Ep IV, Capítulo V: La Última Respuesta, la Historia tras la Verdad

Hakiro se prepara, nuevamente acomodándose en su roca. Tal vez no lo crean, pero es muy incómodo estar sentado mucho tiempo sobre una roca. Faryanna y yo también aprovechamos la pausa para acomodarnos y dejar circular un poco la sangre.

Conocer el pasado…

No soy fanático de las historias, pero esto no es un juego en donde puedes apretar un botón y adelantar. De cualquier forma, tengo curiosidad de conocer el pasado de este reino.

Con todo preparado, Hakiro inicia.

―La repentina aparición de Azgalord en Virelian fue una completa calamidad. Su sola presencia provocó caos en el orden natural, y no fue algo sutil. Su existencia es una anomalía en nuestro continente. Anomalía que, entre otras cosas, se extiende lentamente causando una enfermedad. Pero no una enfermedad virulenta o bacteriana, sino… una peste energética, espiritual. Es un aura emitida por Azgalord que hoy conocemos como la Peste Anomálica.

― ¿Peste… Anomálica? Jamás había escuchado algo así ―dije―. ¿Una enfermedad espiritual? ¿Algo como eso existe?

―Por supuesto que sí ―afirma el sabio―. Y es algo que no tiene cura. Conforme la anomalía avanzaba, la enfermedad se propagó. Los ríos y lagos se secaron. La vida, tanto animal como vegetal, pereció. En realidad, la Peste Anomálica fue lo casi nos causa la extinción. En fin. El Rey de aquél entonces fue el primer portador de Haztaroth. Junto con su ejército, él hizo frente al origen del mal; así inició la guerra. Década tras década, las batallas no cesaban. Y aunque el Rey eliminaba a Azgalord, este revivía años después; así inició el ciclo.

―Hakiro ―Faryanna, con algo de pena, interviene durante una breve pausa que hizo―. Perdone que lo interrumpa, pero… ¿aún después de muerto, Azgalord tenía alguna especie de control?

Debo decirlo, me estaba haciendo esa misma pregunta.

―Sí y no ―contestó―. Cuando moría, sus tropas se atrincheraban en Virelian a la espera de la resurrección de su amo, pero continuaban atacando apenas podían. La anomalía reducía considerablemente su lento avance, pero no desaparecía ni retrocedía. Una tenue paz llegaba, pero era efímera, cosa de varias décadas nada más, las cuales se usaban más bien para prepararse para su siguiente resurrección.

― ¿Y por qué no invadían su territorio y lo acababan todo de una vez? ―devolvió ella.

Vaya. Otra pregunta que también me estaba planteando.

―La anomalía no lo permitía ―respondió―. Exponerse mucho tiempo a ella es letal para cualquier ser vivo, y si sobrevivías a ella o a los monstruos y demonios, seguramente ya estabas enfermo con la peste, lo cual era una sentencia de muerte. Los únicos que podían entrar relativamente a salvo eran quienes poseían el poder suficiente para resistir la anomalía, los cuales eran muy pocos, o aquellos que recibían la protección de Haztaroth mediante su aura. ¿Alguna otra pregunta?

Qué mordaz. Faryanna pronto se siente apenada por su intromisión y solo niega con la cabeza.

―Continúo entonces ―Hakiro tose un par de veces―. Finalmente Azgalord, en una invasión a la capital, mató al Rey. Pero quedó en tan mal estado que no tuvo otra opción que retirarse. Los meses pasaban. La anarquía de Azgalord no tenía fin. La anomalía se extendía y con ella la peste. Las pocas fuerzas que quedaban ofrecían una débil resistencia, pero tarde o temprano caerían también. Los más fuertes del reino eran aspirantes a portadores, esperando por su llamado. Pero Haztaroth no elegía a nadie.

Hakiro hace una pequeña pausa antes de continuar, como si esperara alguna pregunta de nosotros dos. Pero no tengo alguna, ni Faryanna tampoco, al menos no por ahora. Solo queremos escuchar.

―Y finalmente ocurrió ―dijo calmadamente―. Haztaroth hizo saber, al igual que contigo, quién sería su siguiente portador. Fue una mujer de Clase Paladín. Con una nueva portadora, Xenathria se alzó contra el tirano. La guerra tuvo un curso muy parejo durante varias décadas. En diferentes ocasiones, la Omniguerrera eliminó a Azgalord, pero esto demostró ser inútil, como siempre. Hasta que, durante una batalla de proporciones catastróficas, el pasado se repitió. Azgalord acabó con la vida de ella. Nuevamente el orden de las cosas se puso en nuestra contra. Esta vez no fueron meses, sino años hasta que un tercer Omniguerrero apareció. Pero el mismo ciclo de lucha y muerte se volvió a repetir. Para el cuarto portador, no pasaron simples años, sino décadas; y en contraste, Azgalord cada vez revivía con mayor rapidez. El cuarto portador, o más bien portadora, fue una joven dama. Yo la conocí. Era una Clériga. Fue durante esa época que comencé mi rol como Archisabio. Y fue con ella que una nueva solución apareció. Decidida por lograr algo que fuese más efectivo que solo matar a Azgalord, con mi ayuda, ella estudió, analizó e investigó en busca de una alternativa. Y tras años de investigaciones, batallas, victorias y derrotas, ella la encontró. Juntos, desarrollamos un hechizo único y sin igual: un sello mágico que utiliza el poder de Haztaroth y de su portador. Lo bautizó como el Sello de las Cadenas de la Luz. Una vez ejecutado, el sello destierra la existencia Azgalord y lo exilia a su castillo, confinándolo dentro de sus propios muros. Pero a cambio, el sello consume la vida del portador. Aun así, fue lo mejor que se pudo obtener. Y durante una batalla decisiva, la Omniguerrera puso a prueba el sello. Y funcionó. Fue nuestra mayor victoria, ¡nuestra mayor alegría! ―tras decir esto, el anciano dibuja una sonrisa en su rostro. Una sonrisa que dura muy poco antes de apagarse por completo―. Pero ella… Estaba muy mal, en estado crítico. No fue capaz de soportar el coste de la técnica, por lo que ella… ―Se detuvo, ahogando la última palabra. Puedo verlo, no tiene el valor para decirlo. Él solo suspira―. Pasaron los años, las décadas, los siglos, y Azgalord no surgía de las tinieblas. La paz fue duradera esta vez. Pero estamos atrapados en un ciclo. Tarde o temprano, todo se repetiría.