimos al patio, nos pidieron que nos reuniéramos aleatoriamente por equipos y que entre los integrantes teníamos que conocernos, mi equipo era de puros hombres a excepción de una compañera que efectivamente su expresión fue:
“ahhh!! Soy la única mujer del equipo”
proseguimos a presentarnos; yo me llamo Pedro, yo me llamo Luis Armando, yo me llamo Rodolfo, yo soy Leila, a mí me dicen Alex. Entonces todos comenzaron a platicar y por lo que veo muchos ya se conocían menos yo, porque venía de otro lugar muy lejano, por lo cual de nuevo me sentí como el chico nuevo, pero me di cuenta de que Leila tampoco conocía a nadie o al menos de ese equipo en particular, pues yo la había visto platicar con otras compañeras que iban en la misma secundaria que ella. Entonces comenzamos a platicar entre todos y comenzamos a conocernos.
Ese fue el primer día de clases, después en la tarde ya en el seminario, el Padre Guzmán nos dijo que se nos daría clases de guitarra a todos y clases de banda de guerra, lo cual me emociono ya que yo siempre había querido estar en una banda de guerra, pero explique al Padre que yo ya sabía tocar algo de guitarra, aun así, él dijo que yo tomaría las clases para seguir aprendiendo.
Entonces en la noche llego el profesor de guitarra quien también era el director del coro del seminario, se presentó como el profesor Santiago quien nos dijo que ya tenía muchos años trabajando con el seminario. Nos pidió que fuéramos por guitarras, pues el seminario tenía un cuarto de música lleno de instrumentos, pero yo ya había traído mi guitarra de casa así que para mí no fue problema, cuando volvimos con el profesor el saco una de las guitarras más asombrosas que había visto en mi vida, pues era una guitarra negra con los rostros y firmas de mi banda de rock favorita “The Beatles”, todos en el salón se dieron cuenta de mi impresión por aquella guitarra ya que me quede mudo en ese momento.