—No quiero que pienses que estoy coqueteando contigo o algo parecido, tengo novia. —Debió decir prometida, pero ella tampoco lo podría creer.
—¿Novia? Entiendo —dijo él, sintiéndose extraño, con esa opresión en el pecho, a punto de dejarlo sin respirar; tuvo que sentarse, no tenía cómo explicarlo ni siquiera a sí mismo, ella es una completa extraña, ¿por qué se sentiría así con esas palabras?
—Por eso te digo, celebremos con un café y aquí cerca; además, no la dejes en esa jaula. Me enamoré de esa preciosura y quiero cargarla un poco más y parece que ella también me quiere a mí.
Algo extraño y casi imposible; después de todo, Arnulfa se había vuelto una gata huraña desde que Eve se había ido. En cambio, ahora estaba en brazos de una desconocida, ronroneando, dejándose acariciar, entrecerrando los ojos con casi una sonrisa en su carita.
Una vez en un café cercano, puesto que no quería dejar mucho tiempo sola a Kitty por más que esta esté sedada.
—Quiero una rebanada grande de pastel de chocolate y un café frío, por favor.
—Solo un café y emparedado de jamón para mí. —Una vez que la mesera se marchó, se quedó sin darse cuenta, embelesado, observando a aquella extraña mujer cargando a su pequeña felina. Recuerdos extraños divagaban por su mente; cerró los ojos fuertemente y los volvió a abrir. Volviendo a la realidad, eran dos personas muy diferentes.
—Creo que para que no se escape y podamos comer, si necesita entrar en esa cosa un momento, perdónanos, pequeña, es por tu bien. —Ella sintió como si esa experiencia, esas palabras las hubiera dicho antes.
—Para ser tan delgada, es un trozo de pastel muy grande. Podría jurar que eres hasta modelo; espero no ofenderte con lo que digo. —Fue lo primero que dijo, cuando trajeron sus pedidos.
—La verdad no me ofende; algunos no lo ven bien o piensan que ser modelo es comer lechuga y o alimentarme del aire. De vez en cuando, me doy una que otra licencia; además, voy tres a cuatro veces por semana al gimnasio o hago caminatas por el lugar donde vivo, pero, sobre todo, porque son fan de la torta de chocolate.
Seguida de diez guardias, que como vista de halcón la seguían a cada respiro, le parecía extraño que no estuvieran detrás de ella en ese momento. Tal vez esta vez, la mujer que dice ser su prometida había escogido confiar en ella y tratarla como la adulta que era.
—Amor, lo siento, es que la torta de chocolate me encanta, comí muy rápido.
—Deja que te limpie aquí— Posando uno de sus dedos por los labios de su querida Eve, donde habían quedado manchas de la torta. —Te ves demasiado sexy con los labios manchados.
—Por Dios, principie, vas a hacer que me sonroje. —Tapándose el rostro con ambas manos, pero con el corazón rebosante de alegría.
Fue lo primero que vino a su mente cuando vio que ella, al igual que su Eve, no sabía comer torta de chocolate. Sin embargo, una punzada de dolor atravesó su corazón; no quería recordar, porque eso lo traía a la realidad, donde ella no estaba presente.
—Cuéntame de ti, ¿por qué me miras así? Ya sé, seguro me manché la boca —se pasó a limpiar rápidamente, pero con mucha delicadeza. Él movía la cabeza, negando sus propios pensamientos: —Siempre olvido que me pasa lo mismo.
Él trató de cambiar de tema; no quería pensar de aquella manera tan extraña, casi bizarra; ella era eso, una extraña, no tenía por qué sentir cosas sin sentido.
—Trabajo en el área de marketing y publicidad en la empresa familiar, solo que ahora me tomé un tiempo para mí. Siempre he querido viajar por la vieja Italia.
—No pareces un empresario.
—¿Qué parezco? Según tú
—Ya sé, un adiestrador de bestias o un fotógrafo de paisajes.
—¿Adiestrador de bestias? Curiosa elección para una profesión; espero que no sea un insulto para mis pequeñas.
—Claro que no, es que lo digo, porque tienes un cabello muy rebelde; hace rato que te veo luchar con ese mechón. —Ella se acercó y puso ese mechón del cabello de Sebastian, detrás de su oreja. Cuando ella lo tocó ligeramente, no pudo evitar sentirse nervioso, con el corazón acelerado; era imposible que una completa extraña trajera a él, esas sensaciones, porque para nada eran sentimientos. Debe ser que llevaba más de tres años sin el contacto de una mujer, seguro era eso, se decía a sí mismo, para justificar su nerviosismo, mucho más cuando, sin darse cuenta, dejó caer una cuchara que tenía cerca y, al recogerla, se golpeó la cabeza.
—¿Te sientes bien?
—No fue nada, descuida, pero por favor no lo vuelvas a hacer, no me gusta.
—Perdón, perdón, soy una tonta, tonta, Eva, tonta, tonta. —Ella se sentía tan pequeña a su lado; no quería decirlo en voz alta, pero desde que lo vio, era como si su cuerpo y sus pies la atrajeran a él, de manera automática. Tal vez en otra vida, pensaba ella.
¿Por qué tuvo que encontrarse con esa mujer? Esas palabras, algunas expresiones, eran extrañas, raras, fuera de lo normal. Se sentía inquieto, pero no podía ser por ella. Era, en apariencia, como el agua y el aceite. Su Eve era hermosa a su manera, de muchas formas, que el ojo humano, nunca, podría comprender su dulzura, su calidez, su alma.