~~~~Bee♡
La oficina del decano olía a café rancio, papeles viejos… y al olor inequívoco de que alguien estaba por morir.
Ese “alguien” probablemente era yo.
O Martina Vega.
Preferentemente Martina.
Yo estaba sentada rígida en una silla marrón que probablemente había visto guerras, terremotos e incontables estudiantes llorar por perder becas.
A mi lado, Martina tamborileaba las uñas como si fuera la mismísima CEO del caos.
Y el decano…
Bueno.
El decano caminaba de un lado a otro, como un león atrapado en una jaula demasiado pequeña.
—No puedo creer esto —decía—. ¡No lo puedo creer! Esto es una universidad, no un set de televisión.
Yo quería decir “yo tampoco puedo creerlo, créame, esta mañana casi me atropelló un paparazzi con una cámara más grande que yo”, pero mantuve la boca cerrada.
Martina, en cambio, sonrió como si estuviera viendo un capítulo nuevo de su serie favorita: “Cómo arruinarle la vida a Bee”.
—Aquí afuera —continuó el decano, al borde de un colapso— hay más de diez fotógrafos. DIEZ. Algunos treparon la reja del campus. Uno se cayó en el estanque. ¡En el estanque, señorita Carter!
Yo asentí.
Porque sí, efectivamente, vi al tipo caer al estanque.
Y gritar “¡LA GRABÉ, LA GRABÉ!” mientras se hundía.
Pero no parecía el momento para aportar ese dato.
—Y yo sé perfectamente —dijo el decano, deteniéndose de golpe y clavando la mirada en alguien que NO era yo— quién filtró la información.
Martina tensó la mandíbula.
—Decano, yo—
—No me mienta. —El hombre alzó un dedo acusador—. Usted envió un correo a un portal de noticias desde la computadora del periódico universitario. Tenemos registro. Usted le dio a la prensa el nombre de la señorita Carter como “la nueva novia de Nick Tyler”.
Yo parpadeé.
Despacio.
Una.
Dos veces.
Mi corazón… simplemente… explotó en fuego.
Martina puso cara de “oops, qué mala suerte” pero no dijo nada.
Apreté los puños, intentando contener la urgencia de abalanzarme sobre Martina como un tigre de bengala que acaba de encontrar a su presa.
El decano suspiró con desgano.
—Puede retirarse, señorita Vega. Y vamos a hablar seriamente sobre su permanencia en la redacción.
Ella se levantó con altivez.
Antes de irse, me miró.
No cualquier mirada.
Una mirada que decía: “Lo volvería a hacer.”
Yo respondí con otra que decía: “Deseo que te den el yogurt rancio de la cafetería sin que te des cuenta.”
Cuando se fue, el decano cerró la puerta y se sentó frente a mí.
—Señorita Carter —dijo más suave—, lamento muchísimo lo que le está pasando. Y quiero que sepa que la universidad no aprueba este tipo de invasión. Esto no es su culpa.
Y ahí…
yo casi lloro.
—Yo… lo siento mucho —alcancé a decir con un nudo en la garganta—. No era mi intención traer este caos al campus. Yo no… yo no sabía que algo así podía pasar.
Él negó con la cabeza.
—Usted no tiene que disculparse por existir, señorita Carter.
Casi me quiebro con esa frase.
Porque llevaba 48 horas sintiendo que sí.
—Pero —continuó— creo que lo mejor… será que se tome unos días. Una semana. Descanse, despeje su mente, evite el campus hasta que la situación se calme. Considérelo una suspensión temporal… por su bienestar.
Suspensión.
Qué lindo.
Otra palabra para “te apreciamos, pero eres un riesgo biológico ahora mismo”.
Aun así, asentí.
No tenía fuerzas para pelear.
Salí de la oficina como un fantasma.
Me crucé con dos fotógrafos que intentaron apuntarme con sus cámaras, pero un guardia los bloqueó con cara de querer renunciar ese mismo día.
Cuando finalmente llegué a la habitación, cerré la puerta con llave como si estuviera escapando de zombies.
Lisa corrió hacia mí.
—¡Bee! ¿Estás bien? ¡Vi TODO en la televisión! ¡Todo! Oh Dios mío, ¿cómo estás viva?
Me derrumbé en mi cama.
—No lo sé.
Ella se sentó conmigo y me abrazó.
—Te juro que si atrapo a uno de esos paparazzis... —el sonido de la puerta hizo que dejara de hablar, y arrugó la nariz. —¿Esperas a alguien?
—No… —suspiré— Quizás sea Nick.
—Quédate aquí, yo veré quién es —se puso de pie y abrió la puerta, con la intención de asomar la cabeza.
Sin embargo, la persona del otro lado, decidió saltarse el comportamiento educado, y entró a la habitación como si nada.