Las armaduras plateadas - Máleran 4 | libro 4

Primera parte: El torbellino acuífero

Capítulo 1

 

Tiempo:

11:55 am, 11 de enero de 1987.

Lugar:

Plaza principal, Nación de Seratrom, Continente Apsurer.

 

Faltaban pocos minutos para el primer y único encuentro que debería hacerse entre Becdrak y lady Curuneu, él y su grupo de cuatro compañeros junto con su sobrino, Otidas, había viajado hasta la Nación de Seratrom.

Los seis se encontraban sentados en un par de bancos, a pesar de que estaba todo calculado, Otidas no podía dejar de parecer nervioso, su sudor podía recorrer por el interior de su cuerpo eso, le hizo dar más frío del que tenía. ¿Serán todas personas de mi edad? ¿Cuántos seremos? No creo que haya tantas personas en el mundo que…, pensó Otidas tragando saliva, quieran ser asesinos de Kabarys. ¿Seré el indicado para esta misión?

 Otidas regresó de sus pensamientos al oír un leve susurro de Becdrak. 

—Chico, no te pongas nervioso. Se supone que debes comportarte como un noble, hemos estado practicando esto por meses. Y es nuestra…—expresó Becdrak.

—Nuestra última oportunidad antes de la semana del espejo violeta —dijeron ambos al unísono. Otidas revolvió sus nuevos ojos de color azul, Otidas comenzó a tocar su mechón violeta, y como otro millar de veces no se dió cuenta de lo que hacia a pesar de ahora era de color rubio, era fácilmente identificable con respecto a su tacto (era un mechón duro de por sí, por más que se lavase o alisara) y el muchacho se lo estiraba por medio de su frente hasta que llegaba al principio de su nariz. 

Sin previo aviso llegó una mujer caminando tranquilamente, llevaba un saco marrón claro, lentes oscuros y un sombrero negro nada extravagante, para tratarse de una lady. Era la mismísima lady Curuneu, de la Nación de Arafelia. 

—Buenos días su majestad —saludó Becdrak mirando a la mujer.

—Antes que nada, quiero saber como está mi hijo —expresó con temor la noble.

—Claro —exclamó Becdrak con suma tranquilidad, sacó del bolsillo de su pantalón una diminuta pantalla quien parecía tener un mensaje de video grabado, Otidas no le prestó el más mínimo de la atención, porque había estado allí cuando el noble Graud había grabado aquel mensaje. En vez de centró su vista en aquellos edificios de la Nación con grandes paneles de luz que se encontraban en la parte superior de aquellos inmensos edificios, también le despertaba curiosidad por qué, casi todos los edificios terminaban en punta o con varias antenas, desvió su mirada hacia el cuadrado cause del canal que se encontraba en el contorno de la plaza donde estaban ubicados, por breve instante le pareció ver un perrito de pelaje amarillo. Negó con su cabeza pensando que ya estaba comenzando a delirar de los nervios y decidió seguir prestando atención a la conversación entre su tío y lady Curuneu.

—¿Tienen otras condiciones además de pagar el credo y hacer que su hijo pase allí dentro? —pregunto Curuneu Baggerty.

—Es mi sobrino —corrigió Becdrak. La lady se acercó.

—Me importan un cuarto de espíritu y casi nada, señor Becdrak —susurró Curuneu—, tengo el dinero en mi auto. Los llevaré hasta allá con la seguridad de que recibiré mensajes de mi hijo cada diez días como dice. 

—Perfecto —contestó Becdrak. Poniéndose en marcha. La mano derecha de su majestad, dos guardias, y los seis Kabarys se dirigieron a la limusina negra de lady Curuneu. 

El auto tenía muchos lujos en el interior, Otidas estaba maravillado con el botón que hacía subir y bajar el oscuro vidrio del automóvil. Llegaron hasta la pista de aterrizaje de los aviones, tomando el primero que se encontraba en el interior de hangar. Cuando a Otidas le dijeron que volaría estaba expectante por el vidrio del jet para ver cuando sus alas se plegasen como las de los pájaros que solía ver en la isla de los Kabarys, su decepción fue terrible cuando no vio ningún parecido con los pájaros. Faltaban pocos kilómetros para llegar y tuvieron que descender nuevamente. 

—¿Qué ha pasado Becdrak? —preguntó Otidas. 

—No podemos seguir por aire, ahora debemos continuar por tierra o lo más apropiado en la Nación de Cord es ir por debajo de la tierra —expresó el hombre con una sonrisa revolviendo el cabello de su sobrino con una mano.

—¿Es por los fuertes vientos? —preguntó Otidas intentando recordar lo que había aprendido de aquella lejana Nación. 

—Exactamente, joven Graud —contestó Becdrak. Cielos, si que Becdrak está metido en el papel, debería hacer lo mismo por si acaso, pensó Otidas seriamente. 

—Mira anciano, mi madre te ha contratado por una razón y eso es para que tengas mi agua lista cada vez que voy a bañarme, no para felicitarme —expresó Otidas. En realidad, no se si la personalidad de Graud es así, reflexionó el joven dentro de su mente. Da igual… Si le hubiera preguntado, poco y nada me habría contestado. A lo mejor es un buen tipo. Puede que sea un estereotipo un poco malo, el de “el noble malvado”.

—Si su majestad —dijo Becdrak haciendo una leve reverencia dentro del automóvil. En poco tiempo un par de horas, ingresaron por un túnel, Otidas quiso ver por el costado del auto, pero el mismo túnel terminaba a escasos metros de donde se encontraban, parecía perderse en la superficie, en el interior parecía estar completamente de noche, solamente siendo iluminado por las luces violetas del techo del túnel, recorrieron casi diez kilómetros mientras cada cierta distancia había una leve bajada que los hacía descender un poco más en aquel túnel (cuanto más bajadas hacían más empinadas eran) llegaron hasta una caseta, la cual los dejó pasar sin pago alguno. Puertas de acero se abrieron e ingresaron a una avenida que por lo menos tenía cinco carriles de cada lado, había paredes al costado de la carretera por lo que podía darse cuenta de que se encontraban a varios metros bajo tierra, Otidas despegó su espalda del respaldo del asiento y se asomó al lado del piloto y copiloto del automóvil. 




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