Las anécdotas de una abuela triste

Capítulo VII

Por días tuve muchas dudas para preguntar, pero era un error decirlas a voz fuera, pues la abuela ya no las escuchaba. Cuando la lluvia caía ella mecía más su silla y el sonido causaba algo escalofriante, no porque un fantasma lo estuviera haciendo, sino porque un ser casi evanescente y queriente se estaba yendo, como quien te tortura con su marcha lenta. Y es que nadie quería que se fuera, pero los días amenazaban como un verdugo de duelo. En verdad, nadie quería despertar un día y no sentir esa presencia encantadora, ¡nadie era nadie! e incluyendo al sol que lloraba en destellos para seguir irradiando su piel como flor que fácil se marchita por la cruel vejez. Un día, aún recuerdo la fecha, fue un veintisiete de septiembre, lo recuerdo porque me perdí en sus ojos, entonces comprendí las cartas del abuelo y esa frase en la que advertía en cuidado de verla porque tenía magia y te perdía. Ahora ya eran viejos, pero con la misma magia, se cerraban más y ya casi no veían, sus piernas se movían menos y su mente divagaba más, sin embargo, su corazón aún latía fuerte. Y sé, ahora bien y, por ella, que lo esencial no es el cuerpo que se deteriora con el tiempo, sino el alma que acumula amor. —Tengo ya ochenta y cinco años, y en ninguno de ellos una persona, si así se le puede llamar, me ha hablado de cuánto ha estado enamorada de alguien. Nunca nadie platicó conmigo de qué tan loco estaba por otro ser. Cuando estaba en la escuela todos perdían la cabeza por la gente bella, y ya entenderás que no hablo de almas. La ropa, joder, como si el amor se vistiera. Toda esa fregadera que brilla, todo lo tangible, nada por lo abstracto, ¡en qué mundo estamos! Alegó. Partida de idiotas que cree que lo lógico no tiene sentido. Todos siempre dijeron que tu abuelo hablaba cosas dementes, era un loco, para mí, el loco más cuerdo del mundo. —Él no es así... —hablé y ella volteó a verme. Es inteligente y aparenta ser perfecto, pero no lo es, me besó y no lo fue. —No era tu otra mitad. —No estoy dividía para que lo sea. —Entonces no es él por quién estás perdiendo la cabeza. —Es por otro. - Dije sin sentirlo. — ¿Es feo? —Un poco, un tanto torpe —Me reí. — ¡Qué herencia la nuestra de andar arruinando la genética por las gracias del amor! De escuchar esto tu bisabuela de haber resucitado se hubiera querido volver a morir. – Pegó la carcajada. —¿Eso es bueno? —¡Eso es el tesoro! —El abuelo no era bello... —Y hasta menso. Un día dijo: Te amaré por siempre, sin saber que el por siempre no existe y aun así me amó. —Nunca viste eso. — ¿Y tú por qué lo miras? —Porque pensaba que la atracción puede sustituir un tanto las ganas de cometer locuras con la genética. —Lo hará, pero no por siempre, el cuerpo se acaba, la magia que causa la presencia de un alma inconforme a ser común no. Un alma básica y poco hermosa se pudre con el cuerpo, un cuerpo feo con un espíritu bello siempre conservará su deleite. —¿A eso te refieres cuando dices que el mundo es de idiotas? —Exacto, nos clasificamos como si fuéramos animales, viendo quién tiene la mejor sangre. No salimos amar las jodidas almas, salimos a sacrificarlas, ¡ve y hazle una abertura al de ojos bonitos y luego al feo que te gusta, a ver si uno tiene la mejor sangre! —Es la misma cosa. —No, no puedes decir que es lo mismo si él te ha regalado tiempo y el otro un simple ramo de rosas cortadas sin aire ni pasión. Siempre vi a tu abuelo feo, y te vas a reír, pero, envejeció y lo seguí viendo más feo, pero sabes qué, cuando en la cara se le comenzaron a incrustar como plaga las malditas arrugas lo ame más, porque sé y él siempre dijo que la vejez era una historia plena y que las arrugas significaban el camino recorrido que contaban buena historia. Me enamoré de su alma y de su gracia sin gracia, porque sabía que pese a que envejeciera siempre lo amaría. Fue una decisión que tomé y de la cual no me arrepiento hasta hoy en día. Ahora tú, ¿te quedas con lo eterno o con lo poco valioso? Lo abstracto siempre tiene su lado bueno, pero te advierto, no cualquiera lo encuentra. Es como un tesoro de difícil hallazgo, pero cuando lo encuentras bailas bajo la luna.




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