Erebos, en lo profundo de su oscuro santuario, sostenía el Rubí del Crepúsculo entre sus manos, su rostro iluminado por la siniestra luz que emanaba de la joya. Sentía su poder vibrar con una intensidad nueva, como un corazón oscuro que latía con promesas de destrucción y dominación.
Con una sonrisa malévola, desbloqueó una nueva habilidad del rubí, una energía oscura que infundiría a los miembros de la Orden del Crepúsculo un poder sin igual.
El Rubí del Crepúsculo era como un pozo sin fondo de oscuridad, cada nuevo poder desbloqueado era una sombra más profunda que extendía su influencia. La energía que Erebos sentía fluir en sus venas era como un río de noche líquida, un torrente de maldad que lo fortalecía con cada latido.
—Con este nuevo poder, nada podrá detenernos —susurró Erebos, sus ojos brillando con una luz siniestra.
Decidido a usar esta nueva habilidad, Erebos envió a tres de sus más leales y poderosos seguidores a capturar a Seraphiel y Azrael. Sabía que al drenar las energías celestiales de estos seres, podría liberar a Hades del conjuro que lo mantenía prisionero.
—Vayan y tráiganme sus energías. El tiempo de Hades ha llegado —ordenó Erebos, su voz resonando con autoridad.
Los tres miembros de la Orden del Crepúsculo se lanzaron hacia su objetivo con una ferocidad y determinación inquebrantables. Seraphiel y Azrael, al percatarse de la amenaza, se prepararon para la batalla. Sus alas, un contraste de blanco puro y negro dorado, se desplegaron majestuosamente mientras se alzaban en el aire, listos para defenderse.
La batalla que se desencadenó fue como un torbellino de luz y sombra, cada movimiento una sinfonía de destrucción y resistencia. Seraphiel y Azrael eran como estrellas en una noche tormentosa, su luz perforando la oscuridad con cada golpe.
Los miembros de la Orden del Crepúsculo, imbuidos con el poder del rubí, atacaban con una furia desatada, sus ojos brillando con odio y maldad.
Seraphiel era un faro de luz pura, cada rayo un destello de esperanza que desafiaba la sombra. Azrael, con su mezcla de oscuridad y luz, atacaba con una precisión mortal, sus movimientos eran una danza de poder celestial. Los enemigos eran como bestias salvajes, cada golpe y contragolpe una lucha por el dominio.
En el momento en que la batalla alcanzaba su clímax, Gabriel y Aiden llegaron al campo de batalla. Gabriel, con su poder de hielo resplandeciente, y Aiden, con su fuego interior, se unieron a la lucha, sus presencias irradiando una fuerza imparable.
—No permitiremos que logren sus objetivos —gritó Gabriel, lanzando una ráfaga de hielo que envolvió a uno de los enemigos.
Aiden, con sus alas desplegadas y su energía ardiente, se lanzó hacia otro enemigo, su poder combinándose con el de su padre en una ola de destrucción purificadora.
El campo de batalla se convirtió en un lienzo de luz y oscuridad, cada golpe un trazo de esperanza y desesperación. Gabriel y Aiden, unidos en un vínculo de amor y poder, luchaban con una sincronización perfecta, sus ataques eran como una tormenta invernal y un sol ardiente unidos en un solo propósito.
Finalmente, con un último ataque combinado, Gabriel y Aiden lograron eliminar a los tres miembros de la Orden del Crepúsculo. La luz y el hielo se fusionaron en una explosión de energía pura, desintegrando a los enemigos y restaurando la paz momentáneamente.
—Lo logramos, padre —dijo Aiden, respirando con dificultad pero con una sonrisa de alivio.
Sin embargo, su victoria fue efímera. En un abrir y cerrar de ojos, Erebos apareció en el campo de batalla, el Rubí del Crepúsculo brillando con una luz oscura y malévola. Antes de que Aiden pudiera reaccionar, Erebos utilizó el rubí para encadenarlo con oscuras cadenas energéticas.
—¡No! —gritó Aiden, sintiendo cómo las cadenas lo inmovilizaban y comenzaban a drenar su energía.
El dolor era como un fuego helado que quemaba su alma, cada eslabón de la cadena un latido de sufrimiento que lo arrastraba hacia las sombras. Aiden extendió su brazo derecho, intentando sujetarse a su padre, sus ojos llenos de desesperación y dolor.
—Padre... ayúdame... —susurró Aiden, su voz un eco quebrado.
Gabriel, viendo a su hijo atrapado, sintió un dolor tan profundo que casi lo dejó sin aliento. Corrió hacia él, sus manos extendidas, pero antes de que pudiera alcanzarlo, Aiden se desvaneció en el aire, arrastrado al abismo por las oscuras cadenas del rubí.
La desaparición de Aiden fue como un rayo de oscuridad que atravesó el corazón de Gabriel, dejando una herida abierta y sangrante. La luz de su hijo, siempre un faro de esperanza, ahora se desvanecía en la distancia, atrapada por las sombras.
Gabriel, Daniel e Ian quedaron de pie en el campo de batalla, sus corazones llenos de desesperación y dolor. Sabían que la lucha estaba lejos de terminar, y que la oscuridad que Erebos traía consigo solo estaba comenzando a mostrar su verdadero poder.
El equilibrio del universo está en peligro, y Aiden, renacido como el Fénix Oscuro, ha sido capturado por Erebos y arrastrado al abismo.
Con el apoyo de Daniel, Ian, y el amor incondicional de su padre Gabriel, la batalla por la luz y la sombra promete ser más feroz y decisiva que nunca.