~~~~Bee♡
Había días que se sentían como una bola de nieve bajando por una montaña.
Este era más bien una avalancha.
Gigante.
Cruel.
Incontenible.
Y yo, una hormiguita intentando sostener una pared de hielo con las manos.
Porque… ¿por dónde empezaba?
Por mi suspensión “por mi propio bienestar”.
Por los paparazzis acampando en la universidad como si fuera un festival de música.
Por Martina. Por Klaus.
Por Cherry metiendo veneno como quien adorna un pastel.
O por lo peor:
Nick.
La gira.
Seis meses.
O más.
Mi cerebro estaba tratando de procesar todo eso a la vez, así que obviamente terminé paralizada, hecha un ovillo emocional en mi cama mientras Lisa me sostenía la mano como si fuera mi enfermera personal.
Ignoré todas las llamadas de Nick.
Todas.
Mi teléfono vibró tanto que casi le puse una almohada encima para callarlo.
Afortunadamente, Lisa logró convencer al decano de dejarme en el campus. Con argumentos como que no era justo que yo tuviera que abandonar el campus por algo que no podía controlar, que mis padres estaban en India y yo no tenía dónde quedarme, que yo no me merecía nada de eso. No sabía si el decano había accedido por su sermón convincente, o porque ya no quería seguir escuchándola.
Ella también se hizo cargo de cubrirme con los profesores, llevando mis apuntes y diciendo cosas como:
—Bee está suspendida, pero ella seguirá estudiando aquí porque es muy injusto, yo me encargaré de pasarle todas las clases.
Era un ángel.
Un ángel con delineador corrido porque había llorado por mí dos veces antes del mediodía.
Y yo… bueno, yo hacía lo que cualquier persona con problemas emocionales graves haría:
Buscaba en Google cosas estúpidas que me destruirían el alma.
“Una gira mundial significa, ¿literalmente todo el mundo?”
“¿Seis meses de gira mundial quiere decir que no vuelven a casa por seis meses?”
“Si a los artistas les va bien, ¿pueden durar más de un año?”
Los resultados fueron básicamente:
Sí.
Sí.
Sí y prepárate para llorar.
Los artistas se iban por un año, a veces dos. Viajaban por países, continentes, hemisferios enteros.
Y yo, ¿qué?
¿Iba a quedarme aquí, haciendo trabajos prácticos y esperando a que mi novio se conectara a un Zoom desde Tokio?
Cherry retumbaba en mi cabeza:
“Haz lo correcto. No te interpongas en su sueño.”
Y yo, que ya estaba frágil como un waffle húmedo, empecé a creerle.
¿Y si era una carga? ¿Y si Nick debía estar pensando en letras, coreografías, notas de guitarra, no en una novia que llora porque no lo verá? ¿Y si la relación era demasiado nueva para sobrevivir a algo tan… masivo?
Mi corazón se encogió.
Me estaba ahogando. Necesitaba aire.
Necesitaba silencio.
Necesitaba la única persona en el campus que gritaba cuando alguien hacía ruido:
La señora de la biblioteca.
Así que me puse sudadera, bufanda, gorro, y fui hacia allá.
El cielo estaba gris. Encajaba perfecto con mi humor.
Entré.
Apenas crucé la puerta, el aroma a libros viejos me abrazó.
Era mi lugar seguro.
Hasta que lo vi.
Klaus.
Claro. El universo estaba ensañado conmigo.
Él levantó la cabeza, me vio… y tomó su teléfono.
Mandó un audio.
Corto.
Urgente.
No me gustó.
Me agaché para fingir que buscaba un libro, aunque estaba mirando de reojo.
Y lo vi tomándome una foto.
Una foto.
A mí.
EN LA BIBLIOTECA.
En ese templo sagrado donde ni los fantasmas se atreverían a estornudar.
Mi temperatura subió a niveles peligrosamente volcánicos.
—¿Qué estás haciendo? —le dije, caminando hacia él.
Él no se inmutó.
—Lo que tengo que hacer.
—¿Por qué? —pregunté con voz tensa—. ¿Por qué me tomas fotos?
—Ayudo a mi hermana —se encogió de hombros.
—¿Y desde cuándo eres su paparazzi personal? —levanté una ceja, cruzándome de brazos.
—Desde que me lo pidió como favor —respondió con tranquilidad—. Yo a ti no te debo nada.
Me quedé helada.
—¿Cómo puedes hacerme algo así? —fruncí el ceño— Creí que todo estaba bien entre nosotros... Sabías lo que podías causar, ¿y aún así lo hiciste?