Veo mi reloj. Eran las 8 de la noche. 8 de la noche y el maldito Hades no aparece. ¡Genial, simplemente genial!
Hades siempre ha sido así desde la primera vez que le conocí en casa de mi madrina Hera. Siempre tarde, siempre ausente. Ni pedía disculpas a la gente que dejaba plantada en una reunión o, en mi caso, en nuestra primera cita en este parque, en donde le llevo esperando desde hace más de 30 minutos.
Mi celular empezó a vibrar. En la pantalla leí su nombre. Hablando del rey de Roma...
-¡¿Dónde diablos estás?! -exclamé apenas descolgué.
-¡Discúlpame, Perséfone! Sé que te dije que iba a ser puntual, pero... Lo siento. Voy a llegar en una hora más o menos...
-¡¿En una hora?! ¡Hades, llevo aquí 45 minutos esperándote! ¡45 minutos! ¡¿Se puede saber qué he de hacer mientras tanto?!
-¡Cielos, cálmate, Seph! ¡Es solo un leve retraso!
-¿Sabes qué? Déjalo. Simplemente déjalo. Me voy a casa. Gracias por tan maravillosa noche.
-¡Seph, espera, por favor!
Le colgué y, afianzándome de mi bolso, me dirigí hacia la salida del parque.
Minutos después, el diablo en persona estaba en mi departamento con un bouquet de rosas, tres perros, un paquete de maíz palomero, dos granadas, dos roles de canela extra glaseados y la saga completa de Underworld en Blu-ray.
¿Que si lo perdoné? Bueno, digamos que sí lo hice; las granadas estaban deliciosas.