Las canciones que no te dediqué

CAPÍTULO 23:

~~~~Nick🎸

Seis meses.

Medio año.

La mitad del calendario de mi vida.

Eso era lo que había pasado desde la última vez que vi a Bee.

Y sí, lo admito: estaba viviendo el sueño de cualquier músico sobre la Tierra.

Gira mundial: completa.
Conciertos: sold out.
Fans: gritando mi nombre en diez idiomas distintos.
Grammy: ganado.

Sí, un Grammy.

Nick Tyler, el tipo que en la preparatoria tocaba “Wonderwall” en la azotea solo para impresionar a una chica —quién nunca me había puesto atención—, había ganado un Grammy.

Bravo, Nick. Tienes una vida perfecta.

Excepto por un pequeño detalle:

Me sentía vacío.

No triste.
No decaído.
VACÍO.

Como si mi pecho fuera un estadio en silencio después de un concierto.

Podía estar rodeado de luces, aplausos, euforia, cámaras, millones de personas…
pero nada se sentía real sin ella.

Bee debería estar aquí —eso pensaba todos los días, como si fuera un mantra—. Bee debería ver esto. Bee debería estar saltando conmigo cuando ganamos el Grammy. Bee debería haberme besado detrás del escenario.

Todo era increíble.
Pero también era una mierda.

Esa noche, la banda decidió celebrar que solo nos quedaban dos conciertos más.

—¡Vamos al bar de enfrente! —gritó Scott, eufórico— ¡Somos artistas galardonados, maldita sea! ¡Tenemos que brindar!

Cherry ya estaba afuera antes de que él terminara la frase.

Dean dijo algo de “responsabilidad profesional” y luego también se fue.

Yo fingí entusiasmo, pero les dije:

—Vayan adelantándose. Tengo que… uh… responder unos correos.

Mentira.

Correos no.
Corazón roto, sí.

Me quedé en la habitación del hotel, tirado en la cama, mirando el techo como si allí hubiera respuestas, instrucciones, señales divinas o algo así como:

"Llámala, idiota. Nada malo va a pasar."

Una parte de mí sabía que llamarla era mala idea.
Muy mala idea.
Pésima idea.

Otra parte de mí era un imbécil enamorado.

Pero, por supuesto, ganó la más fuerte.

Marqué su número.

Escuché el tono.

Uno.

Dos.

Tres...

El número con el que intentas comunicarte está fuera de línea.

Y esa frase me perforó.

Como si Bee se hubiera desconectado el mundo entero, como si me hubiera borrado, como si yo ya no existiera.

Me pasé la mano por el rostro y me reí.
Pero fue ese tipo de risa triste que haces cuando estás a un paso del colapso.

—Perfecto —murmuré—. Realmente perfecto.

Tenía que hacer algo.
Tenía que sacar eso de mi pecho antes de que explotara.

Así que abrí mi mochila.
Saqué mi cuaderno viejo.

El famoso cuaderno negro.

El que usaba en la preparatoria cuando era un nerd fanático de los super héroes al que todos ignoraban.

Me senté en el suelo con la guitarra.

Mi método siempre era el mismo:

Acorde.
Línea.
Otra línea.
Quitar lo que sonaba ridículo.
Repetir.

Y así empecé.

Acordes suaves.

Una letra que hablaba de buscar a alguien en todos los aeropuertos del mundo.
De mirar miles de personas y no encontrar el único rostro que quería ver.
De cantar para multitudes y aun así sentirse completamente solo.

Palabras sobre Bee que nunca iba a admitir en voz alta. Versos que hablaban de abril, del verano, del olor a papel, de la forma en que decía mi nombre.

De cómo arruinó todas las canciones de amor del planeta porque ahora ninguna me alcanzaba para describirla.

“I searched for you in cities I didn’t even know the names of,
and yet you were the only address my body remembered.”

“Te busqué en ciudades que ni sabía nombrar, y aun así eras la única dirección que mi cuerpo recordaba.”

"And the crowd is screaming,
But all I hear is the silence you left behind.
They say I’m living the dream now,
But you’re the dream I can’t rewind..."

"Y la multitud grita, pero solo oigo el silencio que dejaste atrás. Dicen que ahora estoy viviendo el sueño, pero tú eres el sueño que no puedo rebobinar..."




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