Gabriel, envuelto en una aura de hielo resplandeciente, aterrizó en la tierra con una gracia y fuerza implacable. El aire a su alrededor se enfrió al instante, y la tierra bajo sus pies crujió con la formación de cristales de hielo. Sabía que su acto de descender sin permiso tendría consecuencias, pero el dolor de su hijo lo impulsaba más allá de cualquier miedo o duda.
Gabriel era como un cometa de hielo, atravesando el firmamento con una determinación inquebrantable. Su corazón, normalmente cálido y compasivo, ahora estaba endurecido por la necesidad de proteger a Aiden.
Cada paso que daba resonaba con la fuerza de su resolución, y su mirada era fría y calculadora, como el borde afilado de una espada de cristal.
No pasó mucho tiempo antes de que tres miembros de la Orden del Crepúsculo detectaran su llegada. Surgieron de las sombras como espectros, sus ojos brillando con un odio inhumano. Estaban ciegos de ira, dispuestos a eliminar a cualquier amenaza que se interpusiera en sus planes.
-¡Gabriel! No escaparás de nosotros -gritó uno de ellos, su voz resonando con malicia.
La batalla comenzó con una explosión de energía oscura y helada. Gabriel se lanzó hacia sus enemigos, su cuerpo envuelto en una armadura de hielo reluciente. Cada movimiento era preciso y letal, sus alas extendidas como hojas afiladas de obsidiana.
El combate era como una danza de sombras y hielo, cada golpe un destello de luz y oscuridad. Gabriel era un vendaval invernal, sus ataques rápidos y devastadores como una tormenta de nieve enloquecida. Los miembros de la Orden del Crepúsculo respondían con furia, sus movimientos erráticos y llenos de odio.
Gabriel era como un escultor de hielo, cada golpe esculpiendo a sus enemigos con precisión mortal. Sus adversarios eran como sombras fugitivas, siempre al borde de ser capturados por su poder helado. Con cada impacto, el aire se llenaba de fragmentos de hielo y oscuridad, creando una sinfonía caótica de destrucción.
Con un último y devastador ataque, Gabriel invocó una ráfaga de hielo puro que envolvió a sus enemigos. Los miembros de la Orden del Crepúsculo quedaron atrapados en estatuas de hielo, sus expresiones congeladas en una mezcla de furia y miedo.
-No permitiré que la oscuridad prevalezca -dijo Gabriel, su voz resonando como el crujido del hielo bajo presión.
A medida que la batalla llegaba a su fin, Gabriel sintió el cambio en su interior. El uso del poder del hielo, tan oscuro y temido, había dejado una marca en su ser. Su mirada se había vuelto fría y dura, y una sombra de melancolía se posó sobre su corazón. Era como si el hielo no solo hubiera cubierto su cuerpo, sino también su alma.
Gabriel era como un lago congelado, su superficie tranquila ocultando las corrientes turbulentas debajo. Su corazón, antes cálido y lleno de amor, ahora estaba envuelto en una capa de hielo, endurecido por la necesidad de proteger a su hijo.
Aiden, sintiendo la presencia de su padre, corrió hacia él. Cuando finalmente lo vio, su corazón se llenó de alivio, pero también de preocupación. Gabriel, su querido padre, parecía diferente. La calidez que siempre había asociado con él ahora estaba reemplazada por una frialdad implacable.
-Padre... ¿qué te ha sucedido? -preguntó Aiden, su voz llena de preocupación.
Gabriel, al ver a su hijo, sintió una punzada de dolor en su corazón helado. Sabía que el cambio en él era evidente, y que Aiden podía ver la dureza que el poder del hielo había traído a su ser.
-Aiden, estoy aquí para ayudarte. Pero he tenido que usar un poder que preferiría no usar -dijo Gabriel, su voz un eco distante.
El dolor de Gabriel era como una grieta en un espejo, cada palabra reflejando su lucha interna. Aiden, viendo a su padre así, sintió una mezcla de amor y miedo. Era como si el Gabriel que conocía estuviera cubierto por una capa de hielo que lo mantenía a distancia.
De repente, el aire a su alrededor se oscureció, y una figura emergió de las sombras. Erebos, el líder de la Orden del Crepúsculo, se materializó frente a ellos, su presencia irradiando maldad pura.
-Gabriel, Aiden, no creen que han ganado. Sumergiré a la tierra en una oscuridad tan intensa que ni la luz ni el hielo podrán disipar -dijo Erebos, su voz un susurro venenoso.
La amenaza de Erebos era como una nube de tormenta que se cernía sobre ellos, cada palabra un rayo de oscuridad que prometía destrucción. Sus ojos brillaban con una malevolencia que parecía devorar toda esperanza, y su sonrisa era la de un depredador que había encontrado su presa.
Aiden, sintiendo el peso de la amenaza de Erebos, se acercó a su padre, su determinación renovada. Sabía que juntos, podrían enfrentar cualquier oscuridad, incluso la más profunda.
-No te tememos, Erebos. Lucharemos hasta el final para proteger este mundo -dijo Aiden, su voz firme y llena de resolución.
Gabriel, a su lado, asintió, su mirada helada y resuelta. El hielo en su corazón era una herramienta, una fuerza que usaría para proteger a su hijo y al mundo que amaban.
Erebos, viendo la determinación en los ojos de Gabriel y Aiden, soltó una risa oscura y retumbante.
-Entonces prepárense para la batalla de sus vidas. La oscuridad no se rendirá fácilmente -dijo Erebos, desapareciendo en las sombras.
Gabriel y Aiden se miraron, sabiendo que la verdadera batalla apenas comenzaba. La luz y el hielo se enfrentarían a la oscuridad en una guerra que decidiría el destino del mundo.
El equilibrio del universo está en peligro, y Aiden, renacido como el Fénix Oscuro, se dispone a enfrentar cualquier desafío con una determinación renovada.
Con el apoyo de su padre Gabriel, ahora imbuido con el poder del hielo, y la amenaza de Erebos cerniéndose sobre ellos, la batalla por la luz y la sombra promete ser más feroz y decisiva que nunca.