—¡No quiero, suéltame, por favor, suéltame! —Gritaba desesperada, sintiendo unos brazos que la rodean y acarician su cabello, tratando de calmarla.
—Amor, solo era una pesadilla. Respira, muy bien, así te traeré un vaso con agua. Tranquila, por favor.
Ella se quedó ahí, tratando de asimilar que solo era una pesadilla; otra vez, las de siempre, no podía evitarlo. Es que cuando había tormentas o lluvias muy fuertes como de aquella noche, estas aparecían como nube negra en su vida, quitándole la poca paz que tenía.
—Gracias—Respondió en agradecimiento, mientras tomaba un poco de agua junto con la pastilla para los nervios que le había recetado su doctor para ocasiones como esa. Sencillamente, aunque no lo decía en voz alta, sabía que algo no estaba bien. Su psiquiatra decía que solo eran pesadillas que con el tiempo iban a desaparecer, pero ya eran casi tres años desde que empezaron. ¿Cuándo acabaría esa tortura? Se preguntaba cada vez que sucedía.
Al día siguiente.
—Amor, tu maleta ya está preparada.
—Sabes que me gusta hacer esas cosas por mí misma.
—Es que ayer no dormiste bien, por eso le dije que lo hicieran. Además, para eso están las empleadas, deja que se ganen su muy buen remunerado sueldo. —Eso era algo que la incomodaba mucho, no le gustaba que otros hicieran cosas por ella que fácilmente las podía hacer, era como si aquel mundo de opulencia, derroche y banalidades, no fueran parte de su sistema, pero no quería incomodar a su novia, mejor dicho, prometida.
—El próximo mes agende una cita como una modista para tu vestido, el mío ya está listo hace mucho tiempo.
—Ali, sabes que para mí es aún muy pronto, no recupero mis recuerdos, deberías ser un poco más comprensible.
—Pero Evangelina, son años, no quiero ser intransigente, solo que quiero, que ya seas mi esposa, — Beso delicadamente sus labios, como siempre hacía, ante aquel gesto, Eva, debía sonreír, no quería ser malagradecida, después de todo llevaban años juntas, pero aquel paso tan importante era para lo que no estaba lista.
—No puedes obligarme a casarme solo porque tú lo dices. Ya me presentaste con tus socios, quienes ya suponen todos que lo haremos, aunque te pedí que no lo anunciaras, sin embargo, lo hiciste, sé muy bien que eso te trajo problemas.
Eva no podía evitarlo, era como si, algo más fuerte que ella, la orillara a no aceptar del todo aquella realidad que le mostraban. No importaba si Alana se enfadaba o salía azotando la puerta como otras veces lo había hecho.
—Tantos años amándola, a su lado —secándose de un solo manotazo las lágrimas que corrían por su rostro—. ¿Por qué me haces esto?
Por otro lado,
—Muchas gracias, señores, eso es todo, que tengan buen día— Una vez que esos cuatro hombres se retiraron luego de despedirse con un apretón de manos, como dejando claro que el negocio se haría sí o sí, Sebastián suspiró aliviado.
—Lo hiciste perfecto, felicidades, hermano, lograste un negocio de millones.
—Gracias a ti, Frederick, tú has sido mi ejemplo para, por fin, luego de un año lograrlo. Nadie confiaba en mí solo tú y Lorena, claro.
—Nada de gracias, lo lograste por su esfuerzo, tu esmero y tu buena cabeza para los números, mi hermanito después de todo no era tan cabeza de chorlito.
—Ella se hubiera sentido orgullosa de mí — Mostró una media sonrisa, para luego tomar sus cosas y salir de ahí.
—¿Dónde vas?
—A celebrar, claro que sí.
Una hora después, Sebastián, que estaba ahí entre ladridos y maullidos feroces, se manejaba como Pedro en su casa.
—Sebas, qué gusto verte, te han extrañado.
—Hola, mis bebés, ¿Cómo se portaron? —Para abrir la jaula de Kitty y luego la de Arnulfa provocando que los otros animales reaccionaran, pero nada le importaba, él cayó al suelo y se dejó querer, recibiendo lengüetazos, garras en su cara, ellos eran su fuerza, con quien tenía ganas de celebrar cada uno de sus triunfos tal como lo hubiera hecho ella.
—Sabes cómo son, ¿te quedas?
—Me gustaría, pero quisiera salir al parque con ellos. Hacía días que no podemos pasear como se merecen.
—Entiendo, tranquilo, tu puesto sigue aquí —respondió el encargado del refugio. Uno que muchas veces miro con pena a aquel hombre, porque sabía una parte de la historia, lo había visto muchas veces con ella, lo había visto evolucionar y refugiarse en el cariño de aquellas inocentes criaturas, Kitty se había vuelto su perro de terapia, quien lo calmaba cuando tenía algún ataque de ansiedad, tal cual hacía con ella.
Una vez en el parque cercano al departamento donde vivía, una mujer de una hermosura que llamaba la atención de quien la mirase, con un cuerpo como de revista para caballeros, con un enterizo que se amoldaba a su cuerpo, dejando ver una figura de reloj de arena, se acercó a él.
—Qué hermosa tu perrita. Es criolla. ¿Verdad?
—Sí— respondió él, sin prestarle atención en absoluto.
—Me encantan los animalitos, hasta tienes una gatita, yo también tengo una que se llama.
—No quiero ser grosero, solo que no interesa si tienes o no una gatita.
—¿porque tan huraño}', no te veo con una argolla de casado, para que te espantes así.
—No necesito tener una argolla en mi mano para respetar a la mujer que amo, así que me va a disculpar, pero no se vuelva a acercar a mí o a alguno de mis bebés.
—Guapo y estúpido.
—Hueca y regalada, rubia, tenías que ser —respondió él y se marchó luego de terminar de ponerle los arneses a sus queridos bebés.
De su cuello colgaba una argolla, una que le hubiera gustado darle a la mujer que amaba y seguía amando como nunca pensó que lo haría, no había poder humano que lo hiciera pensar que debía seguir con su vida, después de todo eran como tres años desde que ella no estaba, desde que sus restos fueron enterrados junto a aquel viejo Cris que murió junto con ella, desde el día que su corazón se hizo polvo y cenizas.