~~~~Bee♡
Hay algo que no te dicen sobre las historias de amor:
que cuando empiezan a brillar demasiado, siempre hay alguien quedando a oscuras.
Y esa persona, últimamente, parece ser Lisa.
Los días siguientes al concierto fueron un ejercicio de auto-control nivel Jedi.
Nada de abrazos en público, nada de miradas cómplices, nada de sonrisas prolongadas cuando Nick aparecía.
Básicamente, convertí mi relación en un modo incógnito emocional.
No porque Nick y yo hubiéramos definido algo —no todavía—, sino porque cada vez que veía la cara de Lisa iluminándose cuando hablaba de él, me sentía como la villana de una telenovela.
De esas que acarician gatos y dicen “muajajaja”.
Solo que yo ni siquiera tenía un gato.
Así que cuando Lisa propuso volver al parque de diversiones el fin de semana, sonreí como si fuera la idea más genial del universo, aunque por dentro mi estómago gritaba: Error, error, no lo hagas.
El parque lucía igual que la primera vez: luces, risas, olor a algodón de azúcar y música que te hacía sentir que nada malo podía pasar.
Excepto que algo sí pasaba.
La tensión entre nosotras podía cortarse con una cuchara de helado. Ni siquiera las fotos que Lisa insistía en tomarnos lograban disimularlo.
—Sonríe, Bee —me dijo, mientras se ajustaba el cabello—. ¡La cámara te ama!
—Sí, claro. Sobre todo cuando tengo cara de remordimiento.
—¿De qué?
—De nada. —Fingí una sonrisa tipo “feliz pero al borde del colapso nervioso”.
Subió la foto de inmediato: “Volviendo al parque con mi partner in crime 💕 #FestivalVibes”.
Ironías de la vida: el único crimen era mi conciencia.
Cuando llegó la hora del concierto, la multitud se reunió frente al escenario como si fueran peregrinos en busca de iluminación musical.
Y ahí estaban ellos: Midnight Noise.
Scott en el bajo, Cherry con su energía de tormenta, el muchacho llamado Patrick que aún no conocía pero mi roomie se había cansado de mencionar, y Nick…
Nick con su guitarra y esa sonrisa que no debería seguir derritiéndome.
Pero lo hacía.
Lisa gritó como si le estuvieran regalando un Tesla.
—¡TE AMO, NICK!
Yo me reí incómodamente.
Comenzamos a caminar nuevamente hacia los juegos cuando todo terminó, Nick y su banda estaban guardando sus instrumentos. Y sus ojos verdes se cruzaron con mis azules.
—Deberías ir a hablarle —Lisa me dio un codazo—. Es claro que quiere pasar tiempo contigo.
—¿Qué? —parpadeé varias veces, volviéndome hacia ella.
—Ya sabes a qué me refiero, Bee —suspiró.
—Prefiero quedarme contigo —le respondí rápido.
Y era verdad. O al menos, parte de mí quería que lo fuera.
—¿Qué tal si vamos al puesto de lanzar pelotas? —propuse—. Quiero ganarme ese delfín gigante.
—¿Ese de ahí? Bee, mide como un metro y medio.
—Exacto. Es perfecto.
Nos acercamos al puesto y le pagamos al encargado, un tipo con bigote de confianza dudosa.
El objetivo: derribar una torre de latas metálicas.
La realidad: descubrí que tenía la puntería de una gelatina.
—Fallaste otra vez —rió ella, lanzando la suya.
—Sí, pero al menos le pegué al aire con elegancia.
Seguimos intentando.
Y fallando.
Varias veces.
Hasta que nuestro dinero se evaporó como dignidad en karaoke.
—Bueno, supongo que no era nuestro destino —suspiré.
—Podríamos haber comprado tres helados con esto.
Entonces, una voz detrás de nosotras dijo:
—¿Necesitan refuerzos?
Me giré y ahí estaba Nick, con una gorra y esa sonrisa culpable que hace que te olvides del oxígeno.
—¡Nick! —exclamó Lisa, demasiado encantada—. Justo estábamos… bueno, perdiendo miserablemente.
—Ya lo vi —rió—. ¿Puedo intentarlo?
Antes de que pudiera decir algo, Lisa ya lo había arrastrado al puesto.
—Claro que sí. Enséñame cómo se hace.
Nick se colocó detrás de ella, guiándole el brazo con las manos.
—Tienes que mantener la muñeca firme y apuntar al centro. —Su voz era suave, casi un susurro.
Yo me quedé a unos metros, con una sonrisa congelada.
La escena parecía salida de una comedia romántica.
Solo que no era la mía.
Los vi reír, concentrarse, fallar y volver a intentarlo.
Y ahí fue cuando lo sentí.