La luz que nos envuelve desaparece. Pronto se aclara mi visión.
Observo a mí alrededor. No reconozco para nada este sitio.
Estamos en algún lugar del templo, estoy seguro.
Hakiro ha dicho que iríamos al torreón del cristal, es lógico deducir que estamos allí.
Me siento nervioso, ansioso. Mencionó una “prueba final”. ¿Qué será esta supuesta prueba? Espero que no sea algo que requiera de esfuerzo físico. De ser así, podría rendirme de antemano.
Por otro lado está Haztaroth. Si paso esta prueba, tendré el derecho de portarla. ¿En verdad seré capaz de utilizarla? Y si su poder es casi infinito, ¿podré controlar todo ese poder?
Qué digo, esto es tan surrealista.
Necesito aclarar mi mente, y calmarme un poco.
Vuelvo a fijar mis ojos en el lugar buscando alguna distracción. Esto no parece una torre, para nada. Nunca he estado en una, pero no coincide con lo que me había imaginado. Tampoco posee la clásica estructura cilíndrica característica de una torre. De hecho, más que una torre, parece un santuario. Es amplio y espacioso. Esa extraña magia también tiene efecto aquí, es la única explicación.
Todo esto está totalmente a oscuras. Lo poco que se ve es gracias a la luz solar que entra por una amplia ventana detrás de nosotros, tapada por una hermosa cortina holgada que se mese con el vaivén de la brisa fresca al entrar. También, a pocos metros a la izquierda de la ventana, hay una escalera escalonada que sigue su camino hasta arriba, y a su derecha una que sigue su camino hasta abajo.
¿Hay algo más encima de esto?
Faryanna está a mi lado y Hakíro al frente nuestro.
El Archisabio eleva su báculo, éste emite un pequeño destello y todo el lugar se hace visible, solo un poco.
Es enorme, como pensé.
Contemplo mí alrededor. La estructura es rectangular, sin puertas ni ventanas; un amplio pasillo largo. Sus dos paredes, hechas de alguna roca color celeste cuidadosamente pulida. El suelo está hecho de una loza grisácea y pulcra. Columnas talladas y una alfombra ostentosa marcan el camino recto de este pasillo.
Entrecierro un poco la vista. Lo noto. Al final hay un altar.
Desde esta distancia es borroso. No puedo distinguirlo bien del todo, la poca iluminación del lugar no ayuda.
Es extraño pero inevitable. Puedo sentirla. Es ahí, lo sé.
Mi corazón me lo dice; me atrae, como imán al hierro.
Haztaroth.
― ¿Y esta es la torre? —preguntó Faryanna, dudosa―. No lo parce, la verdad.
―Aunque no lo parezca, así es —contestó Hakíro—. De hecho, estamos casi en lo más alto. Si quieren, pueden asomarse por la ventana ―añadió, señalándola con su báculo.
Ambos asentimos. Nos acercamos a la ventana.
Con delicadeza hacemos a un lado la cortina y miramos al frente; la brisa nos arremete al instante y la luz solar nos obliga a entrecerrar los ojos por breves segundos.
¡Esto es…!
No hay forma de describirlo. Es una vista magnifica. Se puede ver todo el hermoso paisaje a kilómetros de distancia. Inclusive puede verse la pequeña silueta del castillo de Xenathria en la lejanía.
No hay dudas, estamos en lo alto de la torre.
― ¡Es alucinante! ―exclamé, sonriendo de par en par.
Me aferro del borde de la ventana. Mirar hacia abajo me produce un cosquilleo en el abdomen, como si tuviera mariposillas en el estómago. No puedo evitarlo, soy algo cobarde para las alturas. Pero Faryanna, ella es otra historia. Parece, más bien, fascinarle la altitud. Su expresión y sonrisa no tienen precio, sus ojos con un brillo peculiar. Ella casi sale de la ventana, apoyando su vientre justo en el borde; es lo suficientemente grande como para caber los dos.
Un grupo de preciosas aves pasan cerca de la torre, volando en dirección al bosque. Si miramos arriba, el hermoso cielo azul nos acobija. Las nubes no se ven tan lejos en realidad, y se puede respirar un aire de lo más relajante. Hacia abajo, se puede contemplar las inmediaciones del templo. Y en la lejanía, desde luego, el hermoso paisaje, el bosque, y el castillo de Xenathria como una silueta borrosa a la distancia.
Es una sensación interesante. Es la primera vez que experimento algo así.
No sé a qué altura estamos, pero deben ser al menos setenta metros. Quizás más.
― ¡Wow! ¡Mira, Fary! ¡La vista es preciosa!
― ¡Sí, Zeo! ¡Se puede ver todo!
― ¡Mira allá, Fary! —Extiendo mi brazo izquierdo y señalo con el dedo índice— ¡Es el castillo de Xenathria!
Ella desentona una risa enternecedora.
―Sí, ya lo vi ―dijo―. Es maravilloso. Esta vista es increíble.
Pero en ese momento, la expresión alegre de Faryanna se separa de ella. Su sonrisa se decae y se entristece ligeramente.
―Me pregunto… Me pregunto si la princesa estará bien. Estaba luchando la última vez que supimos de ella.