Gabriel descendió al abismo, sus alas extendidas como un escudo de luz y hielo. Al tocar el suelo del reino de la oscuridad, sintió un golpe devastador en su alma y esencia angelical. Era como si una ola de tinieblas lo hubiera envuelto, tratando de sofocar su luz interior.
El abismo era un mar de sombras profundas, cada ola una cuchilla que rasgaba su ser. El dolor físico era como fuego helado que quemaba su piel, mientras que el dolor emocional era una tormenta de angustia que azotaba su corazón. Cada paso que daba era un latido de sufrimiento, cada respiración una lucha contra la oscuridad que lo rodeaba.
—No puedo... detenerme... —murmuró Gabriel, su voz un susurro ahogado.
Gabriel sentía como si su alma estuviera siendo arrancada en pedazos, su esencia angelical luchando por mantenerse intacta. Era como un águila atrapada en una jaula de sombras, sus alas atrapadas y su espíritu indomable luchando por liberarse.
El camino por el abismo era una travesía a través de la pesadilla misma. Las paredes de la caverna estaban cubiertas de líquenes negros que destilaban un veneno gélido, y el aire estaba lleno de un hedor a muerte y descomposición.
Sin embargo, gracias al poder del hielo que había adquirido, Gabriel podía camuflarse entre los demonios, quienes no lo detectaban.
Cada rincón del abismo era un cuadro de horror y desolación, como si la misma esencia del mal hubiera pintado su obra maestra.
Las sombras se movían con vida propia, susurrando secretos oscuros y amenazas. Gabriel, aunque invisible para los demonios, sentía cada susurro como una aguja en su mente, cada sombra como una garra que trataba de atraparlo.
Mientras tanto, Aiden, encadenado y drenado de su energía, sentía una transformación en su interior. La esencia angelical heredada de Gabriel se fortalecía, una luz dorada que crecía con cada segundo.
A medida que esta luz aumentaba, su cuerpo físico cambiaba, rejuveneciendo hasta parecer un joven de dieciséis años y mucho más hermoso de lo que solía ser.
Aiden era como un árbol en primavera, sus hojas jóvenes y brillantes creciendo a pesar del invierno que lo rodeaba. Sus alas, ahora blancas y doradas, eran tan resplandecientes como las de Gabriel, un símbolo de su linaje y poder celestial.
Aiden, a pesar del dolor intenso que lo consumía, sintió la presencia de su padre acercándose. Era como un faro de esperanza en la oscuridad, una promesa de rescate que lo llenaba de renovada fuerza.
—Padre... sé que estás cerca... —pensó Aiden, sus ojos llenos de determinación.
Gabriel finalmente llegó al lugar donde Aiden yacía prisionero. Las cadenas que lo ataban brillaban con una energía oscura, succionando la vida de Aiden con una sed insaciable. Sin perder tiempo, Gabriel desplegó todo su poder, una ráfaga de hielo que estalló en un resplandor cegador.
El despliegue de poder de Gabriel era como un glaciar que se rompe, cada fragmento de hielo una explosión de pureza que atravesaba la oscuridad. Sus alas se extendieron majestuosamente, irradiando una luz tan brillante que las sombras retrocedieron, como criaturas temerosas del amanecer.
Las cadenas que ataban a Aiden eran como serpientes de oscuridad, retorciéndose y luchando contra la liberación. Gabriel, con su espada de hielo, rompió cada una de ellas con precisión letal, liberando a su hijo de su prisión.
Justo en ese momento, Hades abrió los ojos. El hechizo que lo mantenía dormido se rompió en mil pedazos, y su risa escalofriante resonó en la caverna. Se levantó de su trono oscuro, su figura irradiando un poder temible y destructivo.
—Tarde, demasiado tarde, arcángel Gabriel. Tu hijo me ha brindado todo el poder que heredó de Luzbel y ahora soy indestructible. El equilibrio acaba de destruirse. Como verán, han fallado —dijo Hades, su voz un trueno de maldad y triunfo.
Hades era como un volcán de sombras, su poder oscuro brotando con una fuerza imparable. Cada risa era un relámpago de destrucción, cada palabra una sentencia de condena.
La caverna misma parecía temblar bajo su poder, las paredes rezumando una oscuridad que se expandía como un veneno.
Aiden, aún débil pero liberado, sintió una ola de desesperación al ver a Hades. Sabía que el equilibrio estaba en peligro, y el peso de la responsabilidad lo aplastaba. Extendió su mano hacia Gabriel, sus ojos brillando con lágrimas de dolor y esperanza.
—Padre, no podemos rendirnos. Debemos luchar... —dijo Aiden, su voz un susurro quebrado.
Gabriel, sintiendo la desesperación de su hijo, lo abrazó con fuerza, su corazón lleno de amor y determinación. Sabía que la batalla estaba lejos de terminar, pero también sabía que juntos, podrían enfrentar cualquier oscuridad.
El equilibrio del universo estaba en mayor peligro que nunca, y Aiden, renacido como el Fénix Oscuro, junto a su padre Gabriel, ahora liberado de la prisión helada, se disponen a enfrentar cualquier desafío con una determinación renovada.
La amenaza de Hades, ahora despierto y poderoso, se cierne sobre ellos, pero con la luz de su amor y el poder de su unión, están listos para luchar por la esperanza y la paz. La lucha continúa, y solo el tiempo revelará el destino de todos.