Las 7 maravillas: el despertar

Capítulo 4

Diciembre 13, 2017

LUIS ÁNGEL POV:

—Despierta, despierta —oía algunas voces en mi cabeza— Vamos, debes despertar, ya. DESPIERTA.

Me levanté sobresaltado, sudando en frío y con un leve dolor de cabeza. Respiraba agitado, intenté llevarme una mano al pecho, pero las lianas me lo impidieron.

—No de nuevo —mascullé.

—¡Luis Angel! —Fernanda me asustó: había estado a mi lado todo este tiempo— ¿Te sientes mejor?

—Sí —solté un poco aliviado al verla. Fernanda bajó la mirada hacia mis esposas mágicas. Las observó disgustada.

—Les dije que no eras un peligro, pero… —se detuvo para ladear la cabeza— después de tu espectáculo en el comedor, decidieron que era prudente mantenerte atado.

—¿Quiénes son ellos? ¿En dónde estamos? —Fernanda estaba dispuesta a resolver mis dudas, pero se cayó al escuchar la puerta abriéndose.

—Despertaste al fin —giramos hacia donde provenía aquella rasposa voz. Delante de la puerta se encontraba una mujer alta, esbelta, de unos impresionantes ojos azules como el mar y de unos finos cabellos oscuros que le llegaban hasta los hombros.

Estaba vestida con un conjunto negro: una blusa oscura con bobos en el escote y las mangas, y una falda hasta las rodillas. Su cara lucía radiante, sin arrugas, sin manchas, con una piel levemente tersa. Le pongo unos 45 años como máximo.

Caminó con paso decidido hacia nosotros. Parecía fastidiada. La observé con detenimiento: era la mujer de la noche pasada, la que con fuerza sobrehumana nos lanzó por los aires. La mujer de mis sueños y de mis pesadillas.

—¡Tú! —exclamé molesto. Antes de que pudiera moverme, levantó su mano hacia las lianas. Estas me apretaron con rudeza las muñecas para que no me moviera.

—Yo debería ser la que esté enojada, mocoso malcriado —soltó.

—Basta, le haces daño —le gritó Fernanda.

—Nada que un ungüento de hierbas y uña de gato no pueda solucionar —soltó como si nada— Déjanos a solas, Fernanda —ordenó sin quitarme la mirada. Mi amiga no se movió de su lugar, no tenía intenciones de apartarse de mi lado. La misteriosa mujer puso los ojos sobre mi amiga— Te doy mi palabra de que no le haré daño. Solo quiero conversar con él.

—Puedes dejarnos, Fernanda. Estaré bien

—¿Seguro? —asentí— Estaré afuera.

Se paró y abandonó la habitación. Con ella afuera, mi acompañante tomó asiento y se preparó para hablar.

—Fue un gran espectáculo el de ayer en la noche.

—Gracias.

—No estoy jugando, niño —dijo seria— Destruiste la puerta del comedor, evadiste a la guardia de Oridia, lograste sortear por los pasillos del palacio hasta llegar al comedor.

—No en ese orden.

—Sorprendiste a todo el mundo, a decir verdad. Me gustaría saber cuál fue tu problema. ¿Por qué hiciste eso?

—Ahí viene el problema. ¿Quién es todo el mundo?, ¿quiénes son ustedes? Llevo días preguntando en dónde estoy y nadie me da respuestas.

—Te las darían si cooperaras con nosotros.

—¿Cooperar?, ¿qué quieres saber? En primer lugar, ¿quién eres tú? —bajó la mirada por unos segundos para luego mirarme con una sonrisa en la cara.

—Me llamo Ravenna Cromwell. Quisiera decir que estoy encantada de conocerte, pero te estaría mintiendo.

—El sentimiento es mutuo —respondí mirándola de forma desafiante.

—Te llamas Luis Ángel, ¿cierto? —asentí— ¿Qué hacían tus amigas y tú por aquí?

—Una con otra: yo pregunto, tú respondes. Ya preguntaste, ya respondí.

—Eso no es…

—Preguntaste si me llamaba Luis Ángel, te respondí que sí —se quedó muda. Sonrió ante mi total falta de respeto— Mi turno. ¿En dónde estamos y qué es este lugar?

Con resignación y una ligera aura de molestia procedió a responder.

—Estás en el Palacio de Oridia: una escuela secreta para brujas y magos ubicada en las montañas de los Cuatro Ríos —con que estaba en un palacio que es en realidad una escuela. Eso explicaba el hecho de haber visto la otra noche a unos cuantos niños— Ahora sí, ¿qué hacían tú y tus amigas en los terrenos de la escuela?

—Nos perdimos —respondí. Era cierto.

—¿Puedes ser menos vago?

—Es la verdad, estuvimos perdidos un buen tiempo, vagando de un lugar a otro, hasta que dimos por accidente con el palacio.

—¿Tu herida en la pierna también fue producto de un accidente? —no quería contarle todo: la última vez que confié en alguien fui traicionado de la peor forma.

—Fue un accidente.

—Veo que sí —soltó— Tus amigas me contaron que fueron perseguidos por unos cazadores. ¿Acaso ellas me mintieron? —traidoras. No supe qué contestarle— Sabes, no pretendo hacerles daño. Solo quiero saber la verdad. Sé que sientes que no puedes confiar en mí, pero en estos momentos no te queda otra alternativa.




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