Enero 28, 2018.
LUIS ÁNGEL POV:
El mundo se volvió frío en un instante. Mi respiración se cortó en seco cuando la vi en el suelo, inmóvil. Mi corazón se contrajo y explotó en mil pedazos.
Parpadeé, y en un cruel giro del destino, la imagen de Fernanda desapareció y en su lugar, vi otro cuerpo, otra silueta tendida en el suelo, con el fuego reflejándose en su piel mientras gritaba mi nombre con un hilo de voz. Era Danna.
El olor a sangre y a ceniza me golpeó como una cachetada. Sentí el calor sofocante del fuego en mi rostro, las llamas devorando lo poco que quedaba de ella. Reviví el instante en que me di cuenta de que no podía salvarla, la impotencia, la furia, el desgarrador vacío de perderla para siempre.
El grito que salió desde mi pecho en cuanto salí de la pesadilla despertó a mis compañeros de cuarto, quienes asustados corrieron a verme.
—¿Estás bien? —me preguntó preocupado el rubio.
Yo asentí, agitado como si hubiera corrido por la eternidad.
Me paré de la cama y sin decir nada más e ignorando los llamados de preocupación de Erick en cuanto salí de mi habitación, corrí a refugiarme a mi lugar de paz: la torre norte.
Traté por todos los medios de conciliar el sueño aquí. Rogué por conseguir algo de paz. Y sin embargo, no pude dormir toda la madrugada, pues en el instante en que abandonada la realidad, mi subconsciente se encargaba de recordarme todos los traumas por los que pasé esta noche: las amenazas de James; Fernanda muerta, pero luego viva; y por último, la partida de mis padres.
Febrero 18, 2018.
Las semanas se habían deslizado como hojas arrastradas por un río silencioso, cada una llevándose un poco más de mi vida.
La decisión de borrarme de la memoria de mi familia me llevó a un crepúsculo perpetuo, donde los recuerdos felices eran ahora fantasmas que me atormentaban con sus susurros.
En mi mente esbozaba los recuerdos de mis últimos años con ellos y con cada imagen se hacía palpable lo que había sacrificado: las risas de mis hermanos, el abrazo cálido de mi madre y la mirada orgullosa de mi padre. Momentos que puede que nunca volverán.
Por las noches, me escabullo hacia la torre norte y me siento cerca al borde mientras sostengo una fotografía que mis padres ya no reconocerían. Únicamente ahí me permito un momento de debilidad y dejo que las lágrimas caigan libremente.
Sabía que había hecho lo correcto, que mi familia estaba a salvo gracias a mi sacrificio. Y sin embargo, nada de eso lograba alivianar el peso de mi decisión.
La culpa se había convertido en una segunda piel para mí. No solo había perdido a mi familia, sino que también había puesto en peligro a las chicas, a mis hermanas. Fernanda y Daniela habían estado a mi lado, luchando contra los cazadores, y aunque habíamos salido victoriosos, el riesgo había sido palpable. Cada vez que veo a Fernanda de lejos, una punzada de remordimiento me atraviesa el pecho, recordándome que mi lucha tenía un precio que otros pagaban.
A veces regreso a mi cuarto al amanecer, luego de vaciar por completo mis ojos. Otras veces voy de frente a clases con los ojos hinchados y con la ropa del día anterior. Solo cuando las estrellas aparecen en el oscuro firmamento, regreso a mi cuarto esa misma noche, porque solo en ese momento encuentro la fuerza para enfrentar otro día.
Las mañanas son distintas para mí, son diferentes a mis noches. Lo primero que hago es ir raudo al baño y ducharme con agua fría, solo así puedo desinflamar las bolsas que se me forman después de llorar a mares por las noches.
Me doy fugases miradas al espejo, pues lo que veo siempre me causa repulsión. El reflejo en el espejo muestra a un hombre roto y culpable por las desgracias de otros.
Cuando camino por los pasillos, el aura de tristeza que me sigue como una maldición llama la atención de empáticos y antipáticos. Los otros alumnos lo notaban; era imposible ignorar la penumbra que me envolvía.
—Luis Ángel, ¿estás bien? —me preguntaban algunos miembros de la guardia. ¿Cómo explicarles que me siento como un muerto en vida?, ¿cómo compartir que cada respiración era un recordatorio de lo que había perdido y de lo que aún podía perder?
No respondía y lo único que atinaba a hacer era lanzar una sonrisa fingida, que al contrario de desviar la atención, la llamaba aún más.
Asistía a clases solo por cumplir, pero las palabras de los profesores no eran más que ruido blanco en mi cerebro. Mi mente estaba en otro lugar.
—¡Cuidado! —la advertencia me tomó por sorpresa más que el golpe demoledor que recibí por parte de mi compañero.
—Lo siento, no quería ser tan brusco —se disculpó Mat, o Sam. Ya ni los distingo.
—No te preocupes, el distraído soy yo —le dije mientras aceptaba su mano extendida para reincorporarme de la caída.
—¿Todo bien? Te veo muy…
—Ido —completé— Si, estoy bien. Es solo que, no son mis días.
El chico agachó un poco la mirada apenado por como lo dije.
—Señoritas, vuelvan al entrenamiento —ordenó Erick. El gemelo se acomodó en su sitio, y cuando estaba a punto de ir también a mi lugar, la mano del rubio sobre mi brazo me detuvo— Tú no —lo miré extrañado— Sigan con el entrenamiento los demás.