Mayo 18, 2016
LUIS ÁNGEL POV:
Había llegado tarde a casa. Luego de la historia de Fernanda, ella me trajo a la puerta de mi hogar. Los mareos aparecieron, pero esta vez fueron menos intensos que antes. Por eso decidí esperar afuera hasta que se fueran los efectos. Al cabo de unos minutos, miré el reloj de mi celular, marcaba las 7.30pm. Mi madre debía estar preocupada porque aún no llegaba.
Tomé aire y abrí la puerta. La reina de Roma se dejó ver del otro lado.
—¿Dónde estabas, jovencito? Ya son las 7.30pm. No me avisaste que ibas a llegar a esta hora.
Como lo había supuesto, mi madre estaba demasiado preocupada. Creo que no le contaré lo del intento de robo de esta tarde. Se pondría peor. Además, no me hicieron nada. Claro, porque no pudieron.
—Lo siento, mamá. Es que nos dejaron un trabajo de literatura y tuve que avanzarlo con Fernanda en su casa —mentí— Discúlpame por no avisarte.
—Nos tenías a tu padre y a mí muy preocupados, Luis Ángel. Te voy a pedir que para la próxima nos avises. Para eso tienes un celular.
—Sí, mamá —reí apenado— La próxima vez los llamaré. Es que el trabajo surgió de improviso. Teníamos que terminarlo sí o sí.
—¡Ay, hijo! ¿Comiste algo?
—Sí, almorcé en su casa, aunque ahorita me prepararé algo: tengo más hambre.
—Está bien. Yo ya me voy a dormir. He tenido un día largo. Adiós, mi vida —se acercó a mí y depositó un dulce beso en mi frente.
—Adiós, mamá.
Cuando llegué a la sala, mis hermanos se encontraban en la mesa del comedor haciendo sus tareas. Gianfranco pintaba sus libros de arte y Julio César realizaba su tarea de matemáticas. Él siempre había sido bueno para esa materia y casi nunca pedía mi ayuda. En cambio, a mí si no me sale algún ejercicio, no tengo a nadie más a quien recurrir: no todos en mi familia saben cómo resolver los ejercicios que me dejan en clase.
Después de cenar algo ligero, me dirigí a darme una ducha de agua helada, pues me ayudaría bastante a meditar y asimilar todo lo que había ocurrido hoy.
Giré la perilla del agua fría y me puse debajo de la ducha. Mi cuerpo se estremeció al sentir el contacto del agua helada sobre mi piel. Como muchos dicen, el agua es el mejor elemento de la naturaleza: te ayuda a que tus emociones y pensamientos fluyan como el cauce de un río.
En mi mente se repetían una y otra vez las escenas de esta tarde: los ladrones intentando hacerme daño y el sujeto desabrochando sus pantalones. Recordar aquello afectaba la paz y tranquilidad que sentía bajo el agua.
Cerré mis ojos y me dejé llevar. El agua ya no caía en mi cuerpo, el jabón que había tenido en mi mano ya no se encontraba ahí.
No conseguía borrar las caras de esos infelices. Sin embargo, apareció él, les dio una paliza, me ayudó a pararme del suelo y luego me aprisionó con su cálido cuerpo. Su suave mano se deslizaba sobre la piel de mi cara mientras que empezaba a acortar la distancia entre nosotros. Estaba a escasos centímetros de mis labios, pero se alejó de mí al ver que podía hacer levitar las navajas que esos desgraciados habían usado. Su mirada de terror paralizó mi corazón. Nunca le haría daño, sin embargo, sucedió. Las navajas se incrustaron en su cuerpo. Corrí hacia él, pero alguien me detuvo. Al girarme vi a Fernanda, quien señalaba mis manos. Las vi, estaban cubiertas de sangre. Me asusté demasiado: creí que era la sangre de él. Volteé a mirarlo, pero él ya no estaba.
Ahora estaba al costado de Fernanda. Mi familia también estaba ahí, al igual que Danna, Pamela y toda la escuela. Me señalaban y no sabía el porqué. Escuché que decían “Asesino, tú lo hiciste”, “Brujo”, “Escoria”, “Engendro de Satán”. Me moría de miedo, no sabía qué hacer. Hui de ellos, pero comenzaron a perseguirme. Ahora tenían cuchillos de mango rojo en sus manos. Cuando me detuve por el cansancio, Mateo apareció en frente de mí, con una sonrisa malévola, y sin previo aviso me apuñaló en el estómago. El dolor era indescriptible, lo sentí muy real.
Y en eso, desperté del horrible sueño que había tenido. Estaba agitado, como si de verdad hubiera corrido. Para mi sorpresa aún seguía en la ducha, la perilla seguía abierta, pero no me caía agua al cuerpo. De pronto, una gota cayó en mi hombro. Alcé la vista para ver de dónde provino. Quedé asombrado cuando descubrí que toda el agua, que aún seguía saliendo de la ducha, estaba en el techo, al igual que el jabón, el champú, los cepillos de dientes, el papel higiénico y demás utensilios del baño.
—¡Ah! —solté y de pronto todo cayó al suelo. Cerré los ojos y tapé mis oídos. El agua no solo me mojó por completo, se salió de la bañera mojando el piso. Los demás utensilios causaron un gran ruido.
—Luis Ángel ¿Estás bien? —preguntó mi papá del otro lado de la puerta.
—Sí, papá. Todo está bien —respondí soltando una pequeña risa.
—¿Qué fue ese ruido?
—Nada. Me resbalé y tumbé algunas cosas, pero estoy bien.
—¿Estás seguro?
—Sí, no te preocupes. Me encuentro bien.
—De acuerdo. Avísame si necesitas ayuda con algo.