Las canciones que no te dediqué

CAPÍTULO 19:

~~~~Bee♡

Siempre pensé que el éxito académico olía a café frío y subrayadores fluorescentes, pero en realidad… olía a paz.

Porque estaba aprobando mis exámenes. Todos. Y con buenas notas.

Lisa casi lloró cuando vio mi último 9. Yo casi lloré cuando vi que no tenía que recursar nada. Y mis padres… bueno, ellos directamente me abrazaron como si hubiera ganado un Nobel.

Supongo que la visita de mis papás había traído buena energía. Esa clase de energía que te hace recordar quién eras antes de que el mundo universitario te devorara viva.

Yo siempre había querido ser periodista. Desde que leía el diario con mi abuelo mientras él remarcaba artículos con un bolígrafo azul y decía: "El buen periodismo cambia cosas, Phoebe."

A mí me fascinaba eso: cambiar cosas.

Destapar injusticias. Señalar con el dedo gigante de la verdad a los monstruos que contaminaban ríos, bosques, ciudades. A las empresas que devastaban pueblos enteros sin pestañear.

Tal vez era ingenuo. Tal vez era idealista, pero era mío.

Y por primera vez en meses, ese sueño me parecía posible. Real.

Acompañé a mis padres al aeropuerto. Lloramos un poquito, reímos otro poquito, prometí llamar todos los días (lo cual todos sabíamos que era mentira, pero una mentira llena de amor).

Nick estaba conmigo —con su gorra negra, su chaqueta de cuero y su expresión de muchacho que intenta comportarse frente a los suegros.

Cuando mis padres pasaron por el control, me quedé abrazada a él un segundo más largo de lo normal.

—¿Estás bien? —me preguntó.

—Sí —le sonreí—. Solo… los voy a extrañar.

Nick me tomó la mano.

—Bueno, yo puedo ayudarte a distraerte —dijo, dándome un beso en la cabeza—. ¿Quieres ir a buscar el pastel de cumpleaños de Lisa? Llevas toda la semana hablando de eso.

—¡Sí! —respondí con entusiasmo, tirando de su mano para arrastrarlo a su auto.

Y así, mi novio rockstar pasó media hora en una pastelería boutique rodeado de cupcakes rosados y velas con brillantina. Nunca lo había visto tan intimidado por algo tan pequeño como una decoración de arcoíris.

Pero sabía que había algo más allá de pasar la mañana eligiendo el pastel de la mejor amiga de su novia.

Noté que estaba raro. Más tenso de lo normal. Como si tuviera un nudo en el pecho desde hacía días.

Pensé que eran nervios por el disco nuevo, la gira, el estrés.

Así que decidí no presionarlo, cuando Nick necesitaba tiempo para hablar, yo se lo daba.

Me dejó en la universidad con un beso intenso, el tipo de beso que te deja sin aire y luego te lo devuelve.

Y después se marchó a ensayar con la banda.

Lisa estaba roncando cuando abrí la puerta de la habitación.

Literalmente roncando, como un pequeño bulldog rubio.

—¡Feliz cumpleaños! —grité, levantando el pastel como si fuera la Copa del Mundo.

Dio un salto tan brusco que casi se cayó de la cama.

—¿Qué… QUÉ…? —parpadeó, despeinada, con un calcetín en la mano por alguna razón—. ¿Es hoy?

—Sí, dormilona. Número veinte.

Ella sonrió, se acercó y me abrazó aún medio dormida.

—¿Qué se siente cumplir veinte? —pregunté.

—Igual que tener diecinueve… pero con más dolor de espalda —respondió, seria.

Reí.

—Tú ríete ahora —me dijo, señalándome con una uña azul—. En abril te toca.

Luego miró el pastel.

—¿De dónde sacaste ESTO? ¡Tiene mis colores favoritos!

—Lo encargué hace semanas. Nick me acompañó a buscarlo y... —me detuve.

Porque apenas dije "Nick", algo se apretó en mi pecho.

No quería incomodarla, herirla, o traer a la mesa viejos fantasmas.

Pero Lisa rodó los ojos.

—Bee… no te sientas mal por decir su nombre. Ya superé eso.

Yo la miré como si acabara de hablar en alemán.

—¿Qué?

—Te lo juro —sonrió—. Todo cambió cuando vi una foto.

Se inclinó, metió la mano debajo de mi almohada (¿cuándo se volvió tan entrometida?) y sacó la polaroid.

Esa polaroid.

La de Nick y yo en el campus que tomó mi madre. La foto donde él me miraba como si fuera su canción favorita.

Sentí el rubor subirme por el cuello.

—Lisa… ¿por qué estabas mirando debajo de mi almohada?

—Estaba buscando tu cargador —dijo sin vergüenza—. Pero cuando vi esta foto no me dio tristeza, Bee. No me dolió. Me despertó.

Se sentó en mi cama, con la polaroid entre los dedos.




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