Julio 12, 2016
LUIS ANGEL POV:
Un día había pasado desde la muerte de Penny.
Me levanté un poco desganado, triste. A pesar de conocerla poco tiempo, no puedo dejar de sentirme acongojado por su partida. Puede que sea porque me encariño demasiado rápido con las personas o porque me hacía mucha ilusión que el grupo crezca. De una u otra forma, hoy me sentía diferente, pero para mal.
Por otro lado, el asunto de Willow no escapaba de mi mente. Saber que era hija de la familia de un cazador y que por eso sabía todo sobre las brujas y sobre todo de nosotros me aterraba. Aún más lo hacía la idea de ella no fuese la única cazadora infiltrada en la escuela.
—Hijo, el próximo mes saldremos al campo —soltó mi madre mientras entraba a mi habitación.
—Ah, okey. Trataré de no olvidarme —respondí levantándome de la cama para ir a mi closet— ¡Auch! —el dolor que tenía en la pierna producto del disparo aún sigue ahí.
—Veo que te sigue doliendo —afirmó preocupada.
—Sí, un poco, pero creo que ya se me pasará.
Gracias a Dios mis padres no revisaron la herida en cuanto les conté la excusa: me raspé jugando basquetbol.
—Si te sigue molestando, iremos al doctor para que te revise. No vaya a ser que tengas algo más grave.
—Exagerada —bromeé — Te aseguro que hoy bajará el dolor.
—Eso espero.
Luego de cambiarme y hacerle una visita matutina al baño, fui a tomar desayuno con mi familia.
Mi papá nos comentó que nuestra salida del próximo mes sería para celebrar el aniversario número veinte que lleva de casado con mi mamá y que el día estaría repleto de sorpresas. Esperaba con ansias ese momento, además de que era un motivo más para terminar rápido el semestre.
Después de desayunar, fui a la escuela. Durante el camino tuve la sensación de que alguien me estaba siguiendo. Por eso volteaba a cada minuto para ver si efectivamente estaba en lo cierto. Sin embargo, no había nadie sospechoso cerca de mí.
Estaba a unas cuantas cuadras cerca de la escuela, cuando de pronto alguien detrás de mí me tomó por el brazo y me jaló con una fuerza descomunal al interior de una van que estaba cerca de mí.
—Si veo que un solo tornillo se mueve, te clavaré esto en la garganta —amenazó un hombre cuyo rostro no pude apreciar con claridad. Con una mano me tenía sostenido por el cuello mientras que con la otra me hincaba con una varilla afilada.
—¿Quién eres? —logré preguntar mientras trataba de ignorar el leve dolor que sentía por la punta del objeto.
—Solo te diré que vengo de parte del padre de la niña que asesinaste ayer —abrí los ojos al escucharlo— Sí, sabemos que tú mataste a Willow.
—¿No sé de qué hablas? —traté de ocultarlo inútilmente, el tipo hundió más el objeto— Suéltame, me haces daño.
—No tanto como el que tú le hiciste a ella.
—Quiso asesinarme a mí y a mí… amigo —confesé.
—Lo hizo porque tú eres una bruja.
—¡Mago, completo imbécil! —le corregí alzando más la voz ganándome un puñete en el estómago. Todo el aire que tenía se escapó de mi cuerpo por unos segundos.
—Me disculpo por eso. No debí golpearte —volvió a posicionar el objeto afilado en mi cuello— No era yo quien debía golpearte.
—Si no eras tú, ¿entonces quién? —pregunté enojado y recuperando la respiración. El tipo se acercó a mi oreja y susurró.
—El padre de Willow —la piel se me puso de gallina, algo me decía que su padre era un hombre de mucho poder dentro de los cazadores— Te encantará conocerlo.
Sin previo aviso puso sobre mi nariz un pañuelo blanco impregnado de un olor muy fuerte que me hizo perder poco a poco la consciencia. Lo último que escuché fue su malévola risa seguido del motor del vehículo prendiéndose.
—Sígueme —sentí que algo frío tocó mi mano. Alcé la mirada y me topé con unos penetrantes ojos azules como el mediterráneo, eran muy bonitos e hipnotizantes. Sin previo aviso, la mujer comenzó a jalar de mí, no me resistí. No sabía cómo explicarlo, pero de alguna forma su presencia me parecía familiar: no me causaba mala espina.
Juntos atravesamos un espeso bosque, era muy diferente al que se encuentra por la escuela. Las hojas de los frondosos árboles eran verdes como el césped naciente, había animales alrededor escondiéndose entre los arbustos, pájaros revoloteando por encima de nuestras cabezas. El viento, que soplaba contra nuestras caras, agitaba el lacio cabello gris de aquella mujer.
Tras varios minutos de caminata, ella se detuvo de repente, tropecé con una roca y caí al suelo golpeándome la barbilla. Por suerte el dolor no se expandió por el resto de mi cabeza. Cuando alcé la mirada, en el horizonte divisé lo que parecía ser una especie de palacio, un enorme e increíble palacio. Tenía algunas torres blancas, cuyas cornisas estaban pintadas de celeste, una cúpula en el centro que parecía a la cúpula que hay en el Vaticano, pero un poco más pequeña, y un camino de piedras que daba del palacio a los vastos espacios abiertos que rodeaban la construcción. La majestuosidad del lugar me dejó sin palabras.