Las 7 maravillas: el comienzo

Capítulo 17

Diciembre 15, 2016.

LUIS ÁNGEL POV:

—¡Danna! —sollozaba Fernanda de dolor— ¡Por qué!

Respiraba agitadamente. No quería creer lo que mis ojos estaban viendo, no quería hacerlo.

—H-hay q-que ba-bajarla —sugirió Daniela entrecortada por la pena. Con sumo cuidado, los tres la bajamos delicadamente de la estaca en la que estaba clavada y la depositamos con gentileza sobre la tierra.

—Danna, no, tú no —entre lágrimas y llantos rogaba que no fuera verdad, que fuera un sueño. Le acariciaba con gentileza el rostro, con la intención sentir su calor. Nada más que una agobiadora sensación de frío fue lo que recibí a cambio— Debe haber alguna forma de…

—Luis Ángel —susurró Fernanda— Y si… y si lo intentamos —la miraba confundido, hasta que entendí a lo que se refería.

—Sí, hay que hacerlo, h-ha-hay que intentarlo.

—Yo lo haré —Fernanda y yo cambiamos de posición. Ella se acercó a los labios de nuestra amada Danna, respiró hondo y conjuró.

—Vitalum vitalis —y sopló, con la esperanza de traerla a la vida. Se alejó un poco de ella para ver si reaccionaba. Nada. La desesperanza comenzaba a crecer en mí.

—Daniela, hazlo tú, inténtalo.

Daniela se arrodilló al otro lado de Danna, se inclinó hacia sus labios y dijo.

—Vitalum vitalis —no funcionó. Danna aún seguía inmóvil y sin vida.

—Luis Ángel —Fernanda me observaba impaciente. Yo me incliné hacia ella y rogué porque funcionara.

—Funciona, por favor, funciona —supliqué al cielo que diera resultado, le acaricié de nuevo con delicadeza su pómulo. Cerré los ojos y tomé aire— Vitalum vitalis —le soplé una corriente de mi energía para que volviera a la vida. Tenía la ilusión de que sí lo haría, pero al cabo de unos segundos, nada pasó— No, no, no —entre lágrimas la desesperación había tomado control de mí— Vitalum vitalis —conjuré con angustia. Nada— ¡No! —sollocé, la habíamos perdido— ¡Danna, no nos dejes, por favor! — rompí en llantos junto con las demás.

—Ella ya no está aquí —oímos una delicada voz detrás de nosotros. Pusimos nuestra atención en ella y nos dimos con la sorpresa de que era la cazadora de pelo dorado, Amanda. No estaba sola, a su lado se posicionaron muchos cazadores, todos ellos apuntándonos con sus armas— Su amiga ya los dejó, no hay nada que puedan hacer, salvo unírsele —ladeó una cruel sonrisa.

El dolor dentro de mi corazón se transformó en ira, una furia desmedida que amenazaba con explotar en este instante. Quería venganza, quería vengarme de ellos por lo que le habían hecho a Danna, quería que sufrieran lo mismo que ella padeció. Los mataría.

Me puse de pie con rapidez, mi cara de dolor y angustia cambió a una de rabia extrema. Tensé mi todo mi cuerpo, concentré toda la energía que tenía en mis puños, los levanté y apunté a su dirección. Ellos estaban a punto de dispararnos, pero yo fui más rápido que ellos. Tenía que botarlo, tenía la necesidad de botar esta rabia contenida en mí. Con mucha potencia, ira y dolor grité.

—¡QUINTAESENCIA!

Cientos de rayos luminosos salieron disparados de mi cuerpo, destruyendo en el acto las balas que ya habían abandonado las pistolas en donde se hallaban. Los rayos impactaron contra sus víctimas con ferocidad. Otros les dieron a los árboles secos cercanos a ellos, los cuales al sentir la ira y el dolor de mi corazón comenzaron a mover sus ramas con agresividad, incrustando en ellas a varios cazadores cual brochetas. Los mataron con mucho dolor, como lo habían hecho con Danna.

Los rayos que emanaba no paraban de salir, había iluminado con gran intensidad el opaco cielo de la noche. No podía detenerme, pero tampoco lo quería hacer, quería que paguen por sus maldades, quería que sufrieran en este plano las atrocidades que habían cometido. Y lo logré. Al cabo de unos segundos, me sentí livianamente mejor, pero solo por poco tiempo: recordé a mi Danna, a mi buena amiga Danna. En cuanto las lágrimas de pena volvieron a brotar de mis ojos me detuve.

Relajé mi cuerpo, bajé mis brazos y me tiré de rodillas al suelo, golpeando con amargura la tierra. Las lágrimas resbalaban de mis pómulos y caían directo en la tierra. Estaba destrozado.

Sentí una mano en mi hombro, una mano que quería reconfortarme, era Fernanda quien trataba de apaciguar el dolor. Alcé la mirada y observé el desastre que había dejado, la escena era digna de una película gore: había sangre resbalando por las ramas de los árboles y cayendo a la tierra gota por gota formando un charco rojo.

—Están todos muertos —soltó Fernanda apagada.

—Ahjg —escuchamos unos quejidos más allá.

—Aún hay alguien con vida —confirmó Daniela. Me puse de pie y caminé hacia donde provenían los quejidos para ponerle fin a su miserable vida. Era Amanda quien aún respiraba, pero no por mucho tiempo: tenía atravesada ramas gruesas a la altura de ambos pulmones. Moriría dentro de muy poco.

—Espero que te guste el infierno, perra —exclamé con amargura. Ella abrió los ojos y con el poco aire que le quedaba intentaba hablar, pero no podía articular ninguna palabra.

—¿Quién hizo todo esto? Contesta —preguntó Fernanda. Amanda no podía hablar, se ahogaba.




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