Aiden, aún contemplando el cielo desde su ventana, sintió de repente una oleada de dolor tan intensa que casi lo dejó sin aliento. Era un dolor que no provenía de su cuerpo, sino de su alma, un sufrimiento profundo que resonaba con la esencia de sus padres, Gabriel y Luzbel.
Se llevó las manos al pecho, sintiendo cómo su corazón se desgarraba con cada latido, como si compartiera el tormento que ellos estaban soportando.
—Padre... Luzbel... —murmuró Aiden, su voz quebrada por la desesperación — Papá...Gabriel...
El dolor era como una tormenta eléctrica que se desataba dentro de él, cada rayo una punzada de angustia que lo consumía. Era una sombra oscura que nublaba su visión, una marea de desesperación que amenazaba con ahogarlo.
Incapaz de soportar el dolor solo, Aiden cayó de rodillas, sus lágrimas cayendo al suelo como gotas de cristal. Extendió sus manos al cielo, su alma clamando por ayuda.
—Seraphiel, Azrael, por favor, ayúdenme. Mis padres están sufriendo... no puedo soportar este dolor —suplicó Aiden, su voz resonando con una mezcla de desesperación y esperanza.
Seraphiel y Azrael, sintiendo el clamor de Aiden, se materializaron a su lado, sus figuras resplandecientes irradiando poder y compasión. Seraphiel, con sus alas blancas extendidas, y Azrael, con sus alas azules y blancas, se inclinaron hacia Aiden, sus rostros llenos de preocupación.
—Aiden, no estás solo. Vamos a hacer todo lo posible para ayudar a Gabriel y Luzbel —dijo Seraphiel, su voz un susurro de consuelo.
—Confía en nosotros, hermano. Lucharemos por ellos —añadió Azrael, su mirada firme y decidida.
Seraphiel y Azrael se elevaron hacia el cielo, su vuelo rápido y decidido como un rayo de luz en la oscuridad. Al llegar al Consejo de Serafines, se encontraron con una escena de solemnidad y poder. Los Serafines, reunidos en un círculo de luz pura, los recibieron con miradas inquisitivas y severas.
—¿Por qué vienen aquí? ¿Qué desean? —preguntó el líder del Consejo, su voz resonando como un trueno.
Seraphiel avanzó, su figura irradiando una luz tan intensa que parecía desafiar la misma esencia de la oscuridad. Su poder era como un sol naciente, una fuerza imparable que llenaba la sala con su resplandor.
—Venimos a interceder por Gabriel y Luzbel. Su castigo es injusto y excesivo. Han sufrido demasiado y es tiempo de que sean liberados —dijo Seraphiel, su voz firme y resonante.
Azrael, a su lado, añadió su voz al clamor de justicia.
—Gabriel y Luzbel han demostrado su amor y sacrificio. Aiden, su hijo, ha restaurado el equilibrio en la tierra. Es tiempo de perdonar y liberar a aquellos que han luchado por la luz y el equilibrio —dijo Azrael, su mirada llena de determinación.
El Consejo de Serafines murmuró entre sí, susurros de duda y resistencia llenando el aire. Pero Seraphiel, viendo la indecisión, decidió demostrar el verdadero alcance de su poder. Se elevó en el centro de la sala, desplegando sus alas blancas y liberando una ola de energía pura que iluminó cada rincón del lugar.
La luz de Seraphiel era como un amanecer que dispersaba la oscuridad, un resplandor tan brillante que ningún Serafín pudo ignorar. Era un recordatorio de la fuerza y la pureza del amor y el sacrificio.
—No podemos permitir que el dolor y la injusticia prevalezcan. En nombre de la luz y el equilibrio, exijo la liberación de Gabriel y Luzbel —declaró Seraphiel, su voz resonando con una autoridad incuestionable.
Finalmente, el líder del Consejo, conmovido por la demostración de Seraphiel, asintió con una mezcla de respeto y reconocimiento.
—Gabriel y Luzbel serán liberados. Su amor y sacrificio no pueden ser ignorados. En nombre de los Serafines, les pedimos perdón —dijo el líder, su voz llena de solemnidad.
Las jaulas de luz que contenían a Gabriel y Luzbel se desvanecieron, liberando a ambos de su tormento. Gabriel, con sus alas doradas y blancas extendidas, y Luzbel, con sus alas rojas y brillantes, se abrazaron, sus lágrimas de alivio y amor fluyendo libremente.
Seraphiel y Azrael se acercaron a ellos, sus rostros iluminados por la satisfacción de haber logrado la justicia.
—Gabriel, Luzbel, en nombre de los Serafines, les pedimos perdón —dijo Seraphiel, su voz un susurro de compasión.
Gabriel y Luzbel, aún abrazados, asintieron, sus corazones llenos de gratitud y alivio.
De vuelta en la tierra, Aiden despertó sintiendo una calma profunda. Sus lágrimas de alivio humedecían su rostro mientras miraba el cielo a través de la ventana de su habitación en la universidad. Sabía que sus padres estaban libres y que el equilibrio estaba siendo restaurado.
El cielo nocturno, lleno de estrellas brillantes, reflejaba la paz y el equilibrio que Aiden sentía en su alma. Cada estrella era un testimonio del amor y la justicia que habían prevalecido, y el aura de la universidad volvía a ser pura y serena.
—Juntos, podemos superar cualquier oscuridad —pensó Aiden, su voz llena de esperanza y determinación.
El equilibrio del universo está en peligro, y Aiden, renacido como el Fénix Oscuro, se dispone a enfrentar cualquier desafío con una determinación renovada.
Con el apoyo de Daniel, Ian, y el amor incondicional de sus padres, la batalla por la luz y la sombra promete ser más feroz y decisiva que nunca. La lucha continúa, y solo el tiempo revelará el destino de todos.