~~~~Bee♡
Volver a la universidad después de pasar meses en India era como despertarse de un sueño largo y silencioso… para caer directo en una cafetería universitaria donde la gente grita porque se acabó la leche descremada.
Sí. Muy espiritual todo.
Me gustaba estar de regreso. De verdad.
Segundo año, nuevas materias, nuevos profesores… nuevas posibilidades.
Pero había algo que no podía dejar atrás por más que lo intentara:
Nick.
Nick en los escenarios.
Nick en mis recuerdos.
Nick en cada canción que escuchaba por accidente en una tienda o en un taxi o en un reel maldito de Instagram.
Lo extrañaba.
Y al mismo tiempo, no sabía si estaba lista para volver a verlo.
Así que tomé una decisión madura, racional y emocionalmente estable:
Bloqueé absolutamente todo lo relacionado con Midnight Noise en mis redes sociales.
Sí. Me convertí en la ninja silenciosa del bloqueo.
También silencié hashtags, páginas de fans, páginas de odio, páginas de edits, páginas que subían videos de conciertos, páginas que ni siquiera tenían que ver con Midnight Noise pero se parecían estéticamente…
Básicamente, si un perfil tenía fotos de guitarras, luces violetas o flequillos con actitud, yo lo bloqueaba.
Era eso o seguir llorando viendo videos de Nick en conciertos gigantes, sonriendo desde arriba del escenario como si no le faltara nada.
Aunque, para ser justa, había una ventaja:
Desde que la banda se fue de gira, el acoso de paparazzis había desaparecido. Completamente.
Era como si el campus hubiera expulsado un fantasma colectivo.
Podía caminar otra vez tranquilamente sin que alguien saltara de un arbusto para preguntarme si conocía el segundo nombre de Nick.
La otra parte rara era… la gente.
Porque mis compañeros —los mismos que el año pasado no sabían ni mi nombre, o me confundían con alguien llamada Brie (una chica que ni existe)— ahora querían ser mis mejores amigos.
“Bee, ¿nos tomamos un café?”
“Bee, amaba tus outfits en las fotos con Nick.”
“Bee, ¿recuerdas cuando nos cruzamos en la imprenta y hablamos de grapadoras? Qué conexión.”
Yo, interiormente, pensaba:
¿Qué conexión? Si me confundiste con la chica de la biblioteca que tiene tatuado un dragón en el brazo. ¡YO NO TENGO TATUAJES!
Obviamente, no pensaba relacionarme con nadie que no fuera Lisa.
Ella sí era real.
Ella sí era familia.
Estaba en la cafetería, acababa de terminar mi clase de Ética Periodística —nombre irónico considerando cuántas personas de ese campus no tenían ninguna— cuando escuché una voz desagradablemente familiar.
—Vaya, vaya… si es Phoebe Carter.
Ay no.
Ay sí.
Ay qué fastidio.
Martina Vega.
Sonrisa ácida. Mirada de que se cree la villana principal pero ni a antagonista secundaria llega.
—Tiempo sin verte —continuó, con un tono meloso—. ¿Qué pasó? ¿La historia de amor terminó? Porque no vi ninguna foto tuya con tu exnovio famoso últimamente. Qué pena.
Sonreí.
La sonrisa más tranquila que tenía guardada.
—Quizás ya no esté con Nick —dije—, pero al menos yo no perdí mi puesto en el periódico universitario como algunas...
Se escuchó un jadeo detrás de nosotras, personas que esperaban en la fila para recibir sus almuerzos.
Martina parpadeó.
Yo seguí con mi sonrisa de “paz interior nivel monje shaolín”.
—Y también escuché —continué— que el decano te hizo repetir el año completo como castigo. Debe ser horrible… estudiar un año más mientras todos avanzan. Pero bueno… decisiones, ¿no?
Un par de alumnos que estaban al lado se taparon la boca para no reírse.
Martina parecía un tomate en llamas.
Los demás ya se estaban riendo abiertamente.
—Que tengas un lindo día, Martina —dije, dándole palmaditas simbólicas en el ego destrozado—. O al menos, mejor que tu pasado académico.
La dejé atrás, sintiendo que quizá el universo a veces sí devolvía un poquito de justicia poética.
Pequeña victoria.
Pero victoria al fin.
Terminadas las clases, volví al dormitorio. Lisa estaba acostada boca abajo en su cama, agitando los pies en el aire mientras miraba Tiktoks.
—¡…te juro que tenía los brazos más perfectos del planeta! —estaba diciendo— ¡Y me invitó a correr juntos mañana! ¿No es precioso? O sea, ¿qué chico invita a correr en la primera cita? Es el amor.
Yo dejé mis cosas en el escritorio.
—¿Sigues hablando de “el chico misterioso del supermercado”? —pregunté.
Lisa me lanzó una almohada.
—Se llama Francisco, Bee. FRANCISCO. Y no era un supermercado, era la sección de frutas del súper. Es una diferencia importante.