—La verdad, que tenía ganas de nadar y busqué en línea acerca de lugares donde pudiera hacerlo y encontré este. Además, no sé por qué te molesta mi presencia. ¿Tan mal te caigo? ¿Cómo está Kitty?
Él metió las manos en sus bolsillos y luego le pasó una toalla, de alguna manera, no le gustaba que otros la viesen así.
—Deberías taparte, estás muy expuesta. ¿No te parece?
—He posado con menos ropa que esto, estoy orgullosa de mi cuerpo, no tengo porque esconderlo.
—Te crees mucho ¿Por qué estás delgada? Esas son tonterías. —Recordando las veces en que su querida Eve se tapaba así misma cuando él la veía desnuda, la mujer que deseaba hacer el amor a oscuras, la mujer que era tan hermosa que no se daba cuenta.
—Yo no dije que estuviera orgullosa, siendo delgada. Yo dije que estoy orgullosa de mi cuerpo, tengo la fiel convicción de que, delgada o con volumen, mientras me quiera tal como soy, debo estar orgullosa de cómo luzco, con curvas o sin ellas, me amo.
—Como sea. Lo digo porque más temprano hacía un poco de aire.
—Está bien, rubio, como digas—respondió ella,
—Me llamo Sebastian, no rubio, no me gustan los sobrenombres—. Al menos que fuera Eve.
—Mi rubio bonito, llegaste. miren mis amores, papá llegó.
—Príncipe, te amo mucho, nunca lo olvides.
—Hermoso, deja eso ahí y abrázame.
—Amor, me haces cosquillas, debes dejar quietas tus manos.
—Lo siento, por lo menos te puedo decir, Sebas, ¿verdad? Déjame ver, Kitty, pero antes que digas algo, me voy a cambiar. Ese tipo de allá, me mira de una manera que me da escalofríos.
—¿Cuál? —Giro su rostro de inmediato, en menos de un segundo, ya tenía los ojos puestos en ese asqueroso hombre, de barriga prominente, que tomaba un trago, que se relamía los labios, mirándola de una manera realmente repugnante.
En cuanto ella se alejó, el rubio no pudo soportar a ese sujeto, se acercó a él y lo tomó de la camiseta hasta llevarlo hasta la columna más cercana y estamparlo contra ella.
—¿Qué te pasa niño? ¡Suéltame!
—Deja de mirarla, como si fuera un trozo de carne, asqueroso animal.
—Los ojos se han hecho para ver, no le viste ese trasero, esas piernas, las imagino sobre — No termino de decirlo, cuando con la rabia contenida dentro de su puño, este término en el estómago de aquel tipo.
—Respeta a las mujeres pendejo.
Por un instante, se sintió un caradura, el Chris de antes, veía a las mujeres como eso, las catalogaba por alguna característica de su físico, de su cuerpo, las usaba a su antojo y beneficio, para luego desecharlas como cualquier cosa, como un simple objeto de su colección, recordó la maldita lista, aquella que lo llevo a desgraciar la vida de aquella alma pura carente de culpa.
—Deje a mi marido en paz, cobarde, animal, ¡Seguridad, seguridad! — Gritaba una mujer de edad mediana y estatura pequeña, al parecer era la esposa de aquel sujeto, que temblaba de miedo y se retorcía del dolor.
—Dígale a ese hombre, que se aleje de ella, que deje de verla así, contrólelo, porque, aunque llame a la guardia nacional, no lo voy a dejar pasar.
Y finalmente lo soltó, dejándolo caer de golpe sobre el piso, incluso haciendo que su cabeza rebote contra la columna.
Cuando entro al lobby del hotel, busco por todos lados a Eva, no debía hacerlo, tenía una lucha interna
—¡Diablos! ¡¿Qué me está pasando? Conozco a esa mujer hace solo tres días
—Tres días, ¿qué? —Tuvo que llevar una mano a su pecho de manera dramática, hasta pálido se puso, si eso era posible, cuando ella lo sorprendió por la espalda.
—Nada, no es de tu interés—Quiso seguir de frente, pero fue sostenido del brazo.
—Quiero ver a la pequeña, por favor—Expreso ella de manera casi suplicante. El no pudo hacer nada contra aquella frase suplicante. Solo camino y ella lo siguió, embelesada y emocionada, no solo por ver a la pequeña y a la minina, también porque él se veía realmente guapo, esa postura, su espalda, aunque trataba de alejar esas sensaciones.
—Te vas a casar ¿Entiendes? — Se decía así misma, mientras se abrazaba. Debía calmar cómo se sentía su presencia, cómo le impactaba su aura, su porte, el que debía ser modelo, era él, pensaba ella.
—Solo un rato y te puedes ir, por favor, me estoy cansando este juego.
—Yo no estoy jugando a nada, solo quiero verla. Preciosa—Dijo, en cuanto la vio recostado sobre la cama, Kitty, la vio con esos hermosos ojos cafés, movió la cola, podría ser otra en apariencia, pero sabía perfectamente quién era. Los animales reconocen los latidos de sus seres queridos.
—Perra engreída— Eva, la acaricio y sin explicación alguna, empezó a llorar, era su corazón que la extrañaba, porque se nunca olvida.
—Hermosa, pequeña lenteja, porque eres tan traviesa. Mírate, debes correr, ladrar, hacer travesuras. Pelearte con Arnulfa.
—Ya puedes irte.
—Solo han pasado cinco minutos, no seas así de amargado, además, ¿por qué está Arnulfa en esa canasta?