Gabriel, al sentir la desaparición de su hijo, cayó de rodillas, su corazón atrapado en un torbellino de angustia. Era como si una parte de su alma hubiera sido arrancada, dejando un vacío oscuro y doloroso. Cada pensamiento sobre Aiden, prisionero y torturado, era una daga que se clavaba más profundamente en su ser.
La angustia de Gabriel era un abismo sin fondo, un pozo de desesperación que lo ahogaba con cada segundo que pasaba. Su mente estaba envuelta en una niebla helada de miedo y tristeza, cada suspiro un eco de su dolor inagotable.
-Aiden... mi hijo... -susurraba Gabriel, su voz temblorosa y llena de pesar.
Aiden se encontraba encadenado en una oscura caverna en lo profundo del abismo. Las paredes de roca negra rezumaban una oscuridad viscosa, y las cadenas que lo sujetaban estaban imbuidas de una energía maligna que drenaba su poder constantemente.
Frente a él, Hades yacía en un trono oscuro, su respiración lenta y constante, como un gigante dormido esperando despertar.
Cada aliento de Aiden era un desafío, su cuerpo sentía como si estuviera siendo desgarrado por mil espinas de sombra. La energía oscura que lo rodeaba succionaba su fuerza vital con una sed insaciable, como un vampiro que se alimenta de la luz misma. Sin embargo, dentro de su ser, algo cambiaba.
A medida que su poder de oscuridad heredado de Luzbel disminuía, Aiden sentía el surgimiento de la luz que había heredado de Gabriel.
Era una chispa dorada en medio de la sombra, una llama de esperanza que comenzaba a crecer. Sus plumas rojas se transformaban lentamente en un brillante tono dorado, reflejando la pureza y el poder de su esencia angelical.
El poder de la luz en su interior era como un amanecer en medio de la noche más oscura, cada rayo de luz una promesa de redención y fuerza. A pesar del dolor físico intenso que sentía, Aiden sabía que debía resistir. La esencia angelical de Luzbel era poderosa, pero su propia luz tenía el potencial de contrarrestar la oscuridad.
-No me rendiré... encontraré la manera de liberarme -pensaba Aiden, su voz interior resonando con determinación.
Erebos, observando a Aiden con placer, sentía una satisfacción perversa al verlo sufrir. Sabía que estaba cada vez más cerca de liberar a Hades, y la desesperación de Aiden solo alimentaba su poder.
-Mira cómo caes, hijo de Gabriel. Pronto, todo estará en nuestras manos -dijo Erebos, su voz un susurro venenoso.
Decidido a asegurar su triunfo, Erebos desató una niebla oscura y demoníaca en la ciudad. Esta niebla, como una marea oscura, se extendió rápidamente, transformando a las personas que tocaba en demonios.
Los gritos angustiantes de los ciudadanos resonaban en las calles mientras se transformaban en criaturas monstruosas, perdiendo su humanidad y entregándose a la violencia y la destrucción.
La niebla era como una sombra viviente, envolviendo todo a su paso y convirtiendo la ciudad en un campo de batalla infernal. Los demonios, nacidos de las personas transformadas, eran como bestias salvajes, sus ojos brillando con una furia inhumana. Las calles, antes llenas de vida, ahora eran escenarios de caos y horror.
Afortunadamente, los terrenos de la universidad permanecieron protegidos por el escudo creado por Gabriel, Seraphiel, Azrael y Aiden. Este escudo era un faro de luz en medio de la oscuridad, un santuario donde las buenas vibras y la esperanza aún florecían.
Las personas, al darse cuenta de que solo aquellos dentro de los terrenos de la universidad estaban a salvo, comenzaron a correr hacia allí, buscando refugio. Era como una estampida de almas desesperadas, cada una luchando por alcanzar el santuario de luz antes de ser consumida por la niebla oscura.
En medio de este caos, Gabriel sintió la energía angelical de Aiden. Era un clamor desesperado, una llamada de ayuda que resonaba en su corazón con una intensidad desgarradora.
-Aiden... estoy aquí. Te encontraré -dijo Gabriel, su voz llena de resolución y amor.
Seraphiel y Azrael, viendo el estado de Gabriel, se acercaron a él con una mezcla de preocupación y determinación.
-Gabriel, ve a salvar a Aiden. Nosotros nos ocuparemos de detener el caos en la ciudad -dijo Seraphiel, su voz firme pero compasiva.
-Confía en nosotros, hermano. Haremos todo lo posible por proteger a los inocentes -añadió Azrael, su mirada llena de fuego celestial.
Gabriel, con renovada esperanza y determinación, se preparó para descender al abismo y rescatar a su hijo. Daniel e Ian, viendo la urgencia en los ojos de Gabriel, también se prepararon para enfrentar cualquier obstáculo que se presentara.
-No te preocupes por nosotros, Gabriel. Trae a Aiden de vuelta -dijo Daniel, su voz firme.
-Sí, nosotros mantendremos las cosas bajo control aquí -añadió Ian, su mirada resuelta.
Gabriel asintió, sus alas desplegándose con majestuosidad. Con un último vistazo al caos que se extendía en la ciudad, se lanzó hacia el abismo, dispuesto a enfrentar cualquier oscuridad para salvar a su hijo.
El equilibrio del universo está en peligro, y Aiden, renacido como el Fénix Oscuro, ha sido capturado por Erebos y arrastrado al abismo.
Con el apoyo de Daniel, Ian, y el amor incondicional de su padre Gabriel, la batalla por la luz y la sombra promete ser más feroz y decisiva que nunca.