Las anécdotas de una abuela triste

Capítulo II

¡Él no era bello! Me aseguró cuando le pregunté de aquél amor afortunado que en un tiempo pretérito la conllevó a aferrarse a un ser que el tiempo lo fue convirtiendo en un ser provecto a pesar de que la juventud no dura. No tenía magia y nunca conquistaría las mil y una galaxias sin descubrir, componía sus anteojos y se acomodaba para observar a mejor ángulo los recuerdos ¡Pero si bien hubieses visto sus ojos, parecía, querida, que su mirar se basaba en observar fijamente al sol, y en aquellos ojos miopes se guardara el destello de los irradiantes rayos solares! Sonreí con tenue ternura, quedándoseme viendo, y mientras ella volvía a la esquina de la resguardada parte de su mente donde está el presagio de una vida afortunada, yo imaginaba a un hombre con ojos de sol. Lo imaginé tan vívidamente que llegué a sentir que amar realmente a alguien de tal forma y con tanta fuerza, ambos bailando al mismo son bajo la clara luz de la luna llena y el cielo emancipado de estrellas, significaba la cosa más dichosa del mundo. Le hacías hablar y escuchabas nacimiento de maravillas, a pesar que no fue bueno en la escuela, ¡era una mula atroz! Pegó la carcajada, pero si hubieras leído sus poemas… ¡Él no era mago, pero escribía magia! A la vista de lo común un simple mortal sin amor que se enamoró y que a poco con sonrisas se fue extinguiendo. Mas siendo joven disfrutó regalando no flores muertas, señaló con su índice para agarrar la seriedad de sus palabras con más fuerza, si no vivas macetas, árboles y amores. Desde que nació fue humano, no cualquiera, claro, tenía la etiqueta de la caducidad ensamblada en la tapa de la pata... ¡Lo que lo hacía diferente, corazón, lo que lo distinguía del resto de todo hombre y todo idiota! Se quedó taciturna sujetando con el suelo la mirada, bajando de a poco cada vez la voz como quien se está acordando de lo que no volverá a existir jamás. —era que no dedicaba canciones que no sentía— Ahora sé cuánta razón tenía mi madre cuando decía que no me convenía, mientras hablaba daba suspiros que eclipsaban su boca al viento y le ayudaban para entonces terminar diciendo ¡Cuánta razón tenía la vieja, lo sé ahora que estoy vieja! Porque él no era eterno y en algún tiempo de la vida cotidiana me tendría que dejar, yo, le tenía que perder. Ese cuerpo que lo acompañaba, que tan mal hablaba de su alma, amortiguaba en cada esquina una muerte que paulatinamente vendría, de apoco, pero evidente… ¡Por eso es que odio a toda alma hermosa que se mueve a través de un par de piernas y se expresa a través de unos labios que se funden y recitan versos hechos por su propio intelecto, demuestran tan poca duración! —Cariño—Tomó mi mano con ojos de estrella. ¡Pero ¡qué bien valieron la pena esos momentos furtivos de amarnos bajo los faroles del cielo en los que se emancipaban las estrellas!

 




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.