Introducción
A lo lejos diviso una amplia multitud de gente, rodeada de focos con luces que iluminan el horizonte, moviéndose de un lado a otro, proyectando rayos que parecen querer alcanzar el cielo ya oscuro. Por un instante, deseo que no sea ese nuestro destino.
La limusina se detiene ante esa multitud y las cuatro nos miramos. Elena y yo vamos en uno de los sillones, en dirección a la marcha. Quimeta y Pepi se encuentran enfrente.
Elena nos mira y sonríe.
—¿Tenéis tanto miedo como yo? —nos pregunta con voz temblorosa.
—Creo que sí —le contesta Quimeta, dejando la copa de cava que estaba bebiéndose en uno de los reposa vasos del vehículo.
—Vamos, chicas —salgo al rescate—, ¿ahora vamos a acobardarnos? ¿Después de todo lo que hemos pasado? —Extiendo la mano en el centro de las cuatro y sonreímos. Pepi, Elena y Quimeta no tardan en colocar las suyas sobre la mía—. Somos un equipo.
—¡Como las Masqueperras! —Pepi Alza la voz intentando ser solemne, soltando una de las suyas.
—¡Mosqueteras, burra! —la corrige su hermana Quimeta entre nuestras carcajadas, y es que sin estas cosillas no sería lo mismo. Pepi no sería..., pues eso: ella.
Permanecemos con las manos unidas unos segundos, hasta que la mampara de la limusina que separa los asientos delanteros desciende.
—Chicas, ¿estáis preparadas? —nos pregunta Óscar, con una bonita sonrisa—. Esta es vuestra noche —continúa al ver que no contestamos. Se gira sobre su asiento para vernos mejor mientras las luces y los flases son cada vez más brillantes y cercanos—. Sois increíbles. Ahora, salid del coche y comportaos como las grandes mujeres que sois. Sois divas. Disfrutadlo.
Las chicas y yo nos observamos, creo que pensando en lo mismo, mirándonos con una sonrisa dibujada en los labios, sabiendo que sí: que juntas somos invencibles.
Las luces son tan brillantes que entrecierro los ojos. Los flases de las fotos a nuestro alrededor provocan que no vea los rostros de los asistentes. Gracias al cielo. La multitud no pasa de los cordones que han colocado en los postes delimitadores a cada lado de la ancha alfombra roja. Miro a las chicas. Volvemos a sonreírnos unas a otras y nos cogemos de los brazos, apretándolos con alegría.
«¿Quién iba a decirnos que viviríamos todo esto?», pienso mirando a Elena, que me regala la más amplia de las sonrisas llenándome de orgullo.
Y es que así somos nosotras.
Con nosotras, nadie puede.
A las puertas del estreno de la película, me pregunto qué pensará la gente cuando la vea. Para mí es un reflejo de una amistad incondicional, un problema que hizo que nos uniéramos más aún. Entre las cuatro nos embarcamos en la aventura que hoy quieren proyectar en el cine.
¡Qué emoción!
Siento un cosquilleo en el estómago que me impide dejar de sonreír.
Nunca habríamos imaginado que todo empezaría aquel día. Lo recuerdo como si fuese ayer.
Caminamos cogidas de los brazos, como las abuelas que somos, y a mucha honra. Nos detenemos ante la puerta de la entrada, espectacular y gigantesca. Nos miramos sin decir nada. Sonreímos ante los miles de flases que parpadean a nuestro alrededor.
—Chicas, vamos allá.
Asintiendo, volvemos ensanchar nuestros labios y, detrás de nuestro lema, accedemos con paso firme para ver nuestra aventura en la gran pantalla.