La entrada del templo posee una enorme puerta de madera pulida, de esas que se abren de par en par. Sobre su superficie, grabados y tallados forman diseños hermosos y fluidos.
Nos detenemos a menos de dos metros de ella. Me siento tentado a intentar abrirla, pero lo hará sola, estoy seguro de ello.
Aquí viene…
Y con calma, las puertas se abren hacia adentro, con el típico sonido de metal y madera vieja.
Ya me lo esperaba.
Pero, ¿qué más sorpresas podrían aguardarse, que yo no me espere? Solo una: el interior está obscuro, apagado, solo se distinguen cosas hasta donde la luz que entra desde la puerta lo permite.
Dicho de otra forma, el templo da la impresión de estar vacío, sin nada adentro.
¿De verdad así es el templo?
Damos varios pasos adentro, pero la visibilidad no cambia mucho que digamos.
¿No hay antorchas aquí?
Entre la penumbra, algo se ve vagamente frente a nosotros. Es una silueta. Poco a poco camina, se escuchan sus lentos y calmados pasos, acompañados con el sonido de un bastón que golpea el suelo.
―Finalmente están aquí. —Habló la figura—. Espero que no haya sido muy arduo el viaje.
En poco tiempo sale a la luz. Se hace presente un hombre de edad avanzada, de estatura mediana y de aspecto amable, con una tupida barba grisácea y pelo largo y completamente blanco como muestra de su avanzada edad. Viste una toga larga y elegante de color gris y bordeado en blanco. Sostiene en su mano derecha un báculo alto de madera, estilizado y elegante. En la punta, una medialuna grande, y en el centro de esta medialuna, una gema perfectamente redonda brilla cristalinamente; no se sostiene con nada, simplemente se mantiene en el centro de la medialuna como si levitara.
En la frente del hombre, una pequeña tiara de diseño simple rodea su cabeza, dorada como si estuviera hecha de oro.
Este es el Clérigo Archisabio Hakiro.
En verdad que es viejo.
Titania, por alguna razón que no alcanzo a entender, se las arregla para esconderse velozmente detrás de mí. Intento verla sobre mi hombro. Se aferra fuertemente a mi cabello, y con una alegre expresión, me hace señas para que no advierta sobre su presencia.
¿Qué se trae entre manos?
No veo razones para no seguirle la corriente. Por algo será.
―Al fin puedo verlos en persona. Es un placer conocerlos, Faryanna y Zeo ―Dijo Hakíro con una voz ronca y gastada, acercándose lentamente, apoyándose con la mano derecha en su báculo.
¿Debería sorprendernos que se sepa nuestros nombres? Con todo lo que hemos visto en tan solo poco más de un día, no es tan impresionante como debería serlo.
―Chicos… —Zafyrion se aproxima a nosotros, deteniéndose tras nuestro, nos palmea los hombros—. No se queden allí en silencio. Muestren sus respetos. Están frente al hombre más poderoso de nuestro reino.
Una completa torpeza de nuestra parte, lo acepto. Avergonzados, tomamos la iniciativa.
― ¡S-sí! —Respondimos sobresaltados—Es un placer conocerlo y estar a presencia de usted, Clérigo Archisabio Hakíro —Dijimos ambos, añadiendo una rápida reverencia.
―Calma, calma —expresó—. Solo soy un simple y anciano mago, nada más, jóvenes.
Rubiria da un paso al frente. Hace una reverencia y lo mira con una sonrisa.
―Es un placer volverlo a ver, Archisabio —dijo.
―Rubiria —contento, él da un par de pasos hacia ella—. Hacía ya mucho tiempo que no nos veíamos. Han pasado varios años desde aquel día en que trajiste al joven Lyos a ver el templo.
―Sí, Archisabio. Mucho tiempo sin venir aquí. Y tantos buenos recuerdos… —Respondió Rubiria con gran añoranza.
―Has crecido bastante. Mírate. Eres toda una mujer ahora, hecha y derecha. Y supongo que vuestra relación va viento en popa ¿no es así? —añadió mientras miraba a Zafyrion.
―A-aahh, pues, jejeje, claro que sí, señor —Asintió Zafyrion con una apenada sonrisa mientras se acariciaba el cuello.
―Hmph. Tú también estas hecho todo un hombre, justo y noble como tiene que ser. Estoy orgulloso de ti, muchacho.
―Muchas gracias, Hakíro —contesta Zafyrion, humilde y sincero—. Viniendo de usted, significa mucho para mí.
Zafyrion y Hakíro se expresan muy animadamente; ellos no se dan cuenta, pero yo sí. Rubiria se ha entristecido. Melancólica, se nota nada más con solo mirarla.
Hakiro es el siguiente en percatarse, y voltea a verla.
― ¿Qué sucede?
Con su mano, Rubiria se retira una que otra lagrima que ruedan con lastima por su rostro.
―Mi pequeño hermano ya no está con nosotros.
Hakíro inclina levemente su cabeza, bajando tristemente su mirada.
―Sí, lo comprendo. Estoy al tanto de lo ocurrido. Lo siento mucho, Rubiria.