Con la destrucción de la Orden del Crepúsculo y la derrota de Hades, la ciudad comenzó a respirar nuevamente la.paz y la tranquilidad. Las sombras que habían oscurecido el cielo se disiparon, y el sol brilló con una calidez renovada, bañando las calles con su luz dorada.
Las autoridades, liberadas de la esclavitud mental a la que habían sido encadenados, retomaron el control y restauraron la democracia en todo el país. Era como si un viento fresco y purificador hubiera barrido la corrupción y el miedo, dejando un aire de esperanza y renacimiento.
La recuperación de la ciudad era como un campo de flores que renace tras una tormenta, cada pétalo una promesa de futuro y cada aroma un susurro de paz. Las calles, antes llenas de caos y desesperación, ahora vibraban con la vida y el bullicio de una comunidad unida.
Daniel e Ian, habiendo completado su misión divina, volvieron a sus vidas humanas con una sensación de cumplimiento y propósito renovado. Se graduaron como abogados, sus logros académicos reflejando su determinación y esfuerzo.
Sus títulos eran como medallas brillantes, cada una un testimonio de su valentía y perseverancia. Daniel e Ian decidieron trasladarse a la ciudad donde el padre de Ian vivía con su esposa, la tía de Daniel. La nueva ciudad era un símbolo de nuevas oportunidades y un nuevo comienzo.
Instalados en un departamento, Daniel e Ian comenzaron a construir su vida juntos. El amor y la camaradería que compartían eran un refugio seguro, un lugar donde podían ser ellos mismos sin miedo ni oscuridad.
Su hogar era como un jardín en flor, cada rincón lleno de calidez y amor. Los gemelos, hijos del padre de Ian y la tía de Daniel, llenaban la casa con risas y alegría, sus voces como campanas que resonaban con promesas de felicidad.
Gabriel, habiendo cumplido su deber en la tierra, se preparó para regresar al cielo junto a su amado Luzbel. El cielo, su verdadero hogar, lo esperaba con los brazos abiertos. Luzbel, siempre su faro de amor y pasión, lo abrazó con una calidez que disipó cualquier rastro de frío o duda.
El amor de Gabriel y Luzbel era como una llama eterna, cada abrazo un refugio de paz y felicidad. Gabriel, habiendo dominado el poder del hielo, sentía una serenidad y control que antes le habían sido esquivos. Ahora era él quien controlaba el poder, y no al revés.
Gabriel sentía un amor y felicidad intensos al regresar a los brazos de su amado. Era como un río que finalmente encuentra su curso, fluyendo con fuerza y gracia hacia su destino. En los brazos de Luzbel, Gabriel encontró la paz que tanto había anhelado, su corazón latiendo con una melodía de amor eterno.
Aiden, habiendo cumplido su misión en la ciudad, decidió trasladarse a una ciudad más grande y poblada. Recibido como abogado, su nueva vida sería un equilibrio entre su existencia humana y su propósito celestial de proteger el equilibrio del universo.
Aiden era como un faro en medio de un mar tempestuoso, su luz guiando a los perdidos y manteniendo el equilibrio en medio del caos. La nueva ciudad era un campo de batalla y un hogar, donde podía continuar su misión divina mientras vivía como un humano.
Azrael y Seraphiel, habiendo cumplido su deber en la tierra, decidieron liberar a Ian y Daniel de su influencia. Con cuidado, alteraron los recuerdos de los jóvenes, borrando cualquier rastro de los combates y sus identidades celestiales.
Era como borrar una pizarra, cada trazo de tiza una memoria que se desvanecía, dejando una superficie limpia y pura. Ian y Daniel, ahora libres de su pasado celestial, podían vivir sus vidas en paz y amor.
Seraphiel y Azrael regresaron al cielo, su misión completada. Decidieron vivir en el reino creado por Gabriel y Luzbel, un lugar donde la luz y las sombras se fusionaban en perfecta armonía.
El reino de Gabriel y Luzbel era como un jardín celestial, cada flor una mezcla de luz y sombra, cada rincón un refugio de amor y paz. Seraphiel y Azrael encontraron en este lugar su hogar, un refugio donde podían vivir en paz disfrutando del amor que los unía y sentían mutuamente.
Ian y Daniel, ahora casados, vivían una vida llena de amor y realización. La sombra de sus pasados combates se desvaneció, y solo quedó la promesa de un futuro brillante y feliz.
Aiden, en su nueva ciudad, continuaba su misión, siempre vigilante y protector. Su vida era una danza entre la humanidad y la divinidad, cada paso un acto de amor y equilibrio.
Gabriel y Luzbel, unidos eternamente, vivían en paz y felicidad, su amor un faro eterno en el cielo. Seraphiel y Azrael, sus amigos y compañeros, encontraron en su reino un hogar donde podían ser ellos mismos.
Esa noche Aiden se encontraba de pie en el techo de la torre más alta de toda la ciudad con sus alas desplegadas, sus alas de crepusculo de colores blanco, rojo y dorado.
El frío viento de medianoche soplaba con fuerza moviendole sus negros cabellos a Aiden, quien encendió su fuego interior neutralizando así el intenso frío de esa noche de invierno. Dió un salto y se alejó de allí volando ya que sabía que sus alas no iban a fallarle.
Era el arcángel del equilibrio y su deber consistía en mantenerlo intacto todo el tiempo. Sabía que su padre Gabriel estaba en los brazos de quien tanto amaba y en el lugar donde viviría a salvo. La paz que eso le daba era única.
Mientras te encuentras a salvo papá Gabriel, puedo hacer cualquier cosa sin temor alguno. Soy el nuevo guardian de la humanidad y del equilibrio. Seraphiel, Azrael, quedense tranquilos y confíen en mí queridos amigos.
FIN