Las Alas Del Crepúsculo

El Fuego Del Crepúsculo

Aiden yacía en el suelo de su habitación, su cuerpo retorciéndose de dolor mientras el poder oscuro del rubí del crepúsculo lo consumía.

Cada latido de su corazón era como una puñalada, una mezcla de agonía física y emocional que lo dejaba casi sin aliento. La luz celestial que había heredado de su padre, Gabriel, estaba encapsulada en su interior, extinguiéndose lentamente.

—Gabriel...padre...ayúdame —pensaba Aiden, su mente aferrándose a los recuerdos de su padre Gabriel mientras sentía cómo la oscuridad lo envolvía.

El dolor no era solo físico, sino también una sombra que cubría su alma. Se sentía solo y desesperado, como si una noche eterna hubiera caído sobre él, apagando cada chispa de esperanza.

Justo cuando la oscuridad amenazaba con consumirlo por completo, una voz resonó en su mente, clara y reconfortante como un rayo de luz en la tormenta.

—Aiden, no todo está perdido. Aún tienes los poderes heredados de tu otro padre, Luzbel. Usa esa fuerza, hijo mío, y resiste — dijo Gabriel, su voz un eco celestial que llenó a Aiden de una renovada esperanza.

Aiden cerró los ojos, concentrándose en las palabras de Gabriel. Sentía el calor del amor y la fortaleza de sus padres, una energía que comenzaba a contrarrestar la oscuridad que lo había aprisionado.

A medida que la voz de Gabriel se desvanecía, Aiden sintió la presencia de los enviados de Erebos acercándose. Eran figuras envueltas en sombras, sus intenciones claras y malignas.

—No puedo dejar que me derroten —pensó Aiden, sintiendo una chispa de determinación crecer en su interior.

Los enviados de Erebos se materializaron en su habitación, sus ojos brillando con una malevolencia pura. Con un movimiento sincronizado, lanzaron un ataque combinado, una explosión de energía oscura que sacudió la habitación, destrozando paredes y ventanas. El caos se desató, con fragmentos volando por el aire y el sonido de la destrucción resonando en el campus.

La habitación de Aiden era un campo de batalla, llena de escombros y energía desatada. Sin embargo, en medio del caos, una figura emergió. Aiden, con sus grandes alas blancas y rojas desplegadas, se alzó entre los restos de la explosión. Sus ojos dorados brillaban con una frialdad intensa, y su presencia era una mezcla de serenidad y poder.

—Ustedes no me derrotarán —dijo Aiden, su voz resonando con una autoridad que parecía provenir de las mismas estrellas.

Los enviados de Erebos lo miraron con sorpresa y miedo, incapaces de comprender cómo había sobrevivido a su ataque. Aiden levantó una mano, y una llama pura y ardiente apareció en su palma. El poder del fuego, heredado de Luzbel, era una fuerza devastadora y hermosa, una danza de luz y sombra que reflejaba su verdadero ser.

Con un gesto firme, Aiden lanzó la llama hacia los enviados, su poder iluminando la noche como un amanecer repentino. Las llamas envolvieron a sus enemigos, desintegrando las sombras y purificando la oscuridad con su calor celestial.

—Este es el poder de mi herencia, la unión de la luz y la sombra. No permitiré que destruyan el equilibrio —dijo Aiden, su voz resonando con un eco de eternidad — Neutralizaron el poder de la luz que heredé de Gabriel, pero aún tengo el poder heredado de mi otro padre, Luzbel. Protegeré el equilibrio a como dé lugar.

Aiden, de pie en medio del campus, sus alas desplegadas miraba fijamente en los restos de sus enemigos. La frialdad en sus ojos contrastaba con el fuego ardiente en su corazón, una promesa de que estaba listo para enfrentar cualquier desafío que se le presentara.

El equilibrio del universo está en peligro, pero Aiden, con el poder de la sombra, se alza como un guardián indomable. La batalla contra la oscuridad continúa, y con cada desafío, Aiden demuestra que la fuerza de su herencia es más poderosa que cualquier mal.  

La lucha por la luz y la sombra sigue, y solo el tiempo revelará el destino de todos.
 




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