~~~~Nick🎸
Desperté con una sonrisa tan grande que, de haber vivido en una caricatura, hubiera brillado. Literalmente.
No sabía que el cuerpo humano podía producir tanta serotonina sin receta médica.
Abrí los ojos, miré el techo y pensé:
Esto realmente pasó, no fue todo un sueño... y fue mejor de lo que alguna vez me había imaginado.
Me quedé un rato quieto, saboreando la sensación. Después me levanté y fui directo a la ducha. Me tomó más de lo normal porque, por alguna razón, estaba tarareando como si fuera protagonista de un musical.
Me vestí y cuando salí del baño, con el cabello chorreando mientras me secaba la cabeza con la toalla, la vi.
Bee.
Dormida en mi sofá, hecha un ovillo, con la camiseta oversize de Midnight Noise que le había prestado la noche anterior. Y cuando digo oversize, me refiero a que parecía que la prenda se la estaba tragando viva.
Y aun así, era lo más lindo que había visto en mi vida.
Apoyé un hombro en el marco de la puerta, cruzado de brazos, intentando asimilar que esa escena era real.
Yo. Nick Tyler. Viéndola dormir. En mi casa. Después de que me dijera que estaba enamorada de mí.
—Respira —me murmuré—. O te vas a desmayar como un idiota enamorado.
Ella se movió un poco y su cabello cayó sobre su rostro. Tuve que contener el impulso de ordenarle un mechón con los dedos. No quería parecer un psicópata nivel “colecciono el aire que respiras”.
Esperé hasta que abrió los ojos.
—Buenos días, guapa —sonreí.
—¿Ah? —parpadeó soñolienta— ¿Qué hora es?
—Hora del desayuno. Lo cual… si te parece bien, puedo preparar.
Se sentó, acomodándose la camiseta.
—Nick, ¿no tienes cosas que hacer? Deberías irte si… no sé, si tienes compromisos.
Reí despacio.
Si supiera que cancelé absolutamente todo para poder estar con ella...
—No, no te preocupes... quédate —me aclaré la garganta—. Digo, si quieres...
—¿De verdad? —ladeó la cabeza— ¿Nada de actividades de rockstars hoy?
—Nada de nada —aparté un mechón de cabello de su rostro—. ¿Te quedas conmigo, por favor?
Ella asintió, formando una amplia sonrisa con sus labios. Y entonces nos besamos, acaricié su cabello, sus mejillas, su espalda...
Era demasiado, y sabía que ella también lo sentía cuando repentinamente susurró en mis labios:
—Te quiero.
Pero se apartó de inmediato, tapándose la boca, como si se le hubieran escapado aquellas palabras que eran mucho y demasiado pronto.
—Quiero decir... que... que me caes bien y eres muy... divertido —se sonrojó, MUCHO, y se puso de pie— ¿Sabes qué? Voy a ir al baño a ducharme, sí, voy a hacer eso.
Desapareció antes de que yo pudiera responder, así que me quedé sentado en el sofá con una sonrisa de oreja a oreja. Mi teléfono vibró, era Scott, pero no respondí, y apagué mi telefono. No quería ningún tipo de distracción.
Ella salió del baño con el cabello húmedo y un brillo en los ojos que me derritió un poco más.
—Podemos ver una película si quieres —dije, intentando sonar casual.
Bee asintió de inmediato.
—¿La saga de Los Juegos del Hambre? ¿La has visto? ¡Es mi favorita!
—Claro —mentí con descaro, porque apenas recordaba quién demonios era Peeta.
Terminamos viendo TODA la saga. Cuatro películas. Casi nueve horas. Arco, flechas, distritos, guerra y Jennifer Lawrence dando su mejor actuación.
Yo no entendí ni la mitad, pero Bee apoyaba la cabeza en mi hombro.
Y eso valía más que cualquier trama distópica.
Para cuando llegó la noche estábamos en mi habitación, besándonos, y yo estaba a nada de agradecerle públicamente a la vida por haber inventado a Bee Carter.
Hasta que…
CLACK.
La puerta se abrió.
—¡Nick! ¿Dónde demonios estas? —era Scott— ¡Trajimos pizzas!
Maldita sea...
Escuché las voces de Cherry y Patrick, y entonces lo recordé... todos los viernes, los miembros de mi banda iban a mi casa y comíamos pizza, quedándonos hasta la madrugada a componer y jugar a las cartas.
Bee dio un respingo, apartándose de mi como si mi cuerpo le quemara.
—No te preocupes —intenté mantenerme sereno, forzando una sonrisa. Aunque por dentro estaba pensando en miles de formas de matar a Scott. —Yo lo resolveré.
Cerré la puerta y salí al living, donde mis compañeros parecían listos para hacerme una intervención.
—¿Por qué no atendías el teléfono, idiota? —reclamó Scott— ¡Hoy es noche de pizza!