Aiden, con el peso de la reciente batalla aún sobre sus hombros, miraba a su padre Gabriel con preocupación. Los recuerdos de lo que habían pasado, las cadenas mentales y el dolor, aún frescos en su mente, lo llenaban de un miedo intenso.
Sabía que su padre estaba decidido a ayudarlo y a proteger a la humanidad, pero temía profundamente que Gabriel volviera a sufrir. Aquello no podría soportarlo ya que lo quería bastante.
El miedo de Aiden era como una sombra oscura que se cernía sobre su corazón, cada pensamiento un eco de la posibilidad de perder a su padre. Era como un río de incertidumbre que corría bajo su piel, un temblor constante que no podía ignorar.
—Padre, por favor, vuelve al cielo con Luzbel. No puedo soportar la idea de que vuelvas a sufrir —dijo Aiden, su voz cargada de angustia.
Gabriel, viendo la desesperación en los ojos de su hijo, sintió una punzada de dolor, pero su determinación no vaciló. Sabía que su lugar estaba al lado de Aiden, luchando juntos por la luz y el equilibrio.
—Aiden, mi lugar está aquí, contigo. No puedo irme mientras el peligro persista. Debo ayudar a proteger este mundo —respondió Gabriel, su voz firme y resuelta.
En ese momento, una luz brillante apareció ante ellos, y Luzbel se materializó, sus alas rojo escarlata extendidas majestuosamente. Había sido enviado por el consejo celestial de los Serafines con un mensaje para Gabriel.
—Gabriel, el consejo celestial de los Serafines ha decidido no castigarte. Entienden los motivos que te llevaron a hacer lo que hiciste —dijo Luzbel, su voz un eco celestial.
El perdón del consejo celestial era como un rayo de sol que dispersa las nubes de tormenta, una luz de esperanza que iluminaba el corazón de Gabriel. Sus palabras eran un bálsamo para las heridas de su alma, un reconocimiento de sus sacrificios y decisiones. Luzbel se acercó a Aiden, abrazándolo con orgullo y amor de padre.
—Siempre serás nuestro hijo, siempre —susurró Luzbel, sus ojos brillando con lágrimas de felicidad y orgullo.
Aiden sintió una oleada de calidez y seguridad al ser abrazado por Luzbel, pero su preocupación por Gabriel persistía.
El abrazo de Luzbel era como un manto de estrellas, cada punto de luz una promesa de amor eterno y protección. Aiden se sintió envuelto en ese amor, un refugio seguro en medio del caos que los rodeaba.
—Padre, por favor, vuelve al cielo con Luzbel. Es peligroso aquí y no puedo soportar la idea de que algo malo te suceda otra vez — repitió Aiden, su voz temblando a Gabriel.
Luzbel, viendo la angustia en su hijo, se volvió hacia Gabriel con una mezcla de comprensión y preocupación.
—Gabriel, nuestro hijo tiene razón. Debes considerar regresar al cielo —dijo Luzbel, su voz suave pero insistente.
Gabriel miró a su hijo y a Luzbel, sintiendo el peso de sus preocupaciones, pero su determinación no flaqueó.
—Aiden, Luzbel, confíen en mí. No soy tan débil como creen. Juntos, podemos enfrentar cualquier oscuridad —dijo Gabriel, su voz resonando con una fuerza renovada.
Luzbel, aceptando la decisión de Gabriel, asintió y tomó el Rubí del Crepúsculo. Conocía a su amado Gabriel sabiendo lo poderoso que era.
—Confío en ti, Gabriel. Protege a nuestro hijo y a este mundo —dijo Luzbel antes de desplegar sus alas y ascender de regreso al cielo, llevándose el rubí lejos del alcance de Hades y la Orden del Crepúsculo.
Mientras tanto, en la ciudad, Hades estaba intentando esclavizar mentalmente a Daniel y a Ian, con Seraphiel y Azrael luchando dentro de ellos para resistir. La niebla oscura que los rodeaba era como un veneno que intentaba consumir sus mentes y almas.
La niebla oscura era una serpiente sinuosa que se enroscaba alrededor de sus pensamientos, cada susurro una promesa de desesperación y sometimiento. Seraphiel y Azrael luchaban contra esta oscuridad, sus luces angelicales brillando como antorchas en la noche más oscura.
Aiden y Gabriel llegaron en ese momento crucial. Aiden, con una explosión de luz dorada, se lanzó hacia Hades, su poder de equilibrio brillando con una fuerza inusitada.
—¡Hades, tu reinado de terror termina aquí! —gritó Aiden, lanzando un duro golpe que arrojó a Hades varios metros hacia atrás, rompiendo todo a su paso.
El golpe de Aiden era como un rayo de sol que atraviesa una tormenta, su luz pura y destructiva dispersando las sombras que Hades había invocado. Hades se levantó, furioso, su risa escalofriante resonando en el aire.
Gabriel, mientras tanto, sujetó a Ian y a Daniel, alejándolos de la influencia oscura de Hades. Sus alas doradas y blancas los envolvieron, creando un escudo de luz que los protegía del mal.
—Están a salvo ahora. Seraphiel y Azrael, confío en ustedes para manejar a la Orden del Crepúsculo —dijo Gabriel, su voz resonando con autoridad.
Mientras Seraphiel y Azrael se enfrentaban a los miembros de la Orden del Crepúsculo, Aiden y Gabriel se prepararon para enfrentar a Hades. La batalla que siguió fue una mezcla de luz y oscuridad, cada golpe un destello de esperanza contra la marea de sombras.
Aiden y Gabriel eran como un sol y una luna, sus poderes combinados irradiando una fuerza imparable. Hades, aunque poderoso, luchaba contra una luz que no podía apagar. Cada golpe de Aiden era una promesa de equilibrio, cada movimiento de Gabriel una declaración de amor y protección.
Finalmente, con un último ataque combinado, Aiden y Gabriel lograron derrotar a Hades. La oscuridad que había traído consigo se desvaneció, y la ciudad comenzó a recuperar su luz.
Aiden era como un fénix renacido, su luz brillando con una intensidad que desafiaba la oscuridad. Sus alas rojo escarlata y blancas eran un testimonio de su herencia y poder, un símbolo de esperanza y renovación.
Gabriel, viendo a su hijo restaurado y fortalecido, sintió una oleada de orgullo y amor. Además sabía que, juntos, podrían enfrentar cualquier desafío que el futuro les deparara.