~~~~Nick🎸
Tenía que decirle a Bee lo de Italia.
Y, para variar, estaba entrando en pánico.
No un pánico dramático, tipo “rockstar destruye habitación de hotel”. No.
Mi versión era mucho más trágica: caminar en círculos como un hamster con ansiedad.
Mi apartamento parecía una pista de carreras improvisada.
Del sofá a la cocina, de la cocina a la ventana, de la ventana a la puerta.
Y vuelta otra vez.
Scott, que había venido a “apoyarme”, estaba sentado en mi sofá comiéndose mis papas fritas.
—Bro… ya hiciste ese mismo recorrido como quince veces —comentó sin levantar la vista del teléfono.
—¿Y? —bufé.
—Que mareas. Y que si perforas el piso, no pienso ayudarte a pagar la reparación.
Le lancé una almohada, pero fallé miserablemente.
Un ícono de la puntería, yo.
Cuando Bee envió un mensaje avisando que estaba llegando, sentí algo parecido a… ¿náuseas? ¿Mariposas? ¿Mariposas con náuseas?
Lo que sea, no era normal.
Toqué mi cabello, lo despeiné, lo acomodé.
Lo volví a despeinar porque parecía demasiado “ensayado”.
Y entonces golpeó la puerta, así que abrí de inmediato.
Bee me sonrió.
Yo… no.
Yo hice una mueca extraña, como si estuviera intentando sonreír pero al mismo tiempo evitando vomitar.
—¿Estás bien? —preguntó, divertida.
—Sí. No. Tal vez. ¿Quieres agua? ¿Café? ¿Té? ¿Un tour por el apartamento? ¿Comida?
—Nick —dijo, mirándome con esa mezcla de ternura y paciencia que solo ella tenía—. Respira.
Obedecí.
Una vez.
Dos.
Parecía un pez fuera del agua.
Nos sentamos, y Bee tomó mis manos con suavidad.
—¿Qué pasó?
Y ahí fue cuando lo solté.
—Me ofrecieron grabar un álbum solista en Italia —dije, rápido, como si las palabras fueran a quemarme la lengua.
Sus ojos se agrandaron.
—Nick. Eso es… ¡increíble!
—Sí, bueno —pasé la mano por mis jeans—. También es tres meses lejos de ti. Y ya sabes lo mal que funcionó eso antes. Así que… no voy a ir. Ya lo pensé.
Bee parpadeó. Y luego se enderezó tan rápido que parecía que se iba a despegar del sofá.
—¿Qué? ¿Perdón? ¿QUÉ?
—No quiero perderte —insistí—. Ya pasamos por eso y terminó fatal. No pienso repetirlo.
Ella negó con la cabeza, indignada.
—Eso es ridículo.
—¿Ridículo?
—Sí, ridículo. —Se cruzó de brazos—. Nick, no vas a rechazar una oportunidad como esa por mí.
—Pero…
—No hay peros. —Me señaló con el dedo, peligrosamente cerca de mi rostro.— Vas a ir. Y vas a hacer ese álbum. Porque es tu sueño. TU sueño.
Tragué saliva.
—Pero... tengo miedo.
Ella se suavizó de inmediato.
Se acercó, y tomó mi rostro entre sus manos.
—Lo entiendo, yo también tengo miedo —susurró—. Pero no pienso dejar que pierdas algo así por algo que nos pasó cuando estábamos rotos. Esta es nuestra oportunidad para hacer las cosas de manera diferente.
—¿De verdad estarás bien? —pregunté, más vulnerable de lo que me hubiera gustado admitir—. ¿En serio vas a… esperarme?
Sus ojos brillaron, se inclinó y me besó.
Un beso lento.
Un beso seguro.
Un beso que decía estoy aquí sin necesitar palabras.
Cuando se separó, apoyó su frente en la mía.
—Te amo, Nick —acarició mi mejilla—. Y no voy a perderte otra vez. Voy a acompañarte en todo el camino, estaré aquí cuando vuelvas. Y más te vale traerme un regalo de Italia. Uno lindo. Además de contarme miles de historias de tus aventuras allí.
Reí. Un sonido que me salió desde el pecho, genuino, como si alguien hubiera destrabado una puerta que llevaba meses atascada.
—Podría traerte… no sé, ¿una fuente? ¿Una oveja italiana? ¿Una…?
—Un llavero está bien —sonrió.
—Oh. Muy práctico.
Ella rió también. Su risa siempre me hacía sentir que el mundo era más liviano.
Incluso cuando no lo era.
La atraje hacia mí y la abracé fuerte.
La abracé como quien se aferra a su lugar favorito en el universo.
—Voy a hacerlo —le dije en voz baja—. Voy a ir... Pero voy a volver por ti.
—Lo sé —susurró—. Siempre vuelves.
Nos quedamos así un rato largo, sin prisas.
Sin miedo.
Solo dos personas que habían sido idiotas, tercas y lastimadas… pero que finalmente se habían encontrado en el mismo lugar, al mismo tiempo.